Bruce Wayne está sentado en medio del salón, rodeado de cinco periodistas. Lo han convocado para conmemorar el trigésimo aniversario de la “muerte” de Superman — ocurrida en 1992— a manos de aquella bestia invencible llamada Doomsday.
La transmisión es en vivo. La CNN hace un paréntesis amable en sus informaciones, inclinadas todas ellas a la inminente conquista de la izquierda en el mundo.
Periodista dos: Ahora está solo entre los superhéroes.
Bruce Wayne: No se crea. En algún rancho estarán ocultos George Bush y Donald Trump.
Periodista cuatro: Nos referimos al deceso inesperado de su colega hace ya prácticamente tres décadas…
Bruce Wayne baja la cabeza. En su oreja derecha pende un arete.
Bruce Wayne: Clark Kent vivía la fase superior de la depresión. Le recomendé a mi psiquiatra, pero estaba de un insoportable. Incluso, y esto fue algo que charlamos en su momento Flash Gordon y yo, se metió a la bebida cual ebrio desesperado.
Periodista uno: Esta sí es una noticia. La ignorábamos.
Se oye un mínimo susurro en el salón televisivo. Las cuatro cámaras van de un lado a otro, no están nunca inmovilizadas en un sitio.
Bruce Wayne: Luisa Lane está mortificada por ello.
Periodista tres: Disculpe la insinuación, pero se dijo que usted y Luisa Lane salían con inusitada frecuencia. Se les veía por las noches en algunos restaurantes de lujo.
Bruce Wayne: No es un misterio. Acudió, y acude aún, a mí porque no pudo controlar en los últimos días a Superman. Porque, bueno, al decaer la popularidad del llamado Hombre de Acero, Luisa y él decidieron vivir juntos. Jaime Olsen les rentaba el cuarto de servicio.
Periodista dos: Pero se decía que Luisa Lane no sabía que Clark Kent era Superman.
Bruce Wayne: Mitos. ¿Usted sabe que alguien ignore en la actualidad que yo soy Batman? ¡Por Dios! Los mitos ya son cosa del pasado. Cuando Clark salía a la calle y los niños lo acosaban, el mundo empezó a venírsele abajo. Los escuincles vociferaban: “¡Que vuele, que vuele, que vuele!”, gritaban. Una vez, en las playas de Acapulco, creyendo que su personalidad todavía era anónima, corrió a un vestidor para transformarse en Superman y salvar la vida a un señor que se ahogaba más allá de las olas. Pues ni logró salvarlo ni jamás salió vestido de Superman. El vestidor al que corrió era de mujeres y una ancianita lo cacheteó.
“—Ya está demasiado crecidito como para no haber visto a ninguna mujer desnuda, Clark. Y las mexicanas no vamos a ser motivo de sus experiencias sensuales. ¡Sáquese de aquí!
“Clark salió del vestidor acongojadísimo.
“Una rechifla lo recibió en la playa.
“—¿Ya no vuelas como la mosca, Superman? —gritaba encolerizada la gente.
“Luisa Lane, ruborizada, lo dejó solo recostado en la arena para regresar al cuarto del hotel. Fue penoso. Digo, Clark Kent no supo modernizarse: ¡estoy seguro de que hoy no sabría configurar los contenidos de las redes sociales! Ya ven que luego dizque reaparece para volver a brillar contra el Mal. ¡Puro artificio mercantilizado! Mírenme a mí, siempre rejuvenecido, aunque el próximo 30 de marzo cumpliré 83 años de edad, pero aparento apenas tener una treintena. Ya saben: soy vegano, no bebo ni fumo, no me meto porros ni compito en peleas clandestinas, subo fotos en Instagram y tuiteo mucho más que Trump.
“En cambio, para Clark los ochenta fueron los sesenta. No supo nunca de la muerte del rock, por ejemplo. Ni de que su apariencia de bonachón inglés era absolutamente extemporánea en los tiempos que corren. Vean ustedes, simplemente, nuestros trajes. El de Superman era azul y rojo. Parecía defensa central del equipo de futbol soccer Atlante. Mi traje es negro, como el buen Caballero Oscuro que soy. De la posmodernidad. Parezco el líder de una banda de hip hop de Cali o de Jamaica o de Mississippi o de Tepito”.
Periodista uno: Se le vino encima el mundo a Superman, entonces.
Bruce Wayne: Nunca entendió por qué derribaron el Muro de Berlín.
“—Me hubiesen llamado a mí, Bruce —me dijo, inquieto—, yo lo hubiese hecho pedazos de un puñetazo.
“Cuando le dije que los hombres lo querían hacer personalmente como un símbolo de una caída ideológica, se quedó de a seis.
“—En Ciudad Gótica todos son capitalistas y todos creían que Fidel Castro les iba a quitar su dinero —le expliqué—. Pero esas son simplezas. El mundo va más allá de la bondad y la maldad. Deja tus lecturas de Hermann Hesse a un lado. Ahora lee a Bovero, a Umberto Eco…
“Hoy tal vez el pobre creería que un Estado monopoliza su industria cuando en realidad la expropia, en todo caso.
“No pudo sobreponerse a este otro mundo. Ya ven, yo amo también a Gatúbela. Amo a mis contrarios”.
Periodista cuatro: Superman, sin embargo, era parte del sueño americano.
Bruce Wayne: Lo era, hasta que los norteamericanos se levantaron por fin de la cama y empezaron a tener pesadillas.
“Superman no hubiera dado crédito al ungimiento político de Barack Obama en 2009, ¡17 años después de su muerte! Porque seguía dormido y soñando. ¿Por qué Doomsday lo mató a golpes? ¿No había sobrevivido hasta a bombas atómicas, incluso a la kryptonita misma? En cambio llega un monstruo y lo mata. Además, hay que observar de dónde viene Doomsday. Ojo. Doomsday es construido por el gobierno en un programa secreto. Es decir, y esto no necesita mucho análisis, el gobierno al que tanto protegió Superman es el mismo que lo manda eliminar, acaso de manera involuntaria. Y curiosamente se da en un periodo de cierre republicano. Bush no quería más héroes que le allanaran el camino. A la muerte de Superman, Bush quedaba solo”.
Periodista tres: ¿Y usted? ¿Y Flash Gordon? ¿Y Aquaman?
Bruce Wayne: Somos harina de otro costal. Pertenecemos a Hollywood. Yo le bajé la mujer a Mickey Rourke, por ejemplo. ¿Qué hizo, en cambio, Superman? ¡Seguir volando para salvar vidas, hágame usted el favor! Cuando ya estaban la DEA o el FBI o los tiras mexicanos. Superman nunca se enfrentó a un patrullero de la Calzada de Tlalpan. O a unos agentes de la Santa María la Ribera. Eso sí hubiese sido una bronca. Pero no. Sólo tenía contrincantes medio inútiles: Luthor, por ejemplo, odiaba a Clark Kent… ¡sólo porque lo había dejado pelón! Niñerías de este tipo.
Periodista dos: Su discurso es muy cosmopolita.
Bruce Wayne: Gracias por el reparo. Viajo mucho. A México voy seguido. Ahí me ven como un líder cuando despliego mis enormes alas de murciélago. Me ven como el roquero que nunca tuvieron. A Superman ya lo habían olvidado. Luisa Lane, cuando fue a verme, quedó sorprendida.
“—Oh, Batman, creí que eras un poquitín más alto —dijo.
“Yo soy gente normal, no un basquetbolista.
“A partir de ahí quedó prendada de mí.
“En México tuve un problema que ya mero acaba en gresca. Lane, enamorada de mi corta estatura, es atraída por los hombres bajitos. La conquistó a primera vista un tal Manzanero. Fui a verlo.
“—Tú a tus cosas, chaparrito, y yo a las mías —le dije, mirándolo directamente a sus ojos. Éramos de la misma estatura. El tipo no volvió a enviarle rosas a Luisa. Faltaba más. Y faltaba menos, cómo no”.
Periodista cuatro: Entonces, no niega su affaire con la esposa de Superman.
Bruce Wayne: No niego que es más amorosa que Kim Basinger. Pensamos casarnos en 1995, pero le pareció una impertinencia hacerlo sólo tres años después de la muerte de su examado, así que decidimos cancelar la boda y vivir en unión libre.
Periodista uno: ¿Por qué el gobierno mandó construir a Doomsday?
Bruce Wayne: ¿Sabe usted por qué el gobierno chino mandó a matar a los estudiantes en Tiananmén? ¿Sabe usted por qué la base sindical de su gobierno quiere matar a la única agencia informativa del Estado con la aquiescencia bendecida de los medios de comunicación? ¿Sabe usted por qué el propio gobierno de Pinochet mató al gobierno de Salvador Allende? Ese programa secreto, denominado Cadmus, no tenía en sí ningún objetivo. Doomsday odiaba como instinto natural. Vio a Superman y lo mató a golpes, sencillamente. Lo que no se dijo en ninguna agencia noticiosa es que Superman iba cruzadísimo. Aparte de haber ingerido dos litros de ron jamaicano, había visto una telenovela mexicana. Estaba totalmente fuera de esta órbita.
Periodista dos: Pareciera que quiere usted minimizar la muerte de su colega.
Bruce Wayne: No. Lo que sucede es que la gente cercana a Kent sabía que antes incluso de su muerte ya estaba bien muerto. Aunque lo podemos ver surcar el cielo tan campante de vez en cuando. Yo a veces creo verlo y me levanto de la cama de inmediato y dejo a Luisa Lane entre las sábanas. Vivo en el temor. No quiero imaginarme a Superman reclamándome asuntos de amor. Sería ridículo.
Periodista cinco: Como su uniforme, Batman. ¿No le parece ridículo desplegar sus alas a la mitad de la noche y seguir queriendo encubrir una personalidad que ya todos conocen?
Bruce Wayne: Ridículos, los locutores. Disculpe usted. Pero yo soy, antes que nada, un actor. ¿Acaso usted no vitorea un sombrero nuevo de Elton John o una ridícula coreografía de Lady Gaga? Porque antes que músicos, son actores. Por eso sucumbió Superman. El pobre se creía salvador del mundo. El único justiciero del mundo. Ni el Llanero Solitario se la creyó tanto. Digo, ¿para qué sirven los presidentes de los diferentes países?
Las luces se van difuminando.
Entretenido relato y con alegorías interesantes.
¡Genial!