Mientras en España se celebraba la ceremonia de entrega del Premio Cervantes a la escritora Cristina Peri Rossi, sin duda un acontecimiento para celebrar, en México nos amaneció a oscuras y con mucho dolor. El cuerpo encontrado en la cisterna de un motel, es de la joven de apenas 18 años de edad, estudiante de derecho, Debanhi Escobar, desaparecida 13 días antes en Escobedo, Nuevo León.
En su discurso, Cristina habló de justicia y del compromiso que tiene la literatura ante la realidad. Y en sus líneas cita a las mujeres violadas y martirizadas en Juárez, si se refiere a México, es porque en Ciudad Juárez fue donde se comenzó a visibilizar la violencia de género, su último grado: el feminicidio, que se ha extendido como gangrena por el país.
La poeta y narradora, por problemas de salud, no asistió a recibir con manos propias el máximo galardón que se entrega a las letras en español. Fue la actriz Cecilia Roth quien representó a Cristina, y leyó su discurso.
El texto comienza con un recuerdo de la infancia, cuando la niña Cristina Peri Rossi, en su natal Montevideo, Uruguay, empezó a preguntar sobre la Segunda Guerra Mundial, y a comprender por qué había tanto español en el barrio, eran tiempos de dictadura en España. En medio de aquel mundo marcado por la guerra, propiciada por “el ansia de poder y la ambición económica. Algo típicamente masculino”, encontró refugió en la lectura, en la biblioteca de su tío, un “funcionario público, culto, gran lector y ferozmente misógino”
“Tres libros leídos muy tempranamente me conmocionaron: El diario de Ana Frank, La madre de Máximo Gorki y Don Quijote de la Mancha. Este último, con un diccionario a mi lado. Fue el más difícil de leer y el que me provocó sentimientos más contradictorios. No había leído nunca un libro donde el autor declara que su protagonista estaba loco, pero a la vez, me emocionaba que su propósito fuera establecer la justicia”.
Y vaya que creía que era necesaria la justicia en su barrio, las vecinas que llegaban a visitar a su abuela, eran mujeres “de maridos borrachos que las golpeaban o se jugaban el escaso dinero en los caballos o se iban de putas y maltrataban a sus hijos. Cómo deseaba yo que apareciera Don Quijote con su flaco Rocinante a salvarlas de los golpes y del maltrato”.
Eso no ocurrió. La historia le enseñó y nos ha enseñado que, las mujeres, nos tenemos que defender solas.
La joven Cristina se tuvo que exiliar a causa de la dictadura en su país. Sus libros y hasta la mención de su nombre fueron prohibidos. Logró llegar a España, y a la fecha radica en aquel país.
“Convertí la resistencia en literatura, como hicieron tantos exiliados españoles, y en lugar de renunciar a la sociedad, como Marcela, desde mis libros, desde mi vida he intentado como doña Quijota ‘desfazer’ entuertos y luchar por la libertad y la justicia, aunque no de manera panfletaria o realista, sino alegórica e imaginativa”.
La poeta dice que no es necesario duplicar la realidad desde las letras, sino ironizar o interpretarla. “La literatura es compromiso, ya lo dijo Jean Paul Sartre, y compromiso es todo, desde un artículo contra Putin o un homenaje a las mujeres violadas y martirizadas en Juárez, hasta los relatos de Cortázar. ¿No es compromiso satirizar, por ejemplo, los excesos de la técnica, el morbo de los platós de televisión o los ritos festivos de los fanáticos del futbol? Tanto compromiso como escribir un poema lírico que exalta el deseo entre dos mujeres o entre un hombre y una mujer. Yo no he sido cronista de la realidad, me he sentido muchas veces como Casandra, en la Eneida, vaticinando un futuro y unos peligros que pocos veían. Pero no concibo una literatura solemne. La vida puede ser una tragedia, un drama, pero se puede ironizar y satirizar sus hábitos y costumbres, como hizo Pessoa con su poema “Todas las cartas de amor son ridículas”. Sí, y además, son dulces o crueles o amorosas o denigrantes”.
“A veces me ensombrece el ánimo, el miedo a que la maldad y la violencia sean en realidad una constante de la existencia humana, y la lucha entre el bien y el mal se eternice, o sea ridiculizada, como ocurre en el mismo libro de Cervantes”.
Y sí, sí ensombrece el ánimo la violenta realidad.
Continúa el discurso. “Mientras algunos se dedican fanáticamente a hacerse ricos y a dominar las fuentes del poder, otros, nos dedicamos a expresar las emociones y fantasías, los sueños y los deseos de los seres humanos. Escribí en un poema: ‘Los antiguos faraones / ordenaron a los escribas: / consignar el presente / vaticinar el futuro’. Creo que ese sigue siendo el compromiso del escritor, sin ninguna solemnidad, y con sueldo escaso. Y con humor, como cuando escribí este breve poema: Podría escribir los versos más tristes esta noche,/ si los versos solucionaran las cosas”.
¿Puede un poema solucionar algo?
La misma Cristina añadió a su discurso: “Podría escribir los versos más agradecidos esta noche, y cumpliría con mi obligación de escriba, aunque los versos no salvarían a los que mueren por las bombas y los misiles en la culta Europa”.
Es verdad que la poesía no salva de bombas, misiles, de secuestros y asesinatos. Pero en su libro Estado de exilio, Peri Rossi escribió: “Ninguna palabra nunca/ningún discurso -ni Freud, ni Martí-/sirvió para detener la mano/la máquina/del torturador./ Pero cuando una palabra escrita/en el margen en la página en la pared/sirve para aliviar el dolor de un torturado,/la literatura tiene sentido”.
Con eso me quedo.
Larga vida y salud a Cristina Peri Rossi.