En la actualidad las dos principales economías del mundo, los Estados Unidos de América y la República Popular de China, libran una lucha intensa por controlar la producción de los microchips. Estos circuitos electrónicos miniaturizados se han vuelto el alma de casi cualquier producto. Se encuentran en las computadoras, las tabletas, los teléfonos inteligentes, pero también en los vehículos, las aeronaves, las pantallas, y muy pronto estarán en prácticamente todos los artículos que nos rodean en el hogar, la oficina o la fábrica, cuando se despliegue por completo el Internet de las Cosas.
Los microcircuitos se han vuelto tan importantes que su desabasto a causa de los cierres ordenados en China por la pandemia de Covid-19 fue sufrido por industrias como la de las armadoras de vehículos ligeros en todo el mundo. Esta afectación alertó a nuestro vecino en el norte acerca del carácter de seguridad nacional que tiene el recuperar el dominio en la manufactura de dichos dispositivos semiconductores. Por ello es que el Senado estadounidense ha aprobado que se destinen cuantiosos recursos para que las principales compañías del sector instalen nuevas capacidades para producción en suelo propio.
Pero, mientras que empresas como Intel, Nvidia, Apple o AMD lideran en el ámbito del diseño de chips, ya sea aquellos de propósito general o para aplicaciones gráficas, y otras como Samsung Electronics, Taiwan Semiconductor Manufacturing Company o Semiconductor Manufacturing International Corporation concentran la producción a gran escala, son compañías como Nikon, Canon o ASM Lithography (ASML) las que poseen la tecnología para construir las enormes máquinas litográficas capaces de esculpir los miles de diminutos e intrincados patrones en las obleas de silicio para así (literalmente) dar a luz a estos microchips electrónicos.
Este rol clave de los chips electrónicos ha sido perfectamente comprendido por los Países Bajos y por ello es que desde hace varios años han invertido decididamente en el perfeccionamiento de esta industria. Sus máquinas litográficas superan ya en muchos aspectos a las niponas. Pero los holandeses saben que la ventaja competitiva que les ha dado su tecnología puede pronto ser consumida, dada la profunda cultura de optimización de sus competidores en el lejano oriente. Esto los ha llevado a aprovechar su liderazgo para dar el salto de la electrónica hacia la fotónica, en la que los nuevos circuitos integrados ya no consisten en caminos metálicos por los que se mueven las pequeñas corrientes eléctricas, sino que están constituidos por guías de onda, conductos por los que puede viajar la luz.
Dadas las múltiples propiedades del fenómeno luminoso, estos circuitos fotónicos integrados (CFIs) no sólo operan a la velocidad de la luz, sino que son inmunes a la interferencia electromagnética y posibilitan el manejo simultáneo de infinidad de señales. Esto supera radicalmente a los actuales microchips electrónicos en su capacidad de transmisión de datos, voz e imágenes. La única desventaja, por ahora, es que la tecnología para producir CFIs aún no se encuentra suficientemente desarrollada como para sustituir a los microchips convencionales.
Este es precisamente el espacio de oportunidad en el que ha tomado la delantera el país de los tulipanes y los molinos de viento, en donde el gigantesco consorcio PhotonDelta, conformado por medio centenar de empresas privadas, socios tecnológicos y centros de investigación y desarrollo, ha recibido una inyección público-privada de mil cien millones de euros para impulsar un ecosistema cuya meta es crear unas 200 compañías para el 2030, que en conjunto alcancen una capacidad para producir anualmente unas cien mil obleas en tres plataformas para los CFIs: fosfuro de indio para los láseres, amplificadores y detectores usados en la comunicación de alta velocidad; nitruro de silicio para las guías de onda de bajas pérdidas requeridas en la computación cuántica y silicio para mantener la compatibilidad con los circuitos integrados actuales. Así es como los Países Bajos caminan hacia la luz y dan claro ejemplo de lo que significa invertir en el futuro.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.