A principios de marzo de 2020, cuando en el horizonte del mundo latía con fuerza la noticia del Covid, circuló la advertencia sobre un contagio masivo en nuestro país. Se acercaba el 8 de marzo, Día de la Mujer, y todavía no estaba clara la magnitud de la amenaza del virus. Sin embargo, por sobre ese panorama incierto, la indignación femenina ante la indolencia gubernamental con la violencia hacia la mujer aumentaba. Y nada detendría al numeroso contingente de mujeres que se plantó afuera de Palacio Nacional, lugar rodeado con gruesas murallas de acero macizo. Empezaba ya a quedar claro lo que hoy se muestra con franco cinismo: la insensibilidad y la no pocas veces manifiesta insolencia del presidente y buena parte de su gabinete hacia la grave situación que vive la mujer en el país.
No hay infundio en lo que aquí escribo. Baste recordar que al corto tiempo de haber asumido la presidencia, se anunció la suspensión de recursos a los refugios para las víctimas de la violencia, sin importar que es obligación del Estado garantizar seguridad. Lo anterior despertó el comprensible enojo y protesta de miles de voces que le recordaron a presidencia que la medida anunciada dejaría a más de 25 mil mujeres indefensas. La marcha –dijeron voces femeninas– se llevaría a cabo y, además, se agregó otra propuesta de acción: suspender labores el día siguiente de la marcha; el 9 de marzo sería “día de paro de labores de la mujer”.
En el escenario apareció entonces la voz de uno de los hombres más machistas y conservadores, perteneciente al ámbito eclesiástico: la del cardenal Juan Sandoval Íñiguez, quien hizo circular un video con un llamado suyo, dirigido mayormente al ala conservadora de las mujeres, para que no se unieran a la marcha y dijeran NO al paro de labores del 9 de marzo. Pero la respuesta femenina fue de tajante rechazo a un mensaje tan condenatorio como caduco, manipulador e insensible a una problemática dolorosa y viva para las miles de víctimas en este país. Y el multitudinario contingente marchó ese 8 de marzo y el paro de labores se llevó a cabo.
Quien esto escribe se unió al rechazo a las declaraciones del cardenal. Escribí entonces:
¿Se enteró que las mujeres con esos dones que tenemos de ser hadas, brujas, hechiceras, magas, hemos salido ya de la narrativa construida por falacias machistas para unirnos en un canto de esperanza; pero también de desafío y exigencia para que la violencia pare? ¿Nos quiere calladitas, serviciales, inmóviles, omisas y sumisas, sombras difusas, mirada baja, ante el dominio machista? ¿Qué quiere escuchar de nosotras? ¿El “sí cardenal”, “como usted quiera cardenal”, “mea culpa cardenal”? ¿Así cardenal? ¿”Para servirle cardenal”. “Suyo es el reino, poder y la gloria, cardenal”?
¿A qué juegan las mujeres con esto?, dijo por allí otra voz conservadora, uniéndose a la del cardenal. Las mujeres –fue la respuesta– no jugamos a nada. Nuestra vida es la que está en juego. En realidad, siempre ha estado en juego, pero nunca manifestado de esta forma tan brutal e inmisericorde como la de los últimos tiempos. Queremos ser libres de esta oscuridad en la que personajes como el cardenal y el patriarcado han decidido mantenernos, enfrentándonos a una división y enemistad entre nosotras mismas.
¿Acaso los casos aberrantes de abusos y violencia hacia la mujer no han nacido desde el mismo seno familiar donde hemos terminado por replicar los privilegios hacia los hijos varones y matar en las hijas mujeres cualquier acto emancipador? ¿No es al colonialismo y su sistema a quien debemos este opresor sentimiento de culpa que nos divide, causante de la poca empatía que antes mostramos unas con otras?
Hoy nos queremos libres para escuchar y ordenar nuestra esencia y sabiduría femenina que nos habita y que ha sido acallada por el distorsionado dominio patriarcal machista que ha lastimado las voluntades hasta matar la voz de la vida. Porque el centro de esta violencia se ha gestado allí, en la misma Iglesia y en coyuntura con el sistema político, con el empresarial. En todos los órdenes institucionales y fuera de él.
La violencia no está en lo femenino. Está en la construcción de ese machismo que ha deformado lo masculino y se ensaña con lo femenino. Por eso y más queremos y debemos construir otra forma de relacionarnos, más equitativa, más respetuosa, más equilibrada; donde lo masculino y femenino se replanteen desde la consciencia nuevos caminos para transitar el futuro.
¿A qué jugamos entonces?: Jugamos muy en serio a VIVIR. A vivir sin ser violentadas en ningún espacio de la vida íntima o pública. Y el paso ya se dio. Es firme y vigoroso, portentoso, enorme. Y se hace presente. Y avanza. Y permanecerá.
Y así sucedió también el 2021, cuando en plena pandemia la marcha del 8 de marzo no se detuvo ante la provocación de los grupos de choque que son “plantados” para provocar disturbios y colapsarla. Una manera de operar muy propia del sistema priista que prevalece. En esa ocasión hubo agresiones serias a las mujeres policías. La cifra arrojada fue de 62 ingresos al hospital.
La marcha continúo hasta el Zócalo, igualmente amurallado. El llamado “muro de la paz”, término usado por el presidente para disculpar su blindaje contra el reclamo feminista, fue transformado por las marchistas en el “muro de la memoria”, donde quedaron escritos cientos de nombres de las miles de desaparecidas en el país. Tal es la dimensión de la violencia machista.
Ni el presidente de Morena que ocupa el Palacio Nacional, ni Claudia, ni Martí
Este año, el número de participantes en la protesta aumentó con relación al de anteriores. Ni la insólita “información” de Claudia Sheinbaum, el propio Martí Batres y, ¡asómbrese!, ni la del mismo presidente de la república, advirtiendo que se esperaba una marcha agresiva, logró hacer ‘mella’ en las miles de mujeres dispuestas a reunirse en el Ángel de la Independencia. Pese a que desde Palacio se dijo que tenían información sobre “más de 10 grupos violentos que irrumpirían en la marcha”, el evento fue masivo.
Fue, doy fe y testimonio de ello, una marcha vital, potente, conmovedora, hermanada. Apoteósica. Ríos de pies de todas las edades marchando. Pancartas con consignas improvisadas o bien armadas. Conmovedores mensajes de aquellas que buscan a los suyos, que ya son de todas las que abrazan el dolor de los familiares y se unen a la búsqueda de la hija, la hermana, la sobrina, la amiga. La pancarta de la mujer anciana, sentada esperando el paso de la marcha y portando un letrero: “No puedo marchar, pero apoyo porque quiero que mis hijas y nietas caminen sin miedo. Las quiero vivas”.
El mensaje de una joven portando en la camiseta: “En memoria de todas las niñas que no les creyeron”. La letra negra, resaltando sobre un cartoncillo morado: “Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar”. Otra de las imágenes, tan estrujante como conmovedora, la de José Luis Castillo, padre de Esmeralda, desaparecida hace 13 años en Ciudad Juárez, Chihuahua, a los 14 años de edad. Este 2022 cumpliría 27. Don José Luis acude cada año a la CDMX, portando en el pecho un cartelón con la fotografía de su niña. Y una imagen nueva: mujeres policías unidas a la marcha con el brazo en alto. Imágenes insólitas nunca antes presentes en la manifestación feminista. Queda para el archivo de la historia de México tal muestra de unión femenina.
Vergonzosa imagen
Las anteriores son apenas algunas imágenes de testimonios conmovedores que se dieron este 8 de marzo. Opuesta a esa manifestación multitudinaria, vimos circular la fotografía de las mujeres del gabinete y de esta administración que las pinta y define de cuerpo entero: la imagen del patriarca rodeado de las mujeres que le blindan y cuyo comportamiento semeja al vasallaje.
El presidente aparece en ella rodeado de quienes antes abrazaron la causa feminista y la usaron para sus fines de ascender al poder. Mujeres que hoy son parte de una vergonzosa y denigrante supeditación al machismo rancio de quien desde el inicio de su gestión ha menospreciado el drama de las miles de violentadas. La fotografía las evidencia como producto de una sociedad que ha normalizado el culto a la figura del poder. La obediencia y sumisión a un hombre que gusta de las loas y del control. Muestra la ceguera y complicidad, o si se quiere, la sumisión inconsciente hacia la figura patriarcal y que omite la no acción del presidente hacia los feminicidios. La de mujeres facilitadoras y parte de un entramado de complicidades con el macho empoderado que les ofrece su cobijo en tanto no se salgan de la narrativa que él crea y ellas apoyan y reproducen.
Para reflexionar.
Lo público de lo privado y “el pi&o fest”
Guste o no, el movimiento ya cobró su aliento propio y nada lo detendrá. Acciones antes impensadas aparecen en escenarios “conservadores” de universidades privadas, en las que jóvenes, hartas también del abuso del que son objeto, se unen y dicen ¡basta!
Eso ocurrió justamente el 8 de marzo por la mañana, cuando decenas de jovencitas estudiantes se rebelaron contra la normalización del acoso, el asedio y las conductas machistas, misóginas, de compañeros y profesores. Comparto aquí la información que me llegó de primera mano, pidiendo omitir los nombres de las dos instituciones donde ocurrieron los hechos:
Alumnas, hartas de todo lo anterior, improvisaron un tendedero de cartulinas denunciando los abusos de algunos profesores y de compañeros. Sus nombres ondeaban allí. La respuesta de las madres de los jóvenes agresores fue salir en defensa de sus “hijitos”, indignadas porque estaban siendo expuestos y, dijeron, “injuriados”. Por su parte, algunos alumnos mostraron su asombro, otros estallaron en llanto al dimensionar la violencia sufrida por compañeras.
Trascendió también otro hecho sucedido al día siguiente de la marcha, el que ha quedado instituido como “día de paro nacional” o “día sin mujeres”. Los estudiantes de otra universidad privada acudieron a su clase. Ante la ausencia de sus compañeras, entre mofas, se pusieron a ver futbol e hicieron un “pi&o fest”. No había maestras, pues se suman también al paro de labores ese día. En ese encuentro de vulgaridad un maestro preparatoriano habló con los alumnos sobre “las alumnas que estaban más buenas”. Todo eso llegó a los oídos de las jóvenes que, indignadas, se manifestaron el viernes 11 en un numeroso grupo dentro de las instalaciones, denunciando lo sucedido.
En ambos y en todos los casos, es evidente el mensaje femenino que surge desde todos los ámbitos: no callarán ante los actos de acosos y violencia. Está claro que la semilla de la conciencia crece. Y nada detendrá la riada y marejadas de voces que gritan: ¡BASTA!