La historia ha cambiado.
Ha llegado el momento en que el VIH
ha dejado de ser un referente de muerte y
se ha convertido en una afortunada oportunidad
de vida, emergiendo en nosotros lo positivo de ser positivo.
3 de mayo
Querido Diario:
En el siglo pasado, al inicio de mi tratamiento, tuve la fortuna de convertir en realidad uno de mis sueños más anhelados: dar clases en una escuela de teatro musical. Se me cumplió, pero debido a mi condición de salud, mi sueño se convirtió en una pesadilla.
Era una escuela muy prestigiosa, llena de maestros de primera calidad y de alumnos sumamente talentosos, de esos buenos que salían en Televisa y en las grandes comedias musicales de la ciudad de México. Para mi seguían siendo tiempos difíciles, pesados, ya que a pesar de que había podido controlar en gran medida mis vómitos en el metro, no los había logrado erradicar de mi cuerpo. Los vómitos estaban presentes día, tarde, noche y madrugada, además de un bendito dolor de cabeza tan intenso que había momentos en que perdía el control de mi cuerpo y tenía que recostarme en un sitio oscuro y silencioso, y esperar sin moverme a que pasara el malestar.
El director, y dueño de la academia, es el hombre más noble, humano y sabio, pero sobre todo bondadoso, que he conocido en mis 49 años de vida teatral. Por respeto a él no mencionaré su nombre, y solo diré que tiene un record Guinness por interpretar el mismo personaje durante 55 años consecutivos.
Estoy seguro de que El Maestro, no tenía ni la más remota idea de lo que me pasaba, pero me obligaba a llegar una hora antes de mis clases para comer con él. Me daba mucha pena, pero lo cierto es que se lo agradecía con toda el alma, ya que eran tiempos en que lo único que podía hacer era acurrucarme en mi cama de Tlatelolco a llorar de dolor. Solo tenía ese trabajo. Daba clases 3 días a la semana, cuatro horas cada día y tenía un buen sueldo. Años después supe que yo era quien mejor ganaba de toda la academia. Honestamente ignoro el motivo, porque así como era quien más ganaba, también era quien menos trabajaba, aunque le echaba todas las ganas del mundo, mis dolencias no me permitían responder ante mis necesidades.
Tenóriamente… Josué
4 de mayo
Querido Diario:
Eran los 90, cuando Ángel Guerra, quien ha sido mi doctor de cabecera desde 1986, mi ex y el doctor del IMSS que me atendía, eran los únicos que sabían de mi condición serodiscordante (con “s” de suero), porque incluso, cuando iba a la farmacia a recoger mis medicamentos, siempre les decía (sin que me preguntaran nada): -“Buenos días. Vengo a recoger la medicina de un amigo.”
Era el tiempo en que tenía que tomar 27 pastillas al día, con dos litros de agua, ¡por lo menos! Mi expareja me había obsequiado pastillero mágico, el cual tenía un reloj que programaba para tomar mis medicamentos. Yo juraba que nadie sabía que tenía esa alarma, ni que cada vez que sonaba tenía que desaparecer discretamente para irme a tomar las pastillas, ¡ni mucho menos para que eran esas benditas pastillas! Según yo…
Era una tarde de muchísimo calor y bajo los rayos de sol llevábamos a cabo los ensayos corridos de “Godspell” en el patio delantero de la escuela. Estaba a la mitad del ensayo, cuando llegan corriendo tres chicas, que ni eran mis alumnas, con el pastillero sonando y me dijeron: -“Josué, tu pastillero está sonando. ¡Que no se te pase tu medicina!”, y así como llegaron corriendo, se fueron volando. ¡Casi me infarto del susto! ¡Yo juraba que nadie en el mundo, ¡y menos en la escuela! sabían que me estaba medicando! ¡Y ni siquiera eran mis alumnas! Lo que quería decir que… Toda la escuela sabía que tomaba medicinas, por lo tanto… ¡Toda la escuela sabía que tenia Sida!
Ese día, de verdad casi me infarto, ¡ni mi familia sabía que onda! Me llené de terror, a partir de ese momento sentía que todos los alumnos ¡sin excepción! sabían que tenía Sida. Por eso El Maestro se apiadaba de mi, por eso era el que más ganaba, por eso nadie me exigía toda la calidad que podía dar. ¡Me quería morir! Terminé mi clase, como pude, y me fui. Jamás volví. Me quedé sin trabajo, sin comida y sin ganas de volver a salir a la calle. Pero no dejé de tomarme mis pastillas.
Me había costado todo un año, muchísimo dinero y ríos de llanto que un psicoterapeuta me ayudara a decidirme a tomar mis pastillas. Eran aquellos tiempos en que, como me indicó Ángel Guerra: ´”si vomitas las pastillas, respiras ¡y te las vuelves a tomar! Hasta que tu organismo se acostumbre.” Pero finalmente, gracias a esos esfuerzos, sigo indetectable, y ahora de cajón solo tomo 14 pastillas diariamente: 2 Darunavir, 2 Raltegravir, 1 Ritonavir, 1 Tenofovir/Emtricitabina, 2 Trimetoprima con Sulfametoxazol, 1 Bezafibrato y 1 Omeprazol, y dependiendo de la dolencia que estrene cada semana ya tengo preparadas mi cajita de Paracetamol y el Enalapril para mi presión, y ahorita tomo 1 Rompe Piedras y 3 Skin Nutrients. Algún día haré la cuenta de cuántas pastillas me he tomado en estos 33 años.
Empastilladísimamente… Josué