La insolencia
Los países de América Latina están atravesados por denominadores comunes en la conformación de su historia y cultura. Las élites que gobernaron por décadas hoy se sienten amenazadas por un grupo populista al que miran con preocupación y temor.
¡Los bárbaros han llegado al poder!, exclaman azorados, sin cuestionar su parte de responsabilidad en todo este proceso, el de un modelo económico que parece llegar a su fin. No aceptan que esos bárbaros, que llegaron hoy al poder, lo hicieron a través del desaseo social que se instaló en la vida de cada país, gracias a la insolencia de las élites y también a la indolencia de una sociedad incapaz de exigir el bien hacer a los gobiernos en turno.
A élites y gobiernos les resulta difícil aceptar que llegamos a esto porque fue creciendo la marginación ancestral de las poblaciones abandonadas a su suerte. Desconocen la cultura múltiple que habita sus propias tierras y no atendieron los problemas y necesidades. Hoy están temerosos de una presencia que reclama su lugar y la mirada que les reconozca como sujetos de la historia de su propio país.
Ahora mismo me viene a la memoria un episodio vivido y que bien cabe mencionar como ejemplo para comprender parte de lo sucedido en Colombia, el triunfo de Gustavo Petro y Francia Márquez. Explico: hace años, durante un encuentro en una fiesta no numerosa, donde estaba presente la agregada cultural de ese país, en la conversación salió el tema de la influencia indígena y negra en nuestras tierras latinas. Citamos a México y su negritud, así como la presencia del indigenismo en las regiones del país. Hablamos de las figuras indígenas representativas. Al inquirir a la agregada sobre el número de población negra o indígena en Colombia y la mención de algunas figuras que conformaron su historia, ella no supo qué decir. Era una reunión entre amistades y fue evidente su incomodidad al verse expuesta. Era claro que el suyo fue un nombramiento al estilo tan mexicano: por dedazo, amiguismos, influencias. Hoy que sube a la vicepresidencia de Colombia una mujer negra, afrodescendiente, y veo el rechazo y asombro que ha causado en su país, encuentro parte de la explicación en esa soberbia y falta de sensibilidad de algunos gobernantes para conocer las realidades que conforman a sus naciones. ¿De qué nos asombramos, entonces?
La danza macabra con la violencia
Continente de maravillas naturales. De montañas y mares de antiguos dioses, de figuras prodigiosas que trazaron los contornos naturales de este sitio del mundo que hoy parece desdeñar la armonía y ejecuta la macabra danza de la muerte, a través de una violencia que se nutre de sangre obtenida con crueldad inimaginable. Estamos frente a lo impensado o jamás concebido. Reina la confusión y el caos, todavía contenido, avanza en América Latina hacia derroteros impredecibles pero temerarios.
El respeto a la vida fue una vez hace tiempo. Hoy la vida de los que defienden la tierra y los que cuidan a los más vulnerables molesta a aquellos que detestan el orden natural de las cosas, y la defensa que de ella hacen seres que aman la armonía en el mundo. ¿Y nosotros? Viendo pasar sus cadáveres sobre las aguas de engañosa calma. Sí, eso de nadar a más profundidades es para valientes, hijos de aquellos dioses que una vez las habitaron y dejaron partículas de su aliento en ellas, a los que hemos dejado solos, a merced de los rapaces.
Qué cómodo ha sido vestirnos de certezas salidas de la imaginación. Frágiles asideros construidos para transitar la vida y escamotear así las trampas que esta encierra.
La realidad que agita a nuestro continente ha engullido el recuerdo de quienes supieron honrar la tierra que les dio cobijo y hoy lo que escupe son residuos de lo humano.
Pienso en esto con pesar y después de ver el uniformado comportamiento autodestructor que está saliendo a flote en este continente. Tierras bendecidas y asentada sobre una prodigiosa belleza natural que nos fue concedida para leer en ella las lecciones que encierra. Poco aprendimos. Y pocos los que han sabido ver las maravillas que habitan en lo diverso y complejo que nos conforma. Y otros pocos pero ambiciosos depredadores hacen cálculo sobre ganancias a obtener a costa de mercantilizar los recursos de estas tierras que hoy chorrean sangre por todos los costados. Voraces y enfermos de codicia se enfrascan en disputas por la cosecha de lo que sembraron otras manos más generosas y que cuidaron con entrega genuina de horas y días de trabajo, sorteando las inclemencias del tiempo para alimentar a los suyos. Tierra y cosecha les están siendo arrebatadas por los rapiñeros que se han multiplicado.
La carcajada del presente
El presente nos estalla en el rostro y se ríe de nosotros. Nuestro salvaje pasado nos traiciona. Está de regreso y nos recuerda que olvidamos honrar y cuidar la armonía de la naturaleza, para dar paso a la presencia de los viejos caudillos y su tufo de redentores.
Han regresado con la fórmula ya sabida: la exigencia del culto a su persona. Y junto a ella la pérdida del mínimo pudor. ¿Para qué esforzarse por enseñar al pueblo mayor expresión y respeto por el lenguaje y la belleza que cabe en él? ¿Para qué? Si lo eficaz para los fines que se persiguen está en la palabrería barata, que apela a las emociones de aquellos que caminan bajo la cada vez más densa sombra de la ignorancia, a la que hay que mantener, porque de ella se nutre el poder de los mediocres. La dádiva convierte en “faro de luz y bondad” al que la reparte y les dice lo que quieren escuchar: “ Yo soy como ustedes, víctima de los otros también”, repite, mientras observa con beneplácito la mano extendida de los votantes. Enseguida vienen los discursos maliciosos para mantener vivas las heridas y resabios. A través de la manipulación se obtiene una legitimidad que no da la estatura moral. La verdadera, no la que se sostiene a través de propaganda falaz.
In memoriam de los jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar y de todos los defensores de los desprotegidos, sean o no jesuitas.
En México, regiones alejadas del centro del país fueron abandonadas por los gobiernos en turno. Caciques en alianza con los de su calaña contaron con el silencio de los sumisos y cometieron toda clase de vejaciones contra las poblaciones. Oprobio, olvido, ninguneo, indolencia, abandono en manos de ambiciosos que por tan sólo tomar un puesto se sintieron empoderados para cometer sus atropellos. ¿La justicia? Demasiado lejana. Ausente. Vinieron las alianzas. Los papeles se cambiaron. El avance de los depredadores circula hoy por la libre. Tienen permiso. Ganan terreno ante la mirada de una parte de la sociedad atónita que no acierta a comprender cómo pasó lo que está pasando y que amenaza instalarse ya y extenderse por cada rincón del país.
Más divididos que nunca. Repartiendo culpas entre unos y otros. Ciudadanos sin alterar la fórmula del comportamiento de siempre. Sin movernos un ápice de moldes construidos con material defectuoso. Impávidos ante situaciones graves que hemos normalizado, o riéndonos de sucesos que nos debieran mover a la reflexión. La gracejada, el chistorete, la simpleza siguen teniendo cabida en la vida diaria, y el drama barato está más presente que nunca en las televisoras. Enfrentados unos con otros nos desgarramos vestiduras por una crítica que no lleva malicia alguna y nos perdemos en discusiones estériles para defender nuestra verdad. Podemos ofender y en lugar de pedir disculpas nos sentimos ofendidos y con derecho a atropellar el derecho de los otros solamente porque sí, porque no son los nuestros, porque puedo, porque quiero, porque mi ley es mi ley y háganlecomoquieran.
Mientras tanto, la sangre que no para de correr en siniestras sinuosidades por nuestro vasto territorio desbordado bajo le fuerza de su propia violencia que brota y se pasea desdeñosa mostrando sus múltiples rostros. El horror está. Y América Latina es hoy la forma desteñida y difusa del desganado aliento de seres armoniosos que alguna vez la habitaron y que nos olvidamos de agradecerles acrecentando lo que de bueno nos ofrecían: la armonía con la vida.