Jamás me pregunté ni me preguntaron si yo era feliz, si estaba bien, o en paz. Trabajaba a marchas forzadas para demostrar que valía estar en ese empleo. De pronto, me entero que mi mejor amiga, a quien quiero como una hermana, tenía dos días hospitalizada. Causa: falta de visión en un ojo. ¿Cómo ocurrió? No lo sé, ni lo sabían los doctores. Todos los días pasaban los médicos de residencia a verla como un gran fenómeno clínico. Los resultados no arrojaron anomalías. Y ella seguía sin ver.
Me preparaba para ir a visitarla al hospital cuando escuché que empujaron la puerta de la entrada a casa. ¿Quién es?, pregunté desde la planta alta. No contestaron. Escuché un raspón en la puerta de la habitación de mis padres y luego un golpe que cayó en seco, en un pequeño sillón que mis papás acomodaron en la entrada de su cuarto. Eso no era normal. No a esa hora. Bajé y mi padre estaba ahí, en el sillón. Era el golpe seco.
—¿Qué pasa?, pregunté. No contestó. Volví a preguntar.
—No puedo hablar, me dijo.
—Pero estás hablando, le respondí.
—No, no puedo hablar, insistió.
Sí podía hablar, sólo que sus palabras se escuchaban turbias. Sufrió un accidente cerebro vascular, un pequeño derrame que afectó el habla. “Es como si le hubieran dado un trancazo en el cerebro”, nos explicó el neurólogo.
Mi padre y mi amiga estaban internados en el mismo hospital, en el mismo piso, en cubículos distintos. Sólo en pocas ocasiones logré salir del cuarto donde estaba mi padre para ir a verla. Quizá fueron sólo dos veces. Aquello me parecía una pesadilla. Y esperaba despertar en cualquier momento. No ocurría, seguía ahí, con la angustia del ojo, con la angustia de las palabras turbias. Tuve que cancelar de golpe todo mi trabajo.
Cuando finalmente los dieron de alta, ella con un poco de vista recuperada y él con una afectación en el habla, que es más notoria cuando está cansado, comencé a experimentar algo extraño en mi sueño. Dormía, pero escuchaba todo. Oía cuando llegaba el vecino y abría la puerta para guardar su carro, escuchaba la voz de la persona que iba hablando por teléfono por la calle, anunciando que estaba a unas cuantas casas de llegar. Oía el viento cuando arreciaba, el golpe de algún insecto estrellado en mi ventana, la gente que salía a correr de madrugada. Pero yo estaba, creía estar: dormida. Creía que estaba bien, y todos los días me levantaba para ir al trabajo.
Un mes después de eso, desperté una noche con un dolor en el pecho, sin poder respirar y con la mano izquierda adormecida. ¿Qué hacer? Si gritaba para pedir ayuda, después de lo que había vivido mi padre, seguro le daría un infarto, pensé. Pero ni siquiera podía emitir algún sonido ni levantarme. Sentía el corazón agigantado y el dolor en el pecho era un golpe del mismo corazón, buscando espacio. Comencé a respirar hondo. Mi corazón, al parecer, recuperó su tamaño normal. Me levanté, me lavé la cara, tomé agua, y esperé a que saliera el sol para arreglarme, e ir al trabajo.
Ese día era una jornada completa. Mi último evento era cubrir un festival de artes escénicas. Y mientras veía a unos hombres balancearse en el aire, comenzó de nuevo el dolor en el pecho, el adormecimiento en el brazo izquierdo, la falta de aire. Me hice camino entre la multitud que veía el show aéreo y me fui al hospital. Llegué a la sala de urgencias y le dije a la recepcionista: ¡Me está dando un infarto! Porque según lo que había visto en la televisión, mis síntomas encajaban en un infarto. No tenía duda.
Me miró por encima de sus anteojos y me preguntó si era diabética, hipertensa y si tenía problemas del corazón. A todo respondí con un: ¡No! Y era verdad. Me dijo que tomara asiento, había poca gente en la sala. Apenas iba a llegar a los asientos cuando abrieron un cubículo y me llamaron. El diagnóstico: Crisis de ansiedad y depresión. Me inyectaron un tranquilizante y me mandaron con una orden para revisión con el médico familiar. El médico familiar me envío al psiquiatría, y a cinco años de aquel terrible suceso, aún no me dan cita en el IMSS para el psiquiatra.
Como no creía en eso de la ansiedad ni la depresión, porque yo tenía un dolor físico, real. El dolor en el pecho, seguía ahí. Busqué otras opiniones, muchas opiniones. Todos los médicos a los que acudí, me daban un diagnóstico diferente y me recetaban algo distinto, que yo tomaba o me inyectaba con anhelo de curarme. Me gasté todos mis ahorros en ello. Ya sin ánimo de encontrar nada (o todo lo contrario), comencé a buscar en internet mis síntomas. Una página me llevó a otra y esa a otra a otras tantas más. Leí largas investigaciones y escuché videos con especialistas. Así me topé con algo que decía: Tú puedes curarte a ti mismo.
El enlace me llevó a una conferencia de Alejandro Lavín. Ahí, el maestro Lavín dio una técnica para descubrir la causa de tu enfermedad. ¿Cómo? Preguntándole a tu mismo cuerpo. Así de fácil. Alejandro explicó la técnica: grabar un audio con voz propia, preguntando el por qué del malestar. Dicho audio se debía escuchar mientras dormía. Con la idea de que en la mañana se revelara la respuesta. Maravilloso, ¿no?
Lo hice, total, qué podía perder. Grabé mi audio. Me puse los audífonos y me fui a dormir. Mi cuerpo no respondió. Seguí haciendo el intento por varias noches y una de ellas me despertó mi propia voz. Nunca me ha gustado mi voz, en algún tiempo hice radio y escucharme no me agradó. Dejé de hacer el experimento recomendado .
Aún recuerdo la primera imagen de Alejandro. Un tipo de pelo largo y barbado, con una túnica blanca y un cordón atado a la cintura, como esa imagen popular de Cristo. Se había lastimado un pie, él mismo contó en el video que fue al médico sólo para asegurar que no había nada roto al interior. Confirmado el hecho, se colocó imanes en el área afectada. Por supuesto, fui a buscar en internet qué era eso de los imanes y cómo funcionaba.
El algoritmo de Facebook comenzó a presentarme opciones de meditaciones, terapia emocional. Y de nuevo volvió a aparecer Alejandro Lavín, así comencé a escuchar sus ponencias.
Alejandro es terapeuta holístico y director de Holoacademia.
Llegó la pandemia y acrecentó su material en redes. Ahí descubrí que Alejandro vive en Querétaro. ¿Qué? Donde parece que no pasa nada. Pasa todo. Sí, vive aquí y desde aquí comparte sus conocimientos al mundo. Es muy joven, aunque cubre su rostro con las barbas, y el aprendizaje que comparte como enciclopedia viviente, con detalle y exactitud, le dan ese aspecto de hombre grande. Hombre sabio. Cuando habla de cosas de magia, vidas pasadas, el destino, el universo, de sus inventos, me recuerda al gitano Melquiades, de Cien años de soledad.
En el fondo también es un niño, un adolescente, se le ve salir con gorros chistosos y playeras de superhéroes. Y habla de una colección de cómic, que seguro cuida como su tesoro preciado.
Le gusta el teatro, es actor, quizá, sin recordar, lo vi en alguna función. Alejandro Lavín ha creado un interesante personaje que conjuga conocimientos y pasiones. Ahora está debutando como poeta. Recién presentó su poemario Verdades disfrazadas de mentiras, que entró en mi lista de libros por comprar. ¿Qué tal como regalo navideño?
En sí, todos los temas que trata Alejandro tienen una carga literaria. Y hay términos muy poéticos. Como terapeuta ha compartido varias historias, una de ellas que me impactó e imaginé tal como un cuento, es la historia de un hombre que llegó con la lengua paralizada, al centro holístico que tenía tiempo atrás. Hicieron una regresión de vidas pasadas y resulta que el hombre, en otro tiempo, era un pirata que rompió a su promesa de lealtad y le cortaron la lengua. Toda enfermedad, dice Alejandro, deriva de una emoción, ya sea del presente o del pasado, propia o heredada.
Lavín decidió publicar su libro de poesía en honor a su tío Humberto, poeta desde niño “su libro de poesía nunca vio la luz”, y falleció justo en un cumpleaños de Alejandro. “Ahora soy su heredero universal dentro de nuestro árbol”, dice. Verdades disfrazadas de mentiras está lleno de significados, no sólo en el texto sino en su propia impresión. Además de los poemas vienen fotografías tomadas por el mismo poeta, cada una son su reflexión, preámbulo de un segundo proyecto de escritura, se trata de un libro de crónicas sobre sus viajes. Sí, también es un alma sin fronteras.
Se escribe, en primera, para uno mismo. Consciente o inconscientemente expresamos lo que pensamos, sentimos, miedos, anhelos y lo que nos gustaría ser, o aquello que repelemos y denunciamos. Le llamamos cuento, novela, poesía, para darle un nombre. La vida y experiencia son hilos que entretejen la esencia y trama literaria. Y se publica con la esperanza de que alguien, como si fuera un espejo, pueda encontrarse. O mínimamente, ser empático con alguna idea.
Ahora que Alejandro presentó su libro, por cierto el evento se transmitió en sus redes y sigue ahí el video, recordé la propuesta de grabar un audio con la voz propia y cuestionar al cuerpo, a lo que hay dentro de mí: ¿qué pasa?
Sin miedo a la ansiedad, ahora veo esa idea de grabar el audio como algo muy poético. Porque es hablarte a ti mismo. Es conectar con tu interior. Entiendo que en aquel momento no estaba bien, no soportaba mi propia voz. Ha pasado el tiempo. Ya no soy la misma. Lo voy a intentar de nuevo.
¿Qué me dirá mi cuerpo?
LA POETA Y PERIODISTA ROCÍO BENÍTEZ PRESENTARÁ SU LIBRO “DONDE UNA VEZ TUS OJOS AHORA CRECEN ORQUIDEAS”, GANADOR DEL PREMIO IBEROAMERICANO DE POESÍA MINERVA MARGARITA VILLARREAL 2020, ESTE LUNES 29 DE NOVIEMBRE EN LA FIL DE GUADALAJARA. TE INVITAMOS A VER ESTE VIDEO:
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “ZONA DE LA VISIÓN PERPETUA”, LA COLUMNA DE ROCÍO BENÍTEZ PARA LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/rocio-benitez-zona-de-la-vision-perpetua/
Me encanta leer a Rocío Benítez!
–La voz interior vuelta literatura. Q, Presidentes, domingo 28-XI-2021.