These dreams go on when I close my eyes
Every second of the night I live another life…
(Estos sueños continúan cuando cierro los ojos,
cada segundo de la noche vivo otra vida…)
These Dreams. Heart. (1985)
― ¿Alguna vez has tenido un sueño, Neo, que pareciese muy real?
― ¿Qué ocurriría si no pudieras despertar de ese sueño? ¿Cómo diferenciarías el mundo de los sueños de la realidad?
Así cuestiona Morfeo (encarnado por Laurence Fishburne) a Neo (Keanu Reeves) durante el planteamiento del filme The Matrix (Wachowski, 1999) y, a la vez, alude a uno de los enigmas científicos para el que no existe aún una respuesta irrebatible: ¿qué son los sueños?
No los anhelos o proyectos que se esbozan en la mente para el futuro, sino los episodios en los que nuestra mente divaga por escenarios irreales o lugares ignotos cuando nuestro cuerpo reposa profundamente, noche a noche, durante una tercera parte de nuestra vida. Cuando nuestro subconsciente, sin la censura del consciente, se libera e imagina cosas imposibles de existir en la realidad e, incluso, llega a anticipar sucesos.
El mecanismo fisiológico que representa el dormir (para la reparación de nuestro cuerpo y para las correctas funciones metabólicas del organismo) es tan desconocido como el significado de las ensoñaciones. Se sabe que, de manera paradójica, mientras dormimos nuestro cerebro despliega actividad incluso mayor que durante la vigilia, y que en la fase de sueño profundo algunas áreas del cerebro poco activas durante la conciencia denotan un dinamismo inusitado.
El dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca escribió hace casi cuatro siglos (1635) la obra La vida es sueño, en cuya jornada 3, escena 19, Segismundo (personaje principal) exclama en un monólogo (fragmento):
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Y cual si se tratara de un puntual augurio, otro Segismundo, 265 años después, en otro colosal soliloquio elaboró una amplia teoría sobre la naturaleza y significado de las ensoñaciones. En su obra monumental La interpretación de los sueños I y II, el considerado padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, inauguró un enfoque que, desde su publicación a inicios del siglo XX, prevalece hasta nuestros días: la función de los sueños es cumplir en el inconsciente (mientras se está dormido) los deseos insatisfechos en la realidad, por ello se despliegan no de manera literal, sino figurada o simbólica, actos o hechos que de manera vaga se relacionan con nuestra situación. Así, por ejemplo, soñar que uno vuela sería una alegoría de la necesidad de liberarse de un ambiente que nos preocupa y oprime.
Años después, un discípulo suyo, Carl Gustav Jung (1934), consideró que los sueños no son fabricados deliberadamente, sino que son “manifestaciones independientes y espontáneas del inconsciente, determinadas éstas por la situación interna del soñante”.
Sin obstar las teorías científicas que buscan explicarlos, el mecanismo de los sueños ha sido un enigma cuya importancia puede rastrearse en todas las culturas y épocas. Hay de hecho sueños que, según la historia, han cambiado el rumbo de la humanidad. En la Biblia los sueños son determinantes para el devenir del pueblo hebreo. La venida de Jesús se anunció en sueños. Los profetas Moisés, Jacob y Daniel, por mencionar algunos, también tuvieron sueños que resultaron auténticas revelaciones. La historia de José, apodado “el soñador”, muestra a su vez la trascendencia de las ensoñaciones para ese pueblo.
Y es que mediante los sueños se cree también que puede anticiparse el futuro. Fray Bernardino de Sahagún relató en sus crónicas que Papatzin, hermana de Moctezuma II, resucitó al cuarto día de su deceso para advertirle que había visto en sueños la caída de Tenochtitlán (Sahagún, 1577).
Son famosos los sueños que experimentaron personajes como Alejandro Magno, María Antonieta, Napoleón Bonaparte o Abraham Lincoln, mismos que resultaron auténticos presagios, que tras su ocurrencia fueron concluyentes para la existencia (o muerte) de los protagonistas y para el rumbo de la Historia.
Desde épocas remotas y hasta la fecha, se ha conceptualizado a los sueños como una vida alterna a la que se despierta, en tanto en esta realidad estamos dormidos. Parecería una simple fantasía, pero nuevas teorías de la física cuántica, como la idea de los multiversos, parece que, de alguna manera, respaldan esta hipótesis: Podemos ser entidades que tenemos varias vidas, a las que accedemos a través de los sueños, y a veces estas se vinculan de manera insólita mediante sueños proféticos o extraordinariamente vívidos, tanto que llegan a confundirse con la realidad.
En este sentido, las ciencias médicas tipifican ciertas patologías como la narcolepsia, en la que el tránsito entre la ensoñación y la realidad se vuelve confuso para quien la padece. Las pesadillas son otro fenómeno del sueño que tiene efectos sobre el ánimo y la salud de quien las sufre, principalmente, de manera reiterada.
El antiguo relato Sueño infinito de Pao Yu, de la autoría de Tsao Hsue-Kin, recopilado por Jorge Luis Borges en su extraordinaria antología de literatura fantástica (Borges, 1977) muestra, precisamente, cómo la realidad puede confundirse con lo que se sueña hasta el punto de no distinguir la diferencia.
Como en éste, los sueños han sido materia de infinidad de relatos y manifestaciones culturales a través del tiempo.
En 2016, Makoto Shinkai, un cineasta japonés, realizó la película de animación Kimi no Na wa (Tu nombre) que, en síntesis, cuenta una historia de dos jóvenes que entran en contacto en la realidad gracias a que se conocen en sueños. Esta historia se ha convertido en un fenómeno cultural y mediático entre los jóvenes, quizá porque destaca el valor de los sueños en las etapas iniciales de nuestra vida.
Se dice que los jóvenes son soñadores, tal vez porque reparan más en los contenidos de sus ensoñaciones que los adultos. No es casual que durante nuestros primeros años de vida pasamos más tiempo durmiendo.
La prisa actual, la angustia de descansar sólo lo necesario y la omnipresencia de las nuevas tecnologías en nuestra vida han hecho que cada vez reparemos menos en nuestras ensoñaciones. Por si fuera poco, sólo recordamos una pequeña parte de lo que soñamos a lo largo de la noche.
Hay quienes disfrutan soñar. A otros más sus sueños los atormentan e inquietan. Algunos ni siquiera recuerdan lo que sueñan.
¿Y si fueran nuestros sueños —como lo consideraban las culturales ancestrales— determinantes para nuestra existencia?
¿Y si tuvieran revelaciones significativas que aún no sabemos distinguir o interpretar?
¿Y si fuéramos, como lo sugiere el egregio poeta Xavier Villaurrutia en Nocturno preso (1939), los sueños de otros?