Una crisis se define como “un estado temporal de trastorno y desorganización, caracterizado principalmente por la incapacidad del individuo para abordar situaciones particulares utilizando métodos acostumbrados para la solución de problemas, y por el potencial para obtener un resultado radicalmente positivo o negativo” (Slaikeu, 1996).
Hace casi un año, mi sobrino venía de regreso de la preparatoria, era de noche, alrededor de las nueve, estaba oscuro y caminaba por una avenida solitaria. Cuando llegó al departamento se le veía amarillo y con los ojos muy abiertos, un poco agitado, pero callado. Mi hermana enseguida supuso que algo le había pasado. Nos contó que lo acababan de asaltar, un hombre se le acercó y le quitó sus pertenencias. Todavía no terminaba de contar lo ocurrido, cuando mi hermana y mi sobrina ya habían saltado de sus asientos muy alteradas, levantando el volumen y culpándose entre ellas por no cuidarlo: ¡Ya ves!, ¡Te dije que fueras por él!, ¡Hubieras ido tú!. Dirigiéndose a él: ¿Por qué no corriste?, ¡Hubieras gritado!… el chico seguía parado en la entrada con los ojos muy abiertos y observando la discusión. Me levanté con calma, me dirigí hacia él y lo abracé. “¿Estás bien?”, le pregunté. Escuché en él un soplo de descanso. Le comenté: Decidiste bien, por eso estás en casa. Intenté recordar un curso que había tomado unos meses antes sobre primeros auxilios psicológicos.
Me pude acercar a mi sobrino y abrazarlo porque es familiar, pero si no lo fuera tendría que ser más cuidadosa para saber cómo ayudarlo. No justifico las reacciones de mi hermana y mi sobrina, pero ambas estaban asustadas por lo que pudo haber pasado. Muchas familias actúan alteradas al saber que su ser querido ha sufrido un daño, y no las culpo, es hasta cierto punto normal por falta de conocimiento, pero dichas reacciones no están contribuyendo a la solución inmediata, quizás incluso le estén generando a la víctima mayor estrés, frustración, ansiedad, etc.
Muchas son las personas que, en algún momento de su vida, se enfrentan a situaciones traumáticas o de peligro y deberán superar los efectos inmediatos de la experiencia y prevenir complicaciones a largo plazo. Las circunstancias difíciles de la vida tienen caducidad y pueden ofrecernos una lección de vida. Brindan la oportunidad de ser resilientes, de reconocer nuestras fortalezas, desarrollar la capacidad para abordar futuros escenarios y de adaptarse a los ambientes adversos con resultados positivos.
La maestra Jhaneffer Ortega Alcántara es profesora de la Escuela de Humanidades y Educacióndel Tec de Monterrey Campus Querétaro. jortegaa@tec.mx
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