A fines de la semana pasada la Secretaría de Economía hizo público su disgusto ante la posibilidad de que, este próximo 13 de diciembre, el Congreso de los Estados Unidos de América (EUA) pudiera aprobar el otorgamiento de créditos fiscales por hasta 12 mil 500 dólares estadounidenses para los vehículos eléctricos ensamblados en ese país que cumplan con los criterios de contenido doméstico mínimo, además de otros 500 dólares para las baterías manufacturadas en el territorio de nuestro vecino del norte. La dependencia consideró a esta medida como violatoria de los acuerdos firmados por ambas naciones ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) y el propio T-MEC y anticipó que, en el caso de que entrase en vigor —lo que, por cierto, sucedería hasta el 2027—, nuestro país tomaría represalias comerciales; entiéndase imponiendo aranceles a entidades y productos estratégicos de la Unión Americana. Aunque, aparte de la obvia presentación de controversias ante los paneles correspondientes de la OMC y el T-MEC, aquella efectivamente sería la única medida comercial que tendría a la mano nuestro país para intentar echar atrás la decisión del gobierno estadounidense.
Conviene tener en mente que tales represalias casi nunca rinden los efectos deseados cuando están dirigidas contra una industria tan importante y globalizada como lo es la automotriz; generalmente se convierten en un intercambio de aranceles que terminan por resultar contraproducentes para los involucrados. Sería peor todavía que, en respuesta, los EUA interpusieran demandas contra México, argumentando que las autopartes ensambladas en nuestro país no cumplen con las reglas de origen que fueron aceptadas en la reciente firma del T-MEC, que son mucho más estrictas que las del anterior Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Es importante también que reflexionemos acerca de cuántas de las líneas de ensamble actualmente instaladas en nuestro territorio por las distintas armadoras producen vehículos eléctricos. Quizá entonces nos daríamos cuenta de que este es el verdadero problema que está dejando rezagado al sector en nuestro país. Sin duda algo muy similar sucedería si consideramos la fabricación de las baterías. Parece mucho más provechoso el indagar las razones por las que las firmas que operan en México no han migrado sus líneas de producción hacia este nuevo tipo de automóviles, o no tienen planes para hacerlo en los próximos cinco años.
La tendencia mundial de sustitución de vehículos de combustión interna por otros más amigables con el medio ambiente es irreversible. Muchas economías importantes del orbe han establecido ya fechas fatales para la prohibición absoluta de la venta de automóviles que funcionen con combustibles fósiles y algunas están tan cercanas como el 2030, es decir, a únicamente ocho años de distancia. Pero tales restricciones no están motivadas solamente por los deseos de proteger a nuestro planeta, sino también soportadas por estudios de preferencia de los futuros consumidores, quienes poseen una mayor conciencia ambiental y por ello demandarán —si acaso aún buscaran adquirir algún vehículo motorizado personal— un mayor número de automóviles eléctricos en los años por venir.
Así pues, lo que realmente urge es incentivar la actualización de las cadenas productivas de esta industria en nuestro país, para que inicien aceleradamente proyectos de transformación de sus líneas de manufactura y ensamble que en pocos años tengan la capacidad para entregar los vehículos eléctricos demandados por el nuevo mercado. Estos incentivos pasan por la imprescindible formación de ingenieros y técnicos especializados en nuevas tecnologías, aquellas en las que se sustentan los vehículos eléctricos.
Obviamente también es urgente asegurarle al sector el suministro de las energías limpias que requiere para mantener sus participaciones en los distintos mercados pues, de otra forma, sus costos de producción se incrementarán al punto que nuestro país dejará de ser atractivo para muchas compañías y preferirán mudar sus operaciones a otros países.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.