La reciente crisis por la escasez de agua que ha vivido la zona conurbada de Monterrey debió encender las alertas en todo México, principalmente en las zonas industrializadas, pues algo muy similar podría sucederles en cualquier momento y, dado el caso, las consecuencias serían de pronóstico reservado. Aunque tendemos a relacionar de manera inmediata la falta del líquido vital con el consumo humano, el agua es un insumo que toca muchos otros ámbitos, en particular el económico. De hecho, existen estudios que señalan que hasta un 70 % del agua se utiliza en el sector agroalimentario, principalmente para el riego de los distintos cultivos.
Y es que la fecha fatal que tanto se presagió, en la que en el mundo entero comenzarían a dominar los conflictos originados por este líquido, parece haber llegado finalmente, adelantada por el aumento acelerado de la temperatura media global y el consecuente cambio climático. En los días más recientes no sólo la capital neoleonesa ha sido noticia mundial por este asunto, sino que otras regiones de Europa, Asia, América del Norte y Sudamérica igualmente han vivido estragos por la falta de agua. En Alemania el marcado descenso en el nivel del Rin le ha vuelto innavegable para las embarcaciones de gran calado usadas para transportar automóviles, productos químicos y energéticos, como el gas y el carbón. Noruega ha visto comprometidas sus reservas del líquido en las presas de sus centrales hidroeléctricas. Las prolongadas sequías han arruinado las plantaciones de algodón en Texas y han hecho lo propio con grandes extensiones de cultivos de granos en Europa; han obligado a las compañías mineras de Chile a reducir su producción de cobre, principal producto de exportación de esa economía; mientras que en el suroeste de China han forzado a parar sus líneas de producción a importantes armadoras de vehículos y otras manufactureras de equipos electrónicos.
Por supuesto que la prioridad por mucho es el líquido destinado a mantener hidratadas a las personas; sin embargo, una vez que los habitantes de un país satisfacen su ingesta vital requieren que subsista una economía funcional. Es aquí en donde asegurar el suministro industrial del agua se vuelve relevante. Ejemplos como los mencionados pueden pasar un tanto desapercibidos para la población, hasta que suceden en nuestras vecindades y afectan directamente a familiares, amistades, fuentes de empleo y a nosotros mismos.
Lo sucedido en la capital de Nuevo León también nos ha revelado que en crisis como tales pueden aflorar los peores rasgos de la naturaleza humana, sobre todo cuando detrás subyacen intereses políticos o personales. Durante el desabasto hubo quien, desde la máxima posición del gobierno federal, buscó aprovecharse de las circunstancias para presionar a los empresarios regiomontanos y al mismo tiempo causarle un daño reputacional al sector cervecero de esa ciudad, que es el pilar del desarrollo industrial de la entidad y del país entero. A pesar de que la firma transnacional que actualmente es dueña de las cerveceras instaladas en Monterrey ha declarado que su huella de agua es de apenas dos litros y medio del líquido por cada litro de bebida producido —lo que está muy por debajo del promedio mundial de esta industria—, se sugirió que la compañía se mude al sureste del país, en donde supuestamente abunda el agua. La lección a aprender es que en una situación de crisis por falta de agua cualquier industria podría ser señalada como acaparadora del líquido y las turbas azuzadas causarían tragedias inimaginables.
En el sector productivo el agua no sólo se utiliza en los distintos procesos, también se requiere para alimentar las plantas hidroeléctricas. El fluido eléctrico es un insumo esencial para la productividad de cualquier economía; sin la energía eléctrica se queda detenida una gran parte de las líneas de producción en todos los sectores industriales. Con este riesgo inminente, habría que retomar con seriedad y urgencia el trabajo en el plan de transición energética para México, en el que sean centrales la escasez creciente del agua y el aprovechamiento de fuentes limpias de energía, como la solar fotovoltaica, la eólica o la mareomotriz.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.