HISTORIA: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/LALUPA.MX
FOTOS: ENRIQUE CONTLA/LALUPA.MX
Caro se acerca al grupo de niñas y niños basquetbolistas en la unidad deportiva. La entrenadora Lorena Sánchez acaba de explicarles que ella nació con una discapacidad auditiva y que recibió un implante coclear, un pequeño dispositivo electrónico que ayuda a las personas a escuchar y que se coloca por medio de una cirugía. Los niños le piden permiso para tocar su cabeza, detrás de su oreja y sentir el aparato. Después de la explicación, todos inician el entrenamiento sin que se vuelva a mencionar la condición de Caro.
El equipo mixto de Hoopers aglutina a niñas y niños con discapacidad: autismo, síndrome de Down o cualquier otra. Pero también hay menores sin alguna de esas condiciones. “Aquí cabemos todos, esa es la inclusión”, dice la entrenadora, quien, tras sobrevivir al cáncer de mama, decidió dedicarse a enseñar uno de los deportes que considera más noble porque permite integrar a la gente sin discriminación.
Norman es uno de los chicos del equipo, que corre a su propio paso y por su altura se destaca del resto. Diagnosticado con epilepsia y tras una cirugía, tuvo que volver a aprender a caminar a los 8 años. A los 12, una nueva intervención, lo “despertó” a su edad normal. No puede mover bien el lado izquierdo del cuerpo, pero avanza a su paso al lado de los demás. Es el más grande del equipo y tiene una ligera discapacidad intelectual, pero se divierte igual que todos con el entrenamiento.
“Sigo en terapias, sigo trabajando con el lado izquierdo para volverlo a mover. Cuando juego siento una gran felicidad y emoción, es como volver un poco en el tiempo, porque puedo volver a jugar y esto me prepara para adelante, quisiera que me dieran más oportunidades, pero aquí siento una gran felicidad”.
“Como si despertara, como si le conectaran el cable que le faltaba”
Norman Baena recuerda que, a los 8 años, diagnosticaron a su hijo Norman con epilepsia y dos años más tarde le hicieron una hemisferectomía, en la que separaron los dos hemisferios cerebrales, para retirar un poco del lóbulo temporal derecho, lo que redujo su movilidad del lado izquierdo del cuerpo.
Después de la cirugía, se le diagnosticó con Síndrome de Rasmussen, una forma de epilepsia y se determinó que su enfermedad “fue adquirida. Un animal, normalmente un zancudo, una garrapata, le pica y arroja un líquido que se queda en el cuerpo. No sabemos si ese piquete fue recién nacido o a qué edad, pero cuando enfermó de rotavirus, la temperatura muy alta provocó esto”.
Los papás de Norman lo recibieron entonces, a los 8 años, “como un bebé recién nacido, sin poderse sentar, sin poder controlar su cuerpo y hay que enseñarle a hacer todo otra vez, siempre con el lado derecho. Estuvimos dos años en terapia, a los dos años lo volvieron a operar porque encontraron un coágulo de sangre, que se formó cuando le separaron los dos hemisferios y el cerebro intenta volver a unirse”.
A partir de esa nueva cirugía, a los 12 años, parece “que le conectaron el cable que le faltaba. Regresó como un niño de 12 años, que habla, razona, el avance físico es notable, empieza a caminar, a tener más acción. Antes de la cirugía tomaba ocho medicamentos diarios, después sólo uno y actualmente va disminuyendo la dosis. Fue como si despertara, con la edad que debería de tener, pero con falta de estudios”.
El básquet como forma de vida
De niño, Norman amaba los deportes antes de que se le diagnosticara con epilepsia. Practicaba futbol, taekwondo y basquetbol, se quedó con esta última actividad cuando le prohibieron realizar tanto ejercicio y cuando recuperó algo de movilidad. Su hermana juega basquetbol por la pasión de su hermano por este deporte.
Hace un tiempo conoció a Lore, la entrenadora, y volvió a integrarse a un equipo. El grupo mixto con niñas y niños con y sin discapacidad de Lore funciona con naturalidad: cada que se integra alguien hay una explicación sencilla sobre la condición con la que vive cada persona y cada quien trabaja de acuerdo con sus propias herramientas.
“Les ayuda a entender que no necesariamente naces con una discapacidad, que la vida no la tienes comprada y que hay que aceptarnos. Cuando les enseñas a los más pequeños que hay alguien con discapacidad no se les hace extraño, así es como tiene que ser la inclusión”, destaca Norma Baena.
Hoy Norman, con 23 años de edad, estudia en el Centro de Apoyo y Calidad de Vida (CALI), que a través del programa CALI contigo en la UVM impulsa la capacitación educativa y laboral de los jóvenes con alguna discapacidad intelectual, para que logren tener una vida independiente de calidad. Ahí, Norman se volvió vocero de las personas con discapacidad y está por iniciar su preparación en materia de comunicación.
Su mayor pasión es todavía el básquet, aunque él afirma que heredó el gusto de sus padres, que también lo jugaban. “Mi operación me dejó paralizado del lado izquierdo y encontramos programas para poder seguir estudiando, en el Querétaro 2000 conocí el deporte adaptado, conocí a la coach Lore y me dio la oportunidad de volver a jugar, ahora voy a torneos, fui a Tijuana, mi primer torneo en mucho tiempo. Jugar me da felicidad, me da mucha emoción”.
“Si me quedé fue por algo más grande”
Lorena Sánchez Salmón es comunicadora de formación, pero el basquetbol es su gran pasión. Hoy entrena a niñas y niños con discapacidad intelectual, síndrome de Down, autismo y pequeños en las categorías regulares o convencionales, sin discapacidad.
Su punto de quiebre fue su diagnóstico de cáncer de mama que tuvo la fortuna de vencer. Aunque antes de la enfermedad ya entrenaba a jugadores con silla de ruedas, al regresar, ya no tenía un equipo. “Entonces pensé: si me quedé en esta vida es para hacer algo positivo y así empecé con este equipo, primero en línea, porque se nos atravesó la pandemia, cuando regresamos vi cómo un amigo le decía a otro, una mamá a otra y así esto creció”.
Admite que, al primer contacto, las niñas y niños de categorías regulares pueden ver con curiosidad a otra persona con una discapacidad, pero si se les explican las condiciones de cada persona, la integración se da de manera inmediata”.
También hay que trabajar en fomentar el respeto, por eso se preocupa por explicarles la discapacidad de cada integrante. “Al inicio se sienten inseguros, nerviosos, un tanto desorientados, pero el basquetbol desde los 6 o 7 años es formativo, no sólo en lo deportivo, también en lo familiar y lo educativo. El basquetbol permite la integración, para que tengan mayor rendimiento con sus familias, les da la habilidad de controlar su cuerpo, fomenta la sociabilización, el desarrollo”.
La parte más importante, insiste Lorena, es que el deporte tiene la nobleza de facilitar esa inclusión, sobre todo el basquetbol, que “es para todos, aquí entramos todos” y lo demuestra cada semana en los entrenamientos.