Este 22 de abril está programado el referéndum de revocación de mandato, después del aplazamiento de fecha realizado por el INE. Hay obstáculos importantes para su realización: la reducción al presupuesto del INE y el 40% mínimo requerido para que sea legalmente vinculante.
El referéndum revocatorio ha sido una de las obsesiones más viejas de AMLO. Este será su cuarto referéndum desde 2018, todos han estado muy por debajo del 40%. AMLO está consciente que será casi imposible alcanzar el mínimo requerido, 5 millones más de votos que en 2018.
Encuestas recientes muestran que cerca de dos tercios de la población aprueban su administración y ven en este referéndum una prueba de honestidad, comparándola con administraciones pasadas. AMLO alega que sentará un precedente empoderar a los ciudadanos para sacar a sus gobernantes. Se tiene la impresión de que nada podría ser más democrático que dejar la decisión directamente en manos de la gente. AMLO lo disfraza como un gesto desinteresado y democrático, sin embargo, el carácter potencialmente democrático del proceso ha sido viciado por los pactos políticos y objetivos personales del presidente. Este referéndum no es impulsado por los votantes insatisfechos, sino por el propio posible afectado. Esta lógica invertida refleja la realidad del sistema político mexicano. Este voto puede ser usado para activar la base electoral de Morena antes de las elecciones de junio.
AMLO pretende garantizar no sólo que Morena mantenga el poder a partir de 2024, sino también evitar luchas intestinas en la sucesión presidencial. Una victoria en este referéndum reforzaría su autoridad. AMLO legitimaría también sus políticas, mantendría a la oposición a la defensiva y la maquinaria electoral de Morena estaría engrasada para seguir avanzando a nivel estatal. Los seis estados que celebrarán elecciones en junio del 2022 –Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas– no están en manos de Morena. Una victoria también le daría a AMLO un mandato popular renovado y ampliado.
Preocupante nos debe resultar la condena de AMLO a instituciones y agencias que limitan su poder, como el INE. AMLO y el INE han estado en desacuerdo político desde antes del 2018. Si este referéndum no alcanza el umbral de victoria vinculante, AMLO podría debilitar al INE. La ofensiva podría ir más allá de la retórica y ser excusa para remplazar figuras en instituciones. AMLO concibe su poder en función de que las personas reiteren su apoyo activamente. El pasado 21 de diciembre dijo que si el INE no celebra su referéndum los ciudadanos podrían organizar una votación no vinculante por su cuenta. AMLO entiende a la democracia de forma directa, sin necesidad de instituciones, visión peligrosa para la supervivencia de la democracia.
Sin el aparato institucional del INE y sus mecanismos de supervisión y transparencia, no se garantiza un referéndum justo. Los referéndums parecen ser la manifestación perfecta de la democracia a primera vista, pero la historia nos ha demostrado en repetidas ocasiones que la democracia directa ha servido para subvertir la causa democrática. Los referéndums sin controles son peligrosos para la democracia.
La creciente ola de populismo está acompañada por una corriente subterránea de oportunismo político. Los referéndums son la oportunidad perfecta para fortalecer esa combinación. Cuando reducimos problemas complejos a preguntas dicotómicas, simplificamos peligrosamente la realidad política.