Durante la Edad Media y hasta la época moderna, muchos gobiernos otorgaban permisos para que cualquier persona que poseyera una embarcación pudiera convertirse en miembro de la marina y atacara con consentimiento a barcos enemigos. Tales autorizaciones –llamadas patentes de corso– les permitían a los países que no contaban con suficientes recursos para costear una marina propia el hacerse de efectivos con los que pudieran enfrentar las luchas que libraban. Las patentes de corso no sólo fueron usadas ampliamente en Europa por naciones como Inglaterra, España o Francia, sino también en América, cuando sucedieron las guerras de independencia que pusieron fin a la época virreinal.
Aunque la emisión de las patentes de corso fue abolida en el Tratado de París, firmado en 1856 para poner fin a la guerra de Crimea, concretamente para prohibir que los gobiernos beligerantes pudieran contratar mercenarios, en la realidad dichas concesiones siguieron vigentes en varios países hasta muy recientemente; e incluso ahora mismo, a raíz de la invasión rusa a Ucrania, en el congreso estadounidense se ha presentado una iniciativa que le permitiría al presidente Joseph Biden emitir nuevamente patentes de corso para que quien así lo desee pueda atacar a las embarcaciones de la Federación Rusa.
Es un hecho que las patentes de corso son un elemento vigente y, lamentablemente, útil y hasta necesario en época de conflagración. Pero lo que llama poderosamente la atención es que las patentes que emiten los gobiernos para legalizar temporal y territorialmente aquellos monopolios generados a partir de los activos de propiedad industrial (PI) también han sido y siguen usándose como arietes de combate para golpear a los enemigos en sus finanzas, como lo demuestra la reciente modificación hecha a la ley en Rusia para permitir la piratería.
La protección de la PI, por ejemplo, mediante el otorgamiento de patentes, es temporal y territorial; es decir, las patentes que emite un país sólo son válidas dentro del mismo y por un tiempo determinado. Esto implica que ninguna nación está obligada a reconocer ni respetar la titularidad ni los derechos patrimoniales de las invenciones, marcas, etc., otorgados en el extranjero; sin embargo, en la práctica se ha visto que resulta muy conveniente que los distintos países cedan en este sentido, validando las patentes emitidas por otras naciones a cambio de que esos otros países brinden protección recíproca a los títulos propios.
El hecho de que la legislación de un país garantice la protección de la propiedad intelectual a los ciudadanos de otras naciones también contribuye a que esa nación adquiera la confianza del extranjero para invertir y realizar negocios prósperos. La generación intelectual de las personas es, después de todo, la más valiosa para cualquier nación, y los activos de PI representan típicamente alrededor del 70 % de las valuaciones de las compañías, ya que constituyen el núcleo del negocio y, además, son los cimientos sobre los que se construye el prestigio de las empresas, porque quedan intrínsecamente vinculadas a la calidad de los servicios o productos.
Aunque durante las guerras se entiende que los participantes suspendan los acuerdos internacionales para evitar la burocracia que conlleva la protección de la PI y recibir las provisiones con la urgencia que demanda la coyuntura, normalmente aquellos productos que se replican sin licencia o sin pagar a sus titulares las regalías correspondientes son los relacionados con el suministro bélico. Pero lo que ha comenzado a suceder en Rusia tras la modificación de la ley es inédito, pues en muy pocos meses se ha disparado el registro de marcas mundialmente famosas y la solicitud de patentes para diversos productos de compañías transnacionales.
El mundo entero espera con ansias que la invasión rusa en territorio ucraniano cese pronto, pero en el momento en que esto suceda, la economía del país de los zares quedará inundada de productos pirata gracias al otorgamiento indiscriminado de estas modernas variantes de las patentes de corso.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.