HISTORIA: MERCEDES CORTÉS
FOTOS Y VIDEO: DIANA HERNÁNDEZ
Colón, Qro.- En este municipio la elaboración de sarapes de lana data de 1750 y fueron los frailes franciscanos quienes introdujeron esta práctica milenaria entre los otomíes. En el transcurso de su historia decenas de maestros artesanos han dotado de prestigio, vida y significado a esta labor.
Hoy en día, don José Rivera Rivera es reconocido como uno de los maestros artesanos de Colón. Se trata de un obrajero con más de sesenta años de experiencia en la elaboración de sarapes tradicionales en telar de pedal. Hombre de corte cordial, voz experimentada y una férrea pasión por la artesanía de lana nos recibe en su taller ubicado en la calle Guanajuato de la cabecera municipal de Colón.
La bienvenida está a cargo de una tercia de sarapes llamativos en colores, composiciones geométricas y un ambiente cálido que recorre el pasillo hasta el lugar donde se encuentra su telar: su formidable jornalero de madera de más de 60 años de existencia.
Es originario de El Zamorano y al frente de este telar, que compró por mil pesos siendo un aprendiz, don José revela que a los 19 años comenzó a lavar y cardar la lana por invitación de un amigo.
«Se lavaba la lana. En ese tiempo aquí había mucha agua, entonces lavábamos en agua corriente y en el cerro había un material que se llamaba membrillo, entonces cortábamos unas varas, las asábamos para que se pudieran doblar y colocábamos la lana para que esponjara. Todo eso hacíamos y era muy dilatado. Es el inicio del proceso del trabajo de la lana», recuerda.
Seis décadas atrás —recapitula— en Colón el sarape era una prenda común que utilizaban las personas que trabajaban el campo en tiempos de frío, «porque no había chamarras». El jorongo se sujetaba a la cintura para permitir mayor movilidad y entre descansos, los campesinos guardaban sus manos dentro para subir la temperatura que los helaba a la intemperie.
El uso de textiles de lana tiene un origen histórico, cultural y circunstancial en lo que respecta a la disponibilidad de la materia prima en Colón. Su fabricación envuelve en sí elementos simbólicos del proceso creativo. El artesano entrega sentimientos, deseos, ilusión y vida; por lo que la propia identidad del pueblo se teje en piezas de lana que resguardan su vehemencia.
Don José Rivera es caballero y guardián de esta tradición. Con casi 80 años de edad alimenta constantemente su pensamiento de creador con ideas frescas para conseguir nuevos tintes naturales y nuevos diseños. Iniciativas que, si bien pueden significar un punto de giro para las composiciones tradicionales, guarda lealtad a la conservación de la iconografía regional. A la técnica se le rinde un respeto intacto. Los errores no se perdonan, si se presentan, es preciso destejer y comenzar de nuevo. En esta espiral de Sísifo es de donde se yerguen los Maestros.
A lo largo de la historia el sarape se ha introducido en el espíritu del pueblo como un elemento clave. El municipio de Colón tiene en su escudo de armas, un sarape flotando entre paisajes naturales y ha sido inspiración para corridos, canciones y poemas.
De tal forma, estos textiles son una narrativa de la historia y del entorno. En tiempos pasados el diseño recaía mayormente en los colores naturales del borrego: blanco, café, negro o gris. Las grecas y motivos obedecían a los elementos del paisaje. Así se hicieron populares las figuras de espigas, piñas, lanzas, biznagas, flores, gusanos o mariposas; grecas de zapatito, boca azteca, de la “X”, de olas, de serpiente, de cadena, cabeza de caballo o en forma de T y los dibujos como caballos, gallos o herraduras.
Cada sarape se vendía en aquel entonces en 50 o 60 pesos, según la complejidad del dibujo. Actualmente un sarape puede ir de los 1500 a los 25 mil pesos, o aun más costosos, en razón de los materiales, la técnica y el diseño. Si se cuida bien, puede llegar a tener 20 años de utilidad.
José Rivera Rivera recuerda que fue un aprendiz de los artesanos mayores. Anteriormente, cerca de lo que hoy es la Presidencia Municipal decenas de artesanos se congregaban en la cooperativa Telanco, a la cual se sumó para seguir tejiendo historia y cultura.
A la fecha es uno de los principales promotores para la conservación de esta artesanía. En el 2018 impulsó, de la mano de las autoridades locales, la creación del Primer Concurso Nacional del Sarape con sede en Colón.
En Plaza Soriano se consolidó por primera ocasión esta iniciativa con la participación de 32 piezas provenientes de diversos estados del país. Con ello, el sueño de don José y de decenas de artesanos ha ido adquiriendo forma y Colón, la «Tierra del Sarape» se va convirtiendo en referencia de esta artesanía a los ojos del país.
Este 2021 se realizó la cuarta edición, en la cual, participaron 62 piezas de siete estados.
Don José Rivera ganó una mención honorífica.
Los 11 pasos primarios
Don José Vega Ibarra, maestro de la Escuela del Telar, dice que para elaborar un sarape artesanal de lana se tienen que cumplir 11 pasos primarios.
Esquila de oveja: se retira la lana del borrego y se aparta la blanca de la gris y la negra. Se lava, de preferencia en la corriente del agua, por montoncitos que tradicionalmente se colocan en cestos conocidos como “chiquihuites”. Finalmente se tienden al sol por tandas en un terreno empedrado o pavimentado, «donde no se levante la tierra».
Cardado: en medio de dos cepillos rectangulares de cerdas metálicas se coloca la lana trasquilada y se frota para formar un algodón uniforme que será enrollado en taquito.
Hilado: una parte del taquito se guarda entre las manos y se genera fricción para adelgazarlo e introducirlo en la rueca —rueda— que sirve para tensar la lana y convertirla en hilo.
Encanillado: se enrolla el hilo en carrizos con ayuda de la devanadera (instrumento de madera tradicionalmente manejado por los niños) y se forman madejas.
Lavado: una vez formada la madeja de lana se lava nuevamente con jabón en polvo, detergente o suavizante.
Teñido: según las características del diseño se procede a pintar la lana, ya sea con tintes naturales extraídos del entorno: cáscara de nuez, vaina del huizache, añil, pericón, cochinilla, tuna o cempasúchil, por mencionar algunas del abanico interminable de alternativas que ofrece la región. O bien, con anilinas.
Las tintas naturales se sellan con crémor tártaro; las anilinas con ácido sulfúrico. Al finalizar este proceso, la lana pintada se vuelve a lavar.
Urdido de tela: Se entreveran los hilos verticales en el avío del telar para formar el lienzo donde será tejida la prenda.
Anudado: Se enrolla la madeja en el puente del telar, lo que servirá como almacenaje para contar con el material suficiente al tejer la pieza de acuerdo a su tamaño.
Diseño: El diseño artístico de un sarape puede recaer en figuras tradicionales: grecas, piñas, lanzas, herraduras, gallos o caballos. La innovación, por su parte, tiene como fuente la imaginación del artesano.
Tejido: Se prepara el telar de pedal con el número de hebras indicadas en relación al tamaño de la pieza. Se coloca el hilo de lana en la lanzadera y se arroja de izquierda a derecha para formar el sarape, línea por línea.
Terminados: Al finalizar se añade un bordado de macramé para rematar la pieza y se peina de inicio a fin para evitar que el sarape pique al entrar en contacto con la piel.
Este procedimiento puede mantener al artesano del entrepecho al respaldo del telar por varios meses. Cuanto más fino es el tejido, más tiempo y trabajo exige.
Qué maravilla de sarapes de lana. Sus colores y diseños son hermosos.