A raíz de la invasión de Rusia a Ucrania iniciada hace unas semanas, la seguridad regional en Europa se ha complicado a un punto que no habíamos visto desde hace décadas, y los países del continente lo saben bien. Eso ha empujado a Finlandia y Suecia a abandonar su histórica postura militar neutral y buscar la adhesión a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Sin embargo, la intención ha conllevado respuestas inesperadas.
La Segunda Guerra Mundial fue el último evento que amenazó y socavó la seguridad regional europea. Después del conflicto, ni siquiera las guerras yugoslavas, por más desastrosas y lamentables que hayan sido, pudieron desestabilizar la seguridad del continente. En 1949 varios países occidentales forjaron la OTAN, una alianza militar, con la intención de generar un bloque que potenciara la seguridad de sus miembros.
En su momento, la OTAN servía para mejorar las condiciones de seguridad de los Estados ante la amenaza que emanaba de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero tras el colapso de esta, la alianza militar continuó al paso de los años para contrarrestar cualquier amenaza de seguridad contra ella, creciendo al grado de llegar a una treintena de países en la actualidad.
Este panorama es el que, en efecto, no le ha gustado a Vladimir Putin, quien ordenó invadir Ucrania para eliminar el riesgo que suponía su probable incorporación a la OTAN. Sin embargo, es justamente esta “operación militar especial” del Kremlin lo que generó un efecto dominó en Europa, motivando a Finlandia y Suecia a unirse a la alianza militar occidental.
Tal escenario ha provocado algunas respuestas. Una de ellas es la del presidente ruso, quien amenazó a Helsinki y Estocolmo de repercusiones severas para sus países si solicitaban su integración al conglomerado militar, como lo hizo hace meses con Kiev. Con respecto a Suecia, la situación no es tan delicada como con Finlandia, puesto que este segundo Estado comparte frontera con Rusia, por lo que su integración a la OTAN significaría, en teoría, una amenaza muy similar a la que representó Ucrania a Moscú. De ahí que Putin haya asegurado que habría consecuencias catastróficas si llegaran a ser exitosas ambas solicitudes.
La reacción del mandatario ruso era de esperarse, pero la respuesta sorpresiva en este panorama crítico para Europa ha sido la emitida por Recep Tayyip Erdoğan, quien se ha opuesto a la integración de los dos países escandinavos. Es difícil pensar la razón por la que el presidente turco negaría su voto para fortalecer la alianza militar a la que Turquía misma pertenece. No obstante, al revisar las conexiones entre los países, el escenario se vuelve claro.
Desde el establecimiento del Tratado de Lausana, hace casi un siglo, Turquía ha dado la espalda a los kurdos y progresivamente los ha considerado como una amenaza para su seguridad societal, al tal grado de identificar al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PTK) –y sus aliados– como un grupo terrorista, a causa de unos ataques que ha realizado. De ahí que la política oficial turca contra los kurdos sea muy agresiva, sobre todo desde que Erdoğan, un nacionalista y político de derecha, asumió el Poder Ejecutivo en el país euroasiático.
Aquí se inserta Suecia, puesto que ha albergado a miembros del PTK, lo que Turquía interpreta como asistencia a un grupo terrorista. De esta manera, lo que nos quiere poner en la mesa el presidente turco es que su voto de aprobación para que Finlandia y Suecia formen parte de la OTAN está condicionado a que abandonen todo apoyo a los kurdos, lo que significa un trueque que se haría con un país cualquiera, no con un supuesto aliado. Ante la necesidad de Helsinki y Estocolmo, quizá ambas naciones escandinavas cedan al chantaje turco, pero quizá la mano de Washington y Bruselas se extienda para tranquilizar la exigencia de Erdoğan. Frente a esta coyuntura tan crucial, tal vez esa sea la respuesta.
