Una de las muchas obras geniales de literatura de ciencia ficción —y en este particular caso, además satírica— escritas por Julio Verne, que resultaran también proféticas, fue De la Tierra a la Luna. Esta novela, que inicialmente apareció publicada en una serie de entregas entre el 14 de septiembre y el 14 de octubre de 1865 en el Journal des débats politiques et litéraires, se convirtió en realidad cuando el 20 de julio de 1969 el Apolo 11 logró posar sobre la superficie selenita al primer hombre, el estadounidense Neil Armstrong. Desde esa fecha y hasta el 14 de diciembre de 1972 —hace más de 49 años— doce humanos han pisado la superficie de nuestro satélite natural, aunque entre ellos todavía no se cuenta mujer alguna.
Pero esto podría cambiar pronto, por fortuna, pues desde el 2017 la Agencia Nacional Aeronáutica y del Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) recibió la autorización para iniciar el Programa Artemisa, cuyo objetivo es regresar la presencia terrícola a suelo lunar para el 2024, pero esta vez asegurando que pise su blanco regolito el primer pie femenino. El Programa Artemisa lleva el nombre de la antigua diosa helena del terreno virgen, las doncellas, la virginidad, la caza, los animales salvajes y los nacimientos; siendo, por supuesto, la primera causa lo que vuelve tan apropiada la denominación dada por la NASA a este programa espacial.
Esta nueva campaña selenita busca convertirse en la siguiente etapa hacia el establecimiento de la presencia humana sostenible tanto en el suelo de la Luna, como en su órbita; a finde que estos asentamientos funcionen como la estación intermedia entre los futuros viajes “De la Tierra a Marte” —sugerente título para una nueva entrega de la saga iniciada por Verne que, en este Siglo XXI, evidentemente ya no podría ser catalogada en el género de ciencia ficción—, y por ello se acompaña de otros programas como el de la Plataforma Orbital Lunar.
Si bien el Programa Artemisa es ya en sí mismo trascendental para el futuro de la humanidad, desde el pasado 9 de diciembre del corriente también lo es para nuestro país pues, a invitación de la actual vicepresidente de los Estados Unidos de América (EUA), Kamala Harris, México, a través de la Agencia Espacial Mexicana, se unió al equipo de tal empresa internacional liderada por la NASA, en la que ya participaban las agencias espaciales de Europa, Japón, Canadá, Australia y Brasil.
La integración de nuestro país a este esfuerzo del mundo occidental es, sin duda, la mejor noticia que podríamos recibir los mexicanos en el ámbito de la investigación científica y del desarrollo tecnológico. Los programas espaciales generan una enorme cantidad de subproductos tecnológicos que son luego transferidos a la vida cotidiana, mejorando nuestra comodidad y calidad de vida. Las cuantiosas inyecciones de recursos, la formación de talento en las disciplinas científicas e ingenieriles necesarias para resolver los retos y superar los contratiempos, terminan incrementandoel nivel de competitividad de la industria de los países que participan. Además, el logro de la misión eleva el orgullo nacional, aumenta la confianza en las capacidades propias, e infunde una cultura innovadora en la gente y empresas.
Por la otra parte, la invitación hecha a nuestro país por la Casa Blanca nos deja ver la importancia estratégica que nuestro país tiene para la primera hegemonía mundial. Los programas de esta naturaleza requieren del desarrollo de tecnologías de punta, en telecomunicaciones, navegación, posicionamiento, etc., que otorgan ventajas a las naciones que los desarrollan sobre las demás que se mantienen al margen. Por lo tanto, para los EUA resulta muy importante que un país como México, vecino, socio comercial y aliado de facto, se integre al bloque occidental en este sector y deje atrás sus tentaciones para comenzar a volar solo, como pudo haber parecido que intentaba hacerlo con el anuncio dado a conocer hace unos meses por el canciller Marcelo Ebrard —durante la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños—, acerca de la participación mexicana en la creación de una Agencia Espacial para Latinoamérica y El Caribe; o, peor aún, abra espacios para la intervención de países como China o Rusia.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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