Este lunes 11 de julio el presidente de los Estados Unidos de América, Joseph Biden, develó al mundo la primera imagen obtenida por el telescopio espacial James Webb. La construcción de este prodigio de la tecnología espacial fue iniciada a mediados de la década de los noventa del siglo pasado –en 1996–. Originalmente su desarrollo estuvo presupuestado en 5 mil millones de dólares estadounidenses –5 billones de dólares, en términos anglosajones– y su lanzamiento fue planeado para 2007. Al final, el desarrollo del telescopio tardó un cuarto de siglo –más del doble del tiempo pensado al inicio– y su costo se duplicó para alcanzar los 10 mil millones de dólares estadounidenses. A pesar de estas considerables demoras en la construcción y el incremento sustancial en su costo, el proyecto pudo completarse y el telescopio fue finalmente lanzado al espacio el 25 de diciembre del 2021, gracias a que los fondos para su desarrollo fueron entregados sin falta por las ocho administraciones que despacharon desde la Casa Blanca en todo ese lapso –la de Trump incluida–, sin importar el partido.
La imagen dada a conocer muestra apenas una ínfima porción del universo equivalente al área del cosmos que cubriría un grano de arena sostenido a la distancia de un brazo. En ella se puede observar al clúster de galaxias denominado SMACS 0723 como lucía hace 4 mil 600 millones de años; es decir, más o menos en la época en la que se formó nuestra estrella, el Sol. Gracias a la poderosa instrumentación infrarroja del telescopio espacial, por primera vez se han podido observar cientos de galaxias del SMACS 0723 cuya existencia se desconocía. También es posible visualizar la lente gravitacional formada a consecuencia de la masa combinada del clúster, que permite magnificar el tamaño de muchas de las galaxias más distantes que se encuentran detrás.
Aunque esta primera imagen ha resultado sobrecogedora, la conmoción que ha causado en el mundo científico pronto podría ser superada, pues se espera que el James Webb logre detectar la luz que fue emanada hace más de 13 mil millones de años, muy cerca del instante en el que se piensa surgió el universo. Igualmente podremos obtener imágenes del “momento” cuando se formaron planetas como el nuestro y, quizá, sabremos si algunos de ellos albergan vida similar a la terrestre.
Regresando a nuestro mundo terrenal, no se puede evitar sentir envidia por los logros científicos y tecnológicos que el país vecino alcanza con bastante frecuencia. Fueron ellos los que vieron al primer aeroplano surcar los cielos, al primer bombillo quebrar la oscuridad nocturna, al primer humano posar su pie en la Luna, las primeras sondas superar los confines del Sistema Solar o explorar las atmósferas y superficies de varios de nuestros planetas vecinos, la primera estación espacial internacional orbitar la Tierra. Y más recientemente, fueron los estadounidenses, en colaboraciones internacionales, los que ayudaron a detectar el bosón de Higgs y las ondas gravitacionales, a obtener la primera imagen de un agujero negro y ahora las imágenes más remotas del infinito con el telescopio James Webb.
Si nos refiriésemos a cualquier otro ámbito de la ciencia, la ingeniería o la medicina, igualmente encontraríamos que entre el apoyo que brindan los gobiernos de los Estados Unidos de América y de México existe un universo de diferencia. Aunque geográficamente estamos unidos a lo largo de una frontera de 3 mil 152 kilómetros, en nuestra manera de pensar y actuar somos unos vecinos distantes. Mientras que en el gobierno de Washington –Casa Blanca y Capitolio– son capaces de mantener el fondeo de proyectos científicos de muy largo aliento –el del interferómetro LIGO que detectó las ondas gravitacionales duro cuatro décadas—, en México los académicos se ven obligados a realizar proyectos científicos de muy corto plazo y sin tener la garantía de que al año siguiente recibirán los recursos necesarios para darle continuidad a sus investigaciones.
Con esta realidad será imposible que México contribuya a acrecentar el conocimiento científico de la humanidad, y tampoco podrá jamás desarrollar su propia tecnología de frontera.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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