Hoy, los ojos ámbar de la vieja dragona se abrieron con lentitud, la hierba crecida le impedía vislumbrar la querida Cumbre Dorada del Sur, donde cada media luna, entre llamaradas juguetonas y risas, se reunían a contar historias ella y los dragonzuelos de entre trescientos y mil doscientos años de edad.
Dragona contaba historias porque pensaba que eran ventanas poderosas al pasado, ¡y al futuro! Y que eran mucho más eficaces que las tradicionales bolas de cristal y las varas mágicas en cuanto a su capacidad de hacer ver; y creía que eran aún superiores a las pantallas digitales que se inventarían un millón de años después, cuando tanto los dragones como la fantasía se hubieran extinguido de los cerebros humanos.
También contaba historias a otros dragonzuelos, así podía ver e intercambiar lumbreras, bramidos y jugar a volar con sus dragonzuelos-nietos, víctimas, con ella, de un hechizo. Tal hechizo consistía en una barrera invisible, pero real, que rodeaba la alta torre donde vivían los pequeños, contra la que Dragona se había estrellado cuantas veces intentó cruzar, y es que la barrera era más fuerte en tanto no parecía estar allí.
Dragona deseaba anidar un poco en el pensamiento de sus dragonzuelos-nietos y que supieran que había una vieja escamosa, verde y violeta ⧿su abuela⧿ que los quería; deseaba que lo supieran de tal manera que ni siquiera se dieran cuenta de tan natural que les resultara estar un algo habitados por ella… pero, ¿cómo, si allí estaba la barrera? ¡Ah!, pensó un día, ¡las historias! Si las historias permitían ver el pasado y crear futuros… también podrían servir para hacer caminos. “Andando” ⧿se dijo un día.
Dragona, a pesar de sus 6,700 años, aún disfrutaba entendiendo cosas nuevas, así aprendió dos cosas: una, que no todo lo saben los viejos fuertes y hábiles nomás por serlo, y es que el conocimiento es vastísimo y tiende a necesitar una forma distinta a cada nueva situación: el hechizo en este caso; y dos, que no tenía poderes sobre el muro, pues este se alojaba en el corazón de su propio hijo y los muros invisibles no pueden derribarse porque no son materiales.
Sólo el dueño del corazón, si se reconoce hechizado y quiere, puede disolverlo. Se sintió sabia cuando comprendió por qué se estrellaba cada vez contra el muro y agradeció no haberse tardado más en entenderlo pues, a resultas de su terquedad, cojeaba de una pata, se le había descarapelado el pecho y su larga cola estaba quebrada en dos puntos, además, había quedado algo rígida del cuello y eso la incomodaba para volar.
En estos momentos, recordemos, Dragona yace sin fuerza sobre su costado. Sucede que fue alcanzada por una flecha y las escamas verde tornasol brillante de su cabeza se ven agrietadas, se le quiebran con facilidad y están opacas; ahora, su anterior ligereza y versatilidad para cortar el aire a la hora del vuelo es un lastre de peso mineral. Dragona, en estos momentos, absorbe oxígeno, hincha los ollares y expulsa un fuego débil, pero suficiente para arrasar los hierbajos que le estorban la visión, porque alzar la testa para mirar a la distancia ya no puede.
En la Cumbre Dorada del Sur amanece, y Eos, la aurora de dedos como rosas, anuncia la luz del día. Dragona ve, no esta segura… escucha con los poderes que le quedan… los dragonzuelos, todos, están reunidos, ¿qué dicen? Dragona acalla su propia respiración para alcanzar a escuchar las vibraciones del sonido lejano… Los dragonzuelos, entre ellos sus nietos, ¡discuten una historia! Una… que ella les narró. Su nieta mayor propone: “No repitamos como tontos, cambiemos personajes”. “¡Que sean gatos!” ⧿propone otro. “¡Sí!” ⧿corean los más pequeños, y el nieto menor agrega: “que sean gatos de colores, como la pulsera de la historia, ¡eso no es copiar!”. “Yo quiero ser azul”, “y yo rojo…”. “¡Formemos un arcoíris donde quepan todos los gatos”.
Dragona sintió líquida la comisura de los ojos y con un bramido feliz, casi inaudible, lanzó una flamita última: ¡Por medio de las historias compartidas, ya habitaba en sus nietos, como ellos vivían en ella!
Tenía una flecha de un grupo humano enemigo en el entrecejo, único sitio mortal en los dragones, y aunque ella era fuerte estaba muriendo.
Su cuerpo ahora alimentaría al buitre Griffon de las alturas, y a cuanto animal carroñero y descomponedor hubiera en su cima. Al final, hongos y bacterias la convertirían en abono y fertilizaría la tierra, después, el aire mecería la hierba cuando estuviera alta de nuevo.
“…la barrera era más fuerte en tanto no parecía estar allí.” Que hermoso acomodo de letras.
Sólo que no sé si en realidad las barreras invisibles se pueden derribar…
Josué: se puede, Josué, si el que erige la barrera es tocado por la inteligencia y el amor.
Tiene unas lindas metáforas.
La dragona es como las abuelas que escriben historias para sus nietos y así trasciendan el tiempo
Es así, querida abuela creadora y contadora de historias.
una belleza inmaterial, que placer leer esta invisibilidad.¡¡
Gracias, Hazael, es cierto: lo invisible está allí.
Hermosa metáfora de la incomprensión entre familiares. Las barreras invisibles suelen ser las más duras. Pero si florecen las semillas en el corazón de los nietos/as entonces la magia del amor y la imaginación de la abuela no tendrá límite. No habrá barra que pueda detenerles.
Íntimo y entrañable comentario, Mónica… me tocaste.
Alegria .tristeza y un buen recuerdo para sus nietos
Lo importante es dejar algo bueno en alguien, recuerde o no recuerde de dónde salió ese algo. Cuando menos, eso basta para dragona.
Bonito cuento, Paty, con un trasfondo enigmático
El trasfondo enigmático, Soc… ¡lo notaste!
Espléndido cuento con estos seres reyes de las criaturas míticas, que aparecen de diversas formas en varias culturas del mundo, muchas felicidades prima.
Gracias, primo y es cierto: los seres míticos andan por todas partes y, un algo nos habitan.