Cuando Donald A. Wollheim escribió en uno de sus más célebres relatos lo siguiente: “… supongo que el extraño de la capa negra no temía a las mujeres, sino que desconfiaba de ellas…”, tal vez, sin proponérselo, abordó un fenómeno que actualmente tiene denominación científica, más no explicación probada.
Su relato se llama Mimic, fue escrito en 1941 y alude a la sorprendente capacidad de ciertos organismos para mimetizarse y pasar por otra cosa ante los ojos de sus presas que, dado el camuflaje del depredador, se vuelven más vulnerables.
El mimetismo es, de hecho, un éxito evolutivo que ha permitido a ciertas especies emplearlo como medio de supervivencia, ya para evadir el riesgo y escapar o para pasar inadvertido antes de lanzar un ataque, reduciendo así la probabilidad de fracaso. Pero, ¿podría el mimetismo extrapolarse a artefactos tecnológicos que, en el futuro cercano, se confundieran con personas, y que al interior de las sociedades parecieran individuos?
Cuando Wollheim escribió su relato aún no existían androides ni cyborgs, sino solamente en los textos de ciencia ficción. No obstante, en las subsecuentes líneas de su texto apuntala con asombrosa precisión el concepto del fenómeno que nos ocupa:
Las mujeres observan a los hombres, tal vez, con mucha más atención de lo que otros hombres lo hacen. Las mujeres pueden recelar más pronto de la falta de humanidad, del engaño (Wollheim, 1942).
Aun cuando el texto no se relaciona con los robots, lo referimos aquí porque, al carecer de humanidad, los robots, por más inteligencia (artificial) que posean y por más hábiles que sean para desempeñar tareas, incluso imposibles para nosotros, jamás nos parecerán iguales.
Actualmente, los robots cuentan con apariencia sorprendentemente humana y su inteligencia los habilita para aprender, sobre la marcha, a responder y reaccionar a cientos de miles de estímulos e información casi de manera idéntica a como lo hace una persona, con la particularidad de que mientras a nosotros nos toma una vida lograrlo los androides lo hacen de manera instantánea.
En el año 2017, Sophia, una robot creada por una empresa de tecnología de Hong Kong, fue reconocida como ciudadana de Arabia Saudita gozando incluso de mayores derechos que las propias mujeres saudíes.
En este punto, la ciencia ficción y la realidad colisionan, y en el contexto que los filmes hollywoodenses han creado, en torno al momento en que las máquinas toman el control de todo y se vuelven contra la humanidad, cobra vigencia y relevancia. ¿Podrán los robots algún día pasar desapercibidos entre nosotros? Si en inteligencia ya nos superan, en apariencia, ¿podrán engañarnos y confundirse con seres humanos?
Al respecto, en 1970 el pionero japonés de la robótica Masahiro Mori desarrolló una teoría que buscaba explicar la respuesta emocional humana hacia artefactos (robots, cyborgs, androides, autómatas, etc.) con apariencia humana. Halló que la empatía fue la respuesta cuando no hubo manera de distinguir un robot (o un dispositivo protésico) de una persona o un miembro humano. Sin embargo… sólo hasta cierto punto. Una vez alcanzado el máximo de aceptación, de manera abrupta la empatía se convertía en repulsión, desconfianza, aversión y rechazo, ¿por qué?
Regresando a Wollheim, tal vez porque en nuestro subconsciente subyace algún mecanismo de defensa que nos advierte del engaño, de la falta de humanidad y de la carencia de elementos consustanciales a las personas: solidaridad, generosidad, compasión, afinidad, identificación, comprensión.
La teoría propuesta por Mori se denominó “valle inquietante” (unncany valley) porque es justamente un valle la figura que describe la pronunciada caída de la curva que separa la “familiaridad” del “repudio”.
Para los científicos de la robótica, el valle inquietante es un obstáculo que sus próximos desarrollos tecnológicos deben solventar para hacerlos cada vez más idénticos a los humanos. Para nosotros, es un medio intuitivo para detectar la asechanza, que quizá, como Wollheim supuso, está presente desde tiempos remotos en la psique humana ―principalmente femenina―, cuando algo que pretendía parecerse a los homínidos vigilaba y daba caza a nuestros primeros ancestros.
Y a usted, ¿alguna vez le ha inquietado la presencia de alguien por motivos que no ha podido explicarse?
Nota: el cuento de Mimic de Donald A. Wollheim es también la base del argumento de la película estadounidense homónima, del año 1997, dirigida por Guillermo del Toro.