Lo que hemos venido presenciando desde las semanas previas con el tan desaseado proceso para la designación del director general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) resulta sumamente revelador acerca de la personalidad de la actual titular del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), la bióloga María Elena Álvarez-Buylla Roces. A pesar de que la comunidad del CIDE en particular, y la académica de todo México en general, han manifestado su abierta inconformidad con la designación de su delfín —o del de Lorenzo Meyer, como se dice en los pasillos de la academia—, la directora general del Conacyt ha impuesto su voluntad, desoyendo arrogantemente a todos los manifestantes e inclusive pasando por encima de la normatividad y la práctica que para tales procesos sucesorios ha imperado por las últimas décadas.
Estas formas francamente autoritarias no son nuevas, sino por el contrario han sido la constante en la actuación de la bióloga, inclusive desde antes de su arribo a la dependencia. No se nos debe olvidar que, cuando apenas había iniciado el proceso de transición del gobierno federal, el 24 de septiembre del 2018 emitió el polémico oficio CONACYT/TRAN/003, en el que ordenó al todavía director general del Conacyt en funciones no celebrar ningún contrato que comprometiera recursos a ejercer en el 2019, como aquellos pactados con el Fondo de Cultura Económica o la Feria Internacional del Libro; así como detener las convocatorias vigentes, entre estas la del Programa de Estímulos a la Innovación, y los procesos en curso para la designación de los titulares de algunos centros públicos de investigación coordinados por el Conacyt, entre los que se encontraban prácticamente concluidos los del Centro de Investigaciones en Óptica y el Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica.
Este claro talante impositivo y despótico de la doctora Álvarez-Buylla se ha manifestado en muchas otras oportunidades a lo largo de estos tres años; por ejemplo, en la disputa personal con algunos exfuncionarios del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, A. C. (FCCyT), que ha llevado al extremo de iniciar la persecución política contra un grupo de 31 académicos y funcionarios del propio FCCyT y de administraciones previas del Conacyt. Por otra parte está la captura del Sistema Nacional de Investigadores, que ha perpetrado a través de la modificación de su marco normativo y el sometimiento de los cuerpos evaluadores, lo que ha quedado evidenciado ante el inmerecido otorgamiento del nivel III al fiscal general de la república, sobre quien pesa una denuncia formal de plagio académico.
Por supuesto, la directora general del Conacyt elaboró la iniciativa de Ley General de Humanidades, Ciencias, Tecnología e Innovación que entregara al titular del Poder Ejecutivo en diciembre pasado, bajo la misma cerrazón a opiniones diferentes a la suya; y será de esta idéntica manera, con arrogancia y desprecio por la comunidad científica de México —igual que lo hizo con el finiquito de los fideicomisos para ciencia y tecnología— como buscará que las mayorías oficialistas en las Cámaras aprueben esta legislación que no corresponde con la realidad que vive actualmente el sector, ni con la que enfrentará México en el futuro próximo.
Como hasta ahora ha quedado claro, en lo que resta del sexenio no habrá acción, actitud o consecuencia, por negativa que esta sea, que haga cambiar la opinión que el primer mandatario tiene de la titular del Conacyt. Sin embargo, es una realidad que las aguas están alcanzando un nivel muy elevado en el medio académico y esta reciente imposición en el CIDE podría convertirse en la gota que derrame el vaso en una relación entre academia y gobierno que desde hace meses se encuentra muy tensa. Resulta obvio que, llegada una posible crisis, la titular del Conacyt sería incapaz de desactivar la bomba que ella misma habría echado a andar, pues carece de las habilidades políticas necesarias y no cuenta con la más mínima simpatía en el medio académico. Esperemos que alguien en el gobierno o en la Cámara de Diputados cuente ya con un plan B para enfrentar tan difícil escenario.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.