La guerra entre Rusia y Ucrania ha escalado a raíz de dos acontecimientos recientes en cada país. Por parte del Estado invasor encontramos el asesinato de Daria Dugina. Por el lado del país invadido, resalta el refuerzo en el apoyo de Estados Unidos de América (EUA), Reino Unido y la Unión Europea para que no se doblegue ante las ofensivas rusas. ¿Qué nos deja entrever este escenario en ambas naciones?
Este martes se condujo el entierro de Dugina, hija de uno de los arquitectos ideológicos de la invasión rusa a Ucrania y uno de los personajes más cercanos a Vladimir Putin, quien fue asesinada el sábado, cuando el carro que manejaba en la capital del país explotó. El gobierno de Rusia ha presentado este incidente como un ataque dirigido y perpetrado por la inteligencia ucraniana, situación que ha exacerbado las tensiones de la guerra.
Moscú ha utilizado este ataque como propaganda doméstica para aumentar el apoyo hacia las decisiones del régimen en el marco del conflicto bélico. Pero de la misma manera, el entierro se ha utilizado también como impulso, legítimo a sus ojos, de la “operación militar especial” que el Kremlin ordenó iniciar hace seis meses. Por ende, se concibe que el régimen de Putin pueda usar este atentado para impulsar la guerra aún más de lo que se había pensado.
Por otro lado, en el marco de la celebración de la independencia de Ucrania, el presidente Volodimir Zelenski ha anunciado que no tiene intención de retirar del campo de batalla a las tropas ucranianas hasta que el país retome sus fronteras de hace ocho años, cuando Rusia invadió y anexó Crimea ante la mirada perpleja de la comunidad internacional. La decisión es un mensaje claro del mandatario: hay que seguir peleando por la independencia.
El anuncio de Zelenski tiene connotaciones ciertamente románticas, es decir, los militares y civiles ucranianos están pelando por su independencia, no sólo por la que les concedió la calidad de país libre, soberano y autónomo hace muchos años, sino por una nueva que mantenga la libertad frente a un Estado invasor del que históricamente han recibido malos tratos, cuando menos. Sin embargo, la declaración del presidente de Ucrania alberga otro mensaje que preocupa en demasía al globo, pero particularmente a Europa.
Con la asistencia de otros 3 mil millones de dólares por parte de Washington, Kiev ha sido respaldada para continuar con su defensa ante la invasión rusa. Este apoyo se redobla con las recientes declaraciones del secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, quien señaló que la alianza militar occidental estará con Ucrania el tiempo que sea necesario. Por consiguiente, este escenario indica que la guerra, que se esperaba que terminara pronto ante un desgaste de las fuerzas rusas, pudiera comenzar a tomar forma de un conflicto bélico de largo plazo.
Estas dos situaciones, que se han generado casi al unísono, representan un problema severo para la estabilidad, particularmente la regional. Sin menospreciar lo duras que fueron las guerras yugoslavas, desde la Segunda Guerra Mundial el viejo continente no había experimentado una catástrofe como la que hoy en día se ha desatado en la guerra ruso-ucraniana. La esperanza de que el conflicto bélico terminara pronto a raíz de la corrupción, ineficiencia y falta de logística apropiada del ejército ruso se ha disipado.
Una guerra de mediano a largo plazo se comienza a visualizar en el horizonte, lo que conllevará nuevos problemas para Europa y el globo, desde la migración ascendente hasta la fluctuación de los precios de los artículos. A pesar de esta situación y de lo ríspida, por lo menos, que es la relación de Putin con Occidente, la esperanza se deposita, así como sucedió en los momentos más álgidos de la Guerra Fría, en la diplomacia.