Autoría de 6:07 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

Extrañas disrupciones culturales – Víctor Roura

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Eran, son, tan codiciosos (¿o qué otra palabra podría asociarse con la persona que ambiciona, a veces desmedidamente, el caudal monetario tras conseguir la fama… o el poder político, como podemos apreciar en veintenas de figuras ya revestidas de diputados, senadores, gobernadores, presidentes municipales, secretarios de Estado, alcaldes, funcionarios que hablan de corrupción, nunca de corruptos, que defienden lo indefendible, protegiéndose unos a otros, culpando a los que no son de su corrillo, mofándose de los que no están de su lado, retando a golpes a los que no coinciden con sus opiniones?), digo: eran, son, tan codiciosas ciertas personas en sus respectivas cofradías que —envueltas en mantos sagrados, y cubiertas de una popularidad instigada por la industria mediática que silencia sus ruindades— se cubren de gloria dejando atrás, en el pronto olvido, sus verdaderos fines, contrarios a los que se difunden masivamente. Por ejemplo, Juan Gabriel (1950-2016) para quien el amor, como he dicho recientemente en esta misma columna, no es posible si no se posee dinero, razón por la cual se empecinara en obtenerlo en cantidades exorbitantes al grado de inducir a su fiel público a votar en las elecciones presidenciales de finales del siglo XX por el candidato priista Francisco Labastida Ochoa, a quien incluso le compusiera un estribillo que entonó en una de sus presentaciones en el Auditorio Nacional, pues se sabe que estos artistas televisivos, como Juan Gabriel, eran priistas de corazón porque les llenaban los bolsillos en momentos coyunturales de sus carreras, como en los asuntos hacendarios al verse en aprietos al pagar sus impuestos, a lo cual la mayoría se negaba  a hacerlo recurriendo a la cooperación noble de sus seguidores que pagaban, sin chistar, el alto costo del boleto con tal de no perderse un concierto, dinero que en un solo día de audición cubría perfectamente la cuota millonaria requerida por el Servicio de Administración Tributaria… ¡sin considerar las posibles exenciones fiscales por las espontáneas melodías veladamente proselitistas que componían, componen, en improvisadas inspiraciones!

Juan Gabriel en uno de los cierres de campaña de Labastida

      Todas estas astucias, básicamente provenientes de personajes populares, eran, son, dejadas con prontitud en el olvido, codicias manejadas únicamente por los locutores de noticiarios de espectáculos para tratar de dirimir el futuro de las acaudaladas propiedades de los artistas ya idos de este mundo, como precisamente Juan Gabriel o José José, ambos con herencias megamillonarias, circunstancia que fascina a estos hombres y mujeres que conducen programas de chismes de los espectáculos cuidándose, por supuesto, de no hablar nunca de codicias ni de avaricia ni de avidez porque, justamente, estarían degollándose a sí mismos por tener, gulp, un carácter semejante. Pues resulta que todos los artistas, por el solo hecho de serlo, son carismáticos y buenas personas cuando a veces son precisamente todo lo contrario.

Juan Gabriel fue contratado por César Duarte para que le cantara “Las Mañanitas”

2

Ni vale la pena recordar el nombre de un galán de telenovelas demandado, por fin, por su esposa por golpeador y violencia doméstica. El día del enfrentamiento entre ambos en Conciliación y Arbitraje no faltaron los locutores (iba a poner charlatanes, pero mejor lo omito) de estas series de chismes para “cubrir” el alegato de la pareja lanzando estos locutores (iba a poner rumorosos, pero mejor lo omito) consignas a favor del galán televisivo, mas lo asombroso del caso no fue el discurso de estos chismosos (iba a poner locutores, pero el adjetivo idóneo me ganó) sino el corrillo de hermosas hembras, de cuerpos sinuosos, que, enteradas del suceso, se perpetuaron en las puertas de la dependencia para esperar, pacientes, al galán y mostrar su adherencia al popular artista de la televisión. Muchas de ellas llevaban pancartas para que el sujeto acusado las pudiera leer animándolo a dejar atrás ese amargo capítulo de su vida: “Madréame a mí y nunca levantaré la voz”, se pronunciaba una mujer; otra enfatizaba en que aceptaba su violencia siempre y cuando no la abandonara jamás. Y otras atrocidades de ese tipo que me confirmaban que la inmundicia fanatizada no tiene límites en sus posesiones.

      Y otra vez Canal Once vuelve a pasmarme en su admirable pluralismo al escuchar a Felicia Garza, cantante transgénero que antes se llamaba Fabricio y luego Felipe Gil, decir que… ¡ahora extrañamos a Raúl Velasco, que mucha falta hace a la música popular mexicana! No me asombró, por supuesto, su presencia en los estudios de dicha televisora sino su calmo parloteo: ¡venir a decirnos que el celayense Raúl Velasco (1933-2006) era un baluarte de la música nacional no es sino una ofensa para la cultura vernácula! Yo creo que ni en la propia Televisa se lo creen, pero ahora Canal Once nos asegura que, por ejemplo, ¡Verónica Castro es una gran actriz cuyo papel protagónico en diversas telenovelas poseen un significado entrañable en el radar del histrionismo latinoamericano… y ahora, con el aval del conductor musical del Once, nos viene a subrayar el extrañamiento que debemos sentir por este locutor —y este es el sentir general del auditorio que lo padecimos— que se enriqueció a costa de los músicos de habla hispana cuando el emporio discográfico imponía, con su anuencia y complacencia —de Velasco—, a los artistas que previamente elegía para coronarlos en la solvencia económica! Raúl Velasco decía quién sí y quién no podía participar en su programa justo en los años de la independencia roquera mundial, la cual no fue liberada en México sobre todo después de la orden presidencial —de Luis Echeverría Álvarez— de prohibir todo lo que oliera, o se pareciera, a asuntos roqueros, sujetando y amordazando, con cortesía, a los artistas mexicanos abocados a la interpretación o composición de este género. Raúl Velasco, en su programa Siempre en Domingo en el Canal 2, se encargó de fustigar —tras su inocente apariencia de no propinar a nadie ningún golpe artero por la espalda— a los solistas o a los grupos que, sencillamente, no le simpatizaban induciendo a la gente a comprar tal o cual disco, casualmente los mismos que difundían en esos momentos las casas disqueras. En pocas palabras, Raúl Velasco en el aspecto musical —como Jacobo Zabludovsky en la información política— fue el hombre que trazó los lineamientos de lo que debía consolidarse en su consorcio laboral apuntando, aun sin necesidad de escribir las pautas, las reglas primordiales del consumo musical basadas en el comercialismo establecido por las transnacionales del espectáculo. ¡Y ay de aquél que lo contradijera o asumiera otro camino que no fuera el suyo dentro de la televisora donde prestaba sus servicios!

Raúl Velasco

      Y ahora viene Felicia Garza para decirnos, en Canal Once, lo sublime que fue este señor, al que se debe extrañar, al difundir la música que ella, cuando todavía era Felipe Gil, compuso en ese entonces.

      ¿Quién iba siquiera a insinuar que, con el tiempo, una televisora pública consagraría los “logros” de un trabajo largamente mediocrizado que inundó a la sociedad mexicana de morbosidades, vulgaridades, sumisiones, rendiciones y domesticaciones?

      Y no es que me sorprendiera la pluralidad del Once, sino las cosas que decían los entrevistados dándolas por hechos o hazañas irrefutables… ¡con los respectivos asentimientos y aprobaciones de los conductores! Por lo menos yo ignoraba que Verónica Castro fuera una actriz de indudable calidad escénica o que Raúl Velasco hubiera sido el difusor idóneo de la música mexicana resquebrajando, o destruyendo, la idea formulada en mí de que se trataba, la primera, de una —en efecto— cara bonita dispuesta a realizar cualquier papel, dada su carencia actoral suplida por una belleza natural, bajo los mandatos autoritarios de su empresa y de que nos hallábamos, en el segundo caso, frente a las argucias corruptoras del andamiaje musical, incisos que la televisora pública me ha desmantelado de tajo, creído de su confiabilidad —de la televisora pública a cargo del impecable y riguroso periodista Jenaro Villamil quien sabe, estoy seguro, de que en Televisa estas dos figuras yacen en la indiferencia absoluta porque su función económica, así de sencillo, dejó de generar dinero a la empresa desde hace muchos años.

      El grupo roquero La Comuna, entonces comandado por el futuro poeta Alberto Blanco en los teclados, grababa su primer álbum en la compañía Peerless cuando el director artístico de dicho emporio los conminó a presentase en el programa de Raúl Velasco para promover el disco en preparación, a lo que con inusual dignidad la banda se negó, condición entonces ineludible para incorporarse en el elenco de la Peerless, negativa incomprensible para un jerarca de la música.

      ¿Negarse a aparecer con Raúl Velasco?

      ¡No podía creerlo el ejecutivo!

      ¡Si todos ambicionaban tal perspectiva!

      Como viera la persistente negativa de los jóvenes, el funcionario de la música reaccionó del modo en que todo cabal ejecutivo comercializador de la música lo hubiera hecho: destruyó las cintas, en las narices de los músicos, del incipiente álbum rompiendo, así, toda posibilidad de contratación con el engreído conjunto.

      Así se las gastaban en aquel tiempo.

      Así de poderoso era el señor Velasco, ahora ilustre difusor democrático de la música popular a quien extrañamos tanto, o deberíamos de extrañarlo, mejor dicho.

La Comuna

3

El 28 de marzo de 2022, durante la entrega anual de los Oscar, el conductor designado esa vez, Chris Rock, dijo una broma, tal como estaba contemplada en el guion, sobre la alopecia de la esposa, Jada Pinckett, del actor Will Smith quien, de haberle tocado el papel de Rock, habría dicho exactamente lo mismo. El protagonista de películas como El Día de la Independencia se hallaba presente en el foro y, tras escuchar el humor negro refiriéndose a su mujer, sólo se levantó sin decir nada, caminó hacia el escenario, se acercó a Chris Rock y le asestó una sonora bofetada luego de la cual se retiró de nuevo, calmo, a su asiento para hacerle mimos a su dama.

      La escena sorprendió y, como era de esperarse, los locutores de espectáculos se dieron vuelo, obviamente, con el suceso remarcando, sobre todo, el corazón herido, ¡ay!, de Will Smith al saber que su esposa era objeto mordaz  del guionista, casi nadie por supuesto se quiso percatar de la violencia extrema desplegada por el actor quien, poco después, recibiera un Oscar por una actuación suya en la cinta El método Williams, momento que aprovechara, con lágrimas en los ojos, para pedir disculpas por su “impulso amoroso”. Y todos felices y contentos, como si nada hubiese ocurrido, que la violencia es una minucia delante del prestigio fílmico.

      Porque si el actor de veras se hubiera ofendido por el [mal] chiste sobre la pérdida anormal del cabello de su esposa nada como haber abandonado, en ese momento, la gala hollywoodense y renunciado, de paso, a su galardón, que habría sido, aquí sí, un acto de dignidad admirable, aunque hubiese dejado sin materia prima a los conductores de sainetes televisivos, razón acaso por la cual evidentemente Will Smith no hizo:  un comportamiento [realmente] amoroso hubiera dejado sin palabras sorprendidas ni especulativas a la prensa especializada, que se sujeta básicamente de la palabrería.

      (Según el Consejo de Administración de la Academia de Cine de Hollywood, Will Smith por el dramático bofetón a Rock —que bien merecería, ja ja ja, una serie en Netflix— ha sido suspendido de participar en cualesquiera de las actividades de este centro fílmico en un periodo de diez años, es decir hasta que tenga 64 años de edad, castigo que no afecta, por supuesto, las finas finanzas del actor que no dejará de intervenir en cintas taquilleras de acción ni de sentir “impulsos amorosos” por una mujer, o por otra, o por una nueva esposa, o por la misma…)

     Porque Smith es un hombre que vive de la fama y de la que ésta acarrea, y un poco de violencia real —que bastante ya la tiene en sus filmes— en su derredor no afecta su imagen sino todo lo contrario. Pues el carácter de una persona, en los dimes y diretes, es lo menos importante: lo sobresaliente es su fama. Por eso la inmensa mayoría de los portadores de la prensa vitorea la imagen, ignorando la sensibilidad, de los protagonistas de su ámbito reporteril, tal como lo hace la prensa cultural exaltando a las figuras protagónicas —exaltadas por ellas mismas en fortalezas grupales— sin detenerse a averiguar las verdaderas dotes de estos relieves de la cultura profanando, incluso, a los que se atreven a confrontarlos. Vaya uno a saber por qué, por ejemplo, se tenía de izquierdista a Carlos Fuentes siendo el autor de un libro apologético de Salinas de Gortari y el protector intelectual de Luis Echeverría Álvarez. O vaya uno a saber por qué, por ejemplo, se tomaba de corazón noble a Jaime Sabines si el poeta le había pedido a su amigo Salinas de Gortari que matara a todos esos rebeldes chiapanecos alzados a partir de 1994. Porque Fuentes es Fuentes, como Will Smith es Will Smith, como Juanga es Juanga, como Sabines es Sabines, etcétera.

“Si Will Smith de veras se hubiera ofendido por el [mal] chiste sobre la pérdida anormal del cabello de su esposa nada como haber abandonado, en ese momento, la gala hollywoodense y renunciado, de paso, a su galardón.”

4

No necesariamente una persona culta, o cultivada, es una buena persona (un Premio Alfaguara, que empezara su práctica escritural conmigo, de pronto, y sin saber yo los motivos de sus rabietas y contrariedades hacia mí, una noche, después de una conferencia de prensa de un cantor ibero, se me acercó para amenazarme de muerte ante mi estupor por su encono reprimido y su violencia desatada, aireada públicamente), como tampoco un escritor es todo aquel que profundiza en los conocimientos de la  lengua con la que escribe (¡Gabriel García Márquez, contra todo pronóstico, desconocía las reglas ortográficas cometiendo numerosos deslices verbales y prosódicos!), porque la apariencia en ocasiones simula a la perfección los ocultos defectos.

      —¿Cómo pudo llegar Lilly Téllez a ser senadora con ese carácter que carece del aspecto conciliador supuestamente indispensable en un servidor público? —me pregunta un amigo.

      —De la misma forma en que llegó a ser periodista no siéndolo —respondo sin complicaciones.

      En este México nuestro se pueden adquirir cargos inmerecidos con relativa facilidad (relativa felicidad). Personas que nos asombran, que a mí me asombran, ocupando puestos importantes lo mismo en un foro musical que ofreciendo una charla en una mesa redonda, lo mismo presidiendo un partido político que coordinando una zona periodística, lo mismo un diputado al frente de una comisión de cultura habiendo sido un striper televisivo que un cantante de fama orgulloso de su fama sin haber leído un solo libro en su vida, lo mismo un reportero que se niega  a cubrir una actividad en la sierra chiapaneca porque no dormirá en un hotel cinco estrellas que un cantante de prestigio que olvida momentáneamente una estrofa del himno nacional, lo mismo mirando a periodistas altaneros en pantallas digitales que a youtubers haciendo de periodistas zahiriendo el entendimiento del idioma acomodándose a la diestra de poderosos políticos, pero lo mismo groseros tenderos en modestas abarroterías que cajeros impertinentes en bancos de barrios populares, lo mismo hallamos a gaseros que no quieren instalar el tanque si no se les paga una cantidad determinada de dinero que una oficinista que no deja de comer una torta mirando, apacible, cómo cada minuto aumenta la fila con la gente a la que debía ya de atender.

      El estadounidense Jefffrey Epstein (1955-2019), estafador reincidente, jamás se metió en problemas fiscales ni judiciales en su país a pesar de las evidencias. Millonario que jugaba a las cartas con los de su clase del mundo, incluyendo a príncipes, pedófilo al que le aproximaba adolescentes su propia esposa Christine Maxwell, siempre vivió, hasta la hora de su muerte, con las finanzas repletas en las arcas, respetado por Donald Trump, con mujeres bellas a su alrededor a las que pagaba con austera generosidad, las demandas en su contra por abuso sexual se las pasaba por su propio Arco del Triunfo. Y era visto como un patriota, como es visto Trump en Norteamérica, porque la fama y el dinero traen, arrastran, conllevan, concatenan, enlazan, reafirman respeto y admiración en las mayorías. No en vano el poeta español Juan Ramón Jiménez decía preferir a esa inmensa minoría de apreciados lectores de poesía.

“El estadounidense Jefffrey Epstein (1955-2019), estafador reincidente, jamás se metió en problemas fiscales ni judiciales en su país a pesar de las evidencias.”

5

—Si en octubre de 2007, en el propio Auditorio Manuel Gómez Morín, el mismísimo Tri ofreció a los panistas un concierto de rock, ¿por qué no habría de presentarse un artista en cualquier foro si vive del dinero de la organización que lo patrocina? —me pregunta, con irónica sonrisa, otro amigo, que finaliza con una coartada acaso intraducible—: ¿no tanto Guadalupe Pineda como una orgullosa Tania Libertad se presentaron en Bellas Artes, en diferentes fechas durante el sexenio panista, ante la ínclita luminosidad del presidente Felipe Calderón Hinojosa como público señero?

      Es cierto, me digo, quizás sin tener una pronta respuesta a tal cabalística interrogante. Y recuerdo que Pedro Vargas me había dicho, con el pecho erguido, que la audición privada que ofreció a Gustavo Díaz Ordaz lo llenaba de satisfacción.

      —Porque el artista —me dice otro amigo, instruyéndome tal vez en lecciones de éticas permisivas— está para cantar, no para verificar quién, o quiénes, aplauden su canto.

      —¿Y la dignidad del artista dónde queda, entonces?, ¿acaso se guarda en los bolsillos, en las cuentas bancarias, en la suntuosidad visible de su garbo? —me pregunto a mí mismo cuando le respondo a mi amigo,

      Mueve la cabeza en señal de severa lástima por mis lamentables apreciaciones.

      —Sting ha ofrecido conciertos privados en los Emiratos Árabes, Elton John vino al Castillo de Chapultepec a cantarle a Marta Sahagún, Yuri le cantaba al Señor de los Cielos, Julio Scherer García fue a platicar con el Mayo Zambada a cambio, dicen, de un discreto portafolio, Bob Dylan ha sonreído en un anuncio televisivo de un banco anglosajón, una empresa de jugos hizo suya la canción “El presente” de Julieta Venegas (con su aval convenientemente adaptado a su cuenta bancaria) para promover los intereses del emporio alquilador, Luismi saborea papas fritas y chocolates además de pedir su frugal comida mediante una mensajería en bicicletas en comerciales alabados por sus fans, Xavier Velasco compartía un whisky en una propaganda mercantil…

      Lo detuve en seco porque la fila, sí, es interminable.

      —El dinero llama al dinero —concluye mi amigo retirándose con muina quién sabe a qué sitios menos apretadamente cuestionantes para su sereno semblante de tranquilidad ciudadana.

      Que Juanga le haya cantado al PRI no es problema suyo, ni que Lora haya alquilado su rebeldía al PAN, ni es asunto suyo que ahora se subraye la importancia de Raúl Velasco en la música popular…

      Oponerse a la natural disrupción cultural es, o sería, como contrariar los privilegios adquiridos durante los largos años de las bonanzas priistas y panistas, justamente lo que está sucediendo ahora en el ámbito político donde la tradición y el conservadurismo se aferran a no cambiar de costumbre.

“Julio Scherer García fue a platicar con el Mayo Zambada a cambio, dicen, de un discreto portafolio.”

6

Dice un opositor del régimen, con ira en la sangre y común circunloquio en la lengua, que México sufre, en estos momentos, “la peor persecución política” de “la era moderna”… ¡porque están cayendo corruptos y la gente empieza a no votar ni por el PRI ni por el PAN, el partido que preside el susodicho!

      Estas vicisitudes de la congruencia, pues, por fin podrían estar volviendo por sus fueros luego de que esta especie de actitud disléxica fuera considerada una norma oxigenaria en la vida cotidiana, cuando los abruptos comportamientos corruptos y corruptores eran no sólo mirados como esencias de la costumbre sino prácticas necesarias de la especificidad humana: ¿no se hablaba de manera cordial del año de Hidalgo en las burocracias del país cuyo hondo significado, en una traducción de buen cristiano, consiste en mentarle la madre a todo aquel que dejara un centavo en las arcas administrativas (“en el año de Hidalgo, chingue a su madre el que deje algo”).

    Pero ahora la oposición no quiere discutir nada porque las costumbres políticas no son las mismas de antes, porque las costumbres periodísticas no son las mismas de antes, porque los discursos ciudadanos no son los mismos de antes. De ahí que otro dirigente partidista dijera, luego de conocer las victorias electorales morenistas del domingo 5 de junio, que la trama de los sufragios había sido una clara trampa del Estado. Así, sin ninguna prueba de su opositora afirmación, sin ningún argumento probatorio, sin ninguna documentación que validara su rabia. Nada. Sino pura y santa oposición, que vendría a confirmar que, hoy en día, la disrupción cultural no tiene que darse, por ningún motivo, en sentido contrario al intransferible punto de vista de quien no concuerda con una idea ajena.

      Y luego me vienen a hablar de la intolerancia exclusiva del poder político, nunca antes jamás percibida en ninguna instancia priista ni panista.

      Cómo no.

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA, PARA LA LUPA.MX

https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/

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Last modified: 18 julio, 2022
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