Francisco “N”, a quien le calculé unos 50-55 años, abordó el autobús en la Terminal de Autobuses del Norte de la Ciudad de México rumbo a San Miguel de Allende, que inició su viaje a las 13:50 horas y llegó a la bella ciudad guanajuatense alrededor de las 12 de la noche.
Vestía de sombrero texano, chamarra de borrega y botas vaqueras. Llamó a una familiar (supongo que a una hermana, tía o hija) a quien le dijo que ya iba en camino.
Durante seis horas del interminable viaje, recibió dos llamadas más. Una para preguntarle “¿ya vienes?”; la otra, alrededor de las ocho de la noche, para informarle que su madre, a quien iba a ver por estar enferma, acababa de fallecer.
Me dijo que estaba profundamente triste porque no alcanzó a despedirse de su progenitora “por culpa de estos pinches traileros”.
Su queja se refería a los integrantes de la Amotac, que por espacio de 10 horas bloquearon varias carreteras y autopistas del país en protesta por la violencia y robos de los que son objeto en ellas.
En el mismo autobús venía una mujer (Martha Patricia) quien estuvo “pegada” al teléfono gran parte del tiempo que el autobús estuvo sin moverse en la autopista 57. Una de las llamadas que recibió fue para decirle que le iban a descontar el día por no haberse presentado a trabajar en su horario normal.
“De todo se quejan”
Entiendo la problemática que enfrentan miles de conductores de camiones pesados que circulan por las carreteras y autopistas del país y el riesgo que corren debido a la creciente inseguridad que impera en todo el territorio mexicano. Es, sin duda, uno de los tantos asuntos pendientes de resolver que tiene el gobierno federal.
He dicho que es un pendiente del gobierno federal porque, desde mi perspectiva, los camioneros que han protestado de esta manera tan agresiva, cerrando las vías de comunicación y afectando a miles de ciudadanos que “ni la deben ni la temen”, se equivocaron. Fallaron en el objetivo hacia el cual dirigir sus manifestaciones; en lugar de hacerlo hacia el gobierno lo hicieron hacia los ciudadanos. Y los agredieron.
Al ser entrevistado al concluir el paro de camioneros, a su líder nacional se le pidió enviar un mensaje a las y los mexicanos que resultaron afectados. “Me disculpo a nombre de todos los compañeros por las afectaciones, pero también digo que hay mucha gente que se molesta sólo porque vuela la mosca”, comentó. En otras palabras, para él, los daños colaterales no tienen la menor importancia.
Alternativas
Creo que los transportistas de la Amotac deben seguir manifestándose y exigir que se resuelvan sus demandas, pues ya no es factible que sigan las cosas como están hasta ahora: violencia, robos, secuestros, homicidios.
Sin embargo, también tienen que evaluar sus formas de manifestarse, pues lo hasta ahora realizado ha impactado negativamente en miles de mexicanas y mexicanos que ni son responsables de lo que sucede ni está en sus manos resolver el problema. Estoy convencido de que deben cambiar sus formas de demandar soluciones, para que no afecten a la ciudadanía.
Recuerdo la extraordinaria protesta de los trabajadores de Turborreactores, empresa instalada en Querétaro, que en la última década del siglo pasado realizaron una huelga sin suspender labores productivas; portaban un moño negro y no hablaban, no hacían ruido durante su labor. Su protesta tuvo resultados favorables.
Al extremo, recuerdo también la huelga de hambre de los patriotas irlandeses realizada en la década de los ochenta, también del siglo pasado, que resultó en la elección de uno de ellos (Bobby Sands) como parlamentario.
Me atrevo a plantear la opción de que un grupo de transportistas se instale frente a Palacio Nacional, y cada día incorporen un tráiler a la zona.
Lo que digo es que hay otras formas de protestar, llamar la atención y no dañar a la población.
Por cierto, ese martes abordé el camión de la Ciudad de México a Querétaro a las 13:50 horas. Llegamos a las 22:00 horas. Fue el viaje más largo que he realizado entre estas dos ciudades.