En la encuesta de la Casa Mitofsky, publicada en abril, sobre la aprobación ciudadana de los alcaldes de México, el presidente municipal de Querétaro aparece en el lugar 29, con 51.4 por ciento de aceptación ciudadana.
En un ejercicio similar realizado por Campaigns & Elections (C&E) sobre el desempeño de los alcaldes y publicado también en abril de este año, el mismo munícipe se ubica en el quinto lugar nacional, con 63.5 por ciento de aprobación.
Hay una diferencia de 12.1 puntos porcentuales entre una y otra medición.
Algo similar sucede con el gobernador de Querétaro. En la encuesta de Mitofsky publicada en marzo de 2022, se ubicó en el lugar 13, con 54.5 por ciento de aprobación.
Otra cifra tiene la encuesta de C&E —también de marzo— pues el gobernador queretano resulta con una aprobación de 59.1 por ciento, cifra que lo coloca en el segundo lugar nacional. La diferencia entre una y otra casa encuestadora es de 2.2 puntos porcentuales.
Algunos factores
Las encuestas surgieron en la década de los años treinta del siglo pasado. A lo largo de este tiempo se han adecuado y han evolucionado pero también han desarrollado varios problemas técnicos. Me parece que el principal de estos es la complicación cada vez mayor de obtener buenas muestras.
Debido al desarrollo de la tecnología, los métodos de recolección de datos se han diversificado lo que produce —según explican los expertos— mucha desviación estadística y, por consecuencia, que muchos resultados no sean consistentes.
Esto confunde a la gente y repercute en la idea de que esta herramienta está, por así decirlo, en una situación de debilidad.
Varios investigadores también coinciden en referir que la encuesta es un instrumento que sirve para realizar un diagnóstico y que tiene utilidad para tomar decisiones. Sin embargo, también se ha convertido en una herramienta del marketing, porque hay casos (muchos) en que los políticos que solicitan encuestas y si estas muestran los resultados que ellos quieren ver, de inmediato hacen hasta lo imposible para que se publiquen en los medios y se conviertan en una ayuda para ganar la elección o para resultar el más popular.
Con fallas pero con utilidad
La mayoría de los fallos en los que han incurrido las encuestas derivan del tamaño de la muestra y, particularmente, de la “movilidad” del electorado; esto es, de la fragilidad que ahora significa la falta de identidad partidista.
Si a estos factores agregamos la desconfianza hacia las encuestas, es evidente que el encuestado es capaz de racionalizar su comentario frente al encuestador o encuestadora y no necesariamente decir la verdad.
Aunque todas son válidas, no es lo mismo hacer una encuesta por teléfono fijo que cara a cara, vía teléfono móvil, por redes sociales (Twitter o Facebook), en la calle o en un centro comercial.
Agrego a estos puntos la forma en que se ha trastocado el uso de las encuestas. Han pasado de ser instrumentos orientadores y auxiliares para la implementación de políticas o prácticas convenientes para quien o quienes solicitaron hacerlas, a convertirse en instrumentos de presión política, de presunción de “ir ganando las encuestas” o “tener la preferencia ciudadana”.
Su uso político es quizá el principal motivo que ha llevado a que la población incremente su desconfianza hacia las encuestas y sean, por consecuencia, estigmatizadas.
Útiles, pero no abusen
No obstante lo anterior, ratifico mi visión de que sí hay futuro para las encuestas, de que tienen utilidad, que son herramientas que orientan a los políticos, que miden actitudes y visiones de la gente y, por ende, que siguen siendo la mejor forma de medir la opinión pública.
Lo que quizá debería de repensarse es el uso faccioso, su empleo mercadológico y mediático de sus resultados por parte de políticos y gobernantes. De seguir en esta lógica, la desconfianza e incertidumbre se apoderarán de esta herramienta, como ya comienza a suceder.
Juan José Arreola de Dios
Periodista
Twitter: @juanjosearreola
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