Mamá estaba exhausta tras uno de sus accesos. Una especie de magma volcánico la obstruía; llamaba sin poder hablar, temblaba y al final se derrumbaba, abatida.
Luci se disponía a cubrirla con una manta ligera, pero cuando la manta aún estaba en el aire se detuvo en actitud felina, al advertir una sombra salida de ninguna parte que se proyectaba en la sábana. Por instinto, fingió no haberla notado y, sin levantar los ojos, preguntó a la enfermera junto a ella sobre el repentino oscurecimiento. Pero, estaría distraída la chica, negó haber visto u oído cosa alguna; en cambio, miró su reloj, soltó un “hasta mañana” y salió como una exhalación.
Luci siempre sostuvo que los sucesos tienen un ritmo propio que no varía con nuestras prisas, así que, sin acelerar sus movimientos, cobijó a mamá, puso las manos sobre la cabecera de latón y, con cierto aplomo, se dirigió al cuerpo al que pertenecía la sombra:
–¿Es usted la…
–Buenos días, primero (respondió la visita con una inclinación). En realidad, también puedo ser él, es… como guste. Me confunden por los faldones, creo; y está la guadaña, ¿la ve?, la felicito: no cualquiera puede. Por cierto… como símbolo no funciona más, está, ¿cómo decirlo?, demodé. Ya nadie siega el trigo con una de éstas. Debería cambiar a un cuerno de chivo, mucho más corto, prestigioso… pero… más de cuatro kilos a mi edad, ¡ni para la foto!
Luci, seguro confundida con esa presencia tan parlanchina y transgenérica, estuvo a punto de olvidar todo cuanto había preparado durante la larga enfermedad de mamá para enfrentar el momento: no aceptaría prolongarle la vida artificialmente, no habría ocultamientos piadosos para con la enferma, quien tenía derecho a…
–¿Usted qué piensa?– preguntó la, perdón, el… mhh… al notar a Luci con la mirada clavada en algún punto más allá del piso.
–Na… da– contestó la pobre.
–¿Cómo? ¿Es usted de las que creen que no debo usar nada? Sépase –engoló la voz– que los símbolos son síntesis de cosmovisiones y que unifican los…
–¡P… perdón!– se explicó Luci– nada… quise decir que… me gusta su apariencia así, tradicional, sí.
–¡Gracias! Me alivia su punto de vista porque en ocasiones al notar que todo cambia mientras yo sigo siempre igual, pues…
Luci ya había hablado con todos: “Hay que estar preparados emocionalmente”. Tan penosa era la situación de mamá, decía, que tendríamos que aplaudirle cuando se fuera. A Benigno lo instruyó especialmente y a Elisa le recordó ayer mismo, sacándola aprisa del cuarto, que no llorara frente a la enferma. Y sí, cada uno hacía como podía: Benigno mejor casi no iba; Elisa, por su parte, ayudaba con algo de dinero y se paraba junto a la cama dos minutos por las tardes. Luci misma se había revestido con una especie de cubierta, a la que llamaba madurez, pero que más bien era un escudo bueno para evitar la salida y la entrada de sentimientos inútiles; aunque, si uno se fijaba, lo que no entraba ni salía se veía en su entrecejo: allí estaban las noches en las que se había dormido sin soñar, sentada, esperando algo con un horror al que se estaba volviendo adicta; entonces repetía en un murmullo: “Cuando le llegue a mamá la hora, voy a sonreír”.
Tal vez ensayaba su sonrisa, o de nuevo cavilaba cosas, porque cuando Luci escuchó a la visita preguntarle si se podían ir ya, al tiempo que la tocaba con dulzura en la mejilla, dejó de respirar: se puso pálida, luego fría y tuvo la sensación de estar dejando pendiente algo que no recordaba. Un minuto después, le pareció que todo marchaba bien, menos su madre, que regurgitaba magma y agitaba los brazos hacia ella, en un intento vano por llamar su atención.
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Un cuento con sarcasmo. Qué además recuerda que nadie se puede salvar de ese preceso. Humor negro del bueno. Felicidades Patricia.
Con tu cuento me acordé de la primera escena de Macario con la muerte, te mando un gran saludo prima
Genial…, me encanta la platica con la muerte bonachona, me recuerda la imaginación imaginada en algún momento…, con una genial sorpresa al final, encantado con un final bien planeado…
Me recordo a macario.muy bien
Se me hace difícil creer que alguien puede sonreir cuando sabe que su madre esta en el lecho de muerte. Creo que descansa cuando ella muere al igual que descansa la persona que muere. Cuando es alguien tan querido deja un gran hueco, un dolor que no se siente en el cuerpo pero se siente cuando respiras como algo que te falta, algo intangible. Sera que el ala siente la ausencia de esa alma que se alejo? Con el tiempo sana la herida y solo quedan los buenos recuerdos que estan presentes en las reuniones con los hermanos.
Magnífico mi gran señora Pat, cada día nos acercamos a ese encuentro transcendental…
Qué triste, me recordó cuándo falleció mi abuelita… Es triste perder aún ser querido, pero a la vez sientes un alivio saber que dejó de sufrir.
Muy bueno, aunque el juego de tristeza y gozo por la muerte no propicia una aceptación natural . Y al paso del tiempo se va curando la herida llevas por la pérdida de ése ser tan maravilloso y especial además de significativo para uno.
Saludos Paty.
Muy desconcertante, me recordó a mi abuelo mas que a la abuela. Los extraño y finalmente les deseo siempre feliz muerte por no decir vida o segunda vida acompañada de recuerdos agradables de todos nosotros, su familia.
Una situacion nada extraña, tratada con la sutileza que te caracteriza, Paty. Ironías tiene la vida. Muy bien.
Un tema que muchos evitamos , la muerte, y que todos deberíamos asumir como natural, bien manejado.
Me gustó mucho Paty, abrazo fortísimo.
Interesante la forma de transmitir un suceso natural como la muerte, se deja planteado que quizá la muerte no es el final.