Hoy narraré un episodio del intenso viaje de observación de aves, que llevamos a cabo un grupo de amigos, para el fin de año pasado. El recorrido, planeado por mi hijo, fue sumamente ambicioso y demandante de esfuerzo, ya que implicó el trayecto desde Ciudad de México, hasta Zacatecas, y Durango, a través de la Sierra Madre Occidental, llegando a Sinaloa, Nayarit y Jalisco, para encontrar a nuestro paso ecosistemas y climas muy diversos, que nos permitieron observar una enorme variedad de aves a lo largo de más de 2 mil 500 kilómetros en siete días. En el tercer día de camino, visitamos varias localidades de Sinaloa, yendo desde los bosques en la altitud de la Sierra, hasta las selvas, camino a la costa.
Ya era de tarde cuando bajamos por un cañón hasta el lecho de un río. A pesar de la época de secas, el entorno era de una vegetación ,con los llamados de las aves y el rumor del río como sonidos de fondo. La lista de especies que podían verse en la localidad era muy atractiva y entre ellas destacaba la Guacamaya Verde. Aunque la idea me emocionaba, quise tomarlo con cautela: Apenas hacía unas horas, habíamos estado muchos metros de altitud más arriba y muchos grados centígrados más abajo, en la Reserva de la Chara Pinta y si bien fue una sesión muy buena, “la anfitriona”, es decir, la Chara Pinta, no nos honró con su presencia.
¡Guacamaya! Fue el intento de susurro de mi hijo, que por la excitación fue más un grito ahogado, indicándonos dónde se encontraban las aves, ante lo cuál alzamos simultáneamente los binoculares, con un salto en el corazón. Batallé un poco, puesto que había varias capas de vegetación entre las aves y nosotros, sin embargo pude ubicar a algunas de ellas y admirarlas con creciente emoción. Se encontraban en las copas de unos árboles, más abajo de nosotros, que veníamos bajando desde la carretera hacia el sendero del río. Se veían unas 5 o 6 guacamayas verdes, un par de ellas más descubiertas en la parte alta dela fronda, mientras que las demás se podían adivinar por sus movimientos, sin que se viera otra cosa que un destello de su plumaje de vez en cuando.
Pero al querer apuntarles con la cámara, la situación fue diferente:algunas pequeñas hojas dentro del campo de visión, incluso estorbando un poco la vista, no son muy relevantes para observar con binoculares, pero al intentar hacer una buena toma con la cámara, la dificultad es mucho mayor. Una de las guacamayas estaba de espaldas y con la cabeza en un ángulo desfavorable, así que sólo podría tomar unas fotos de registro, en las cuáles se vería de qué especie se trataba, pero con un valor estético muy deficiente… Pero era una especie fantástica y cualquier imagen sería valiosa para mí.
Y de pronto sucedió…Así como a veces ya tengo preparada la toma deseada y en el último instante el ave vuela o se oculta e el follaje, en contadas ocasiones pasa lo contrario y el ave se mueve unos pocos centímetros en la dirección correcta y queda a la vista y con buena luz. Con gran emoción y el corazón palpitando, empecé a disparar.
Con desesperación me di cuenta que esas primeras tomas estaban fuera de foco debido a que la línea de vista, aparentemente libre tenía pequeños obstáculos, como una ramita a 5 metros o unas hojas un poco más adelante.El cerebro y el ojo humano son maravillosos y enfocan lo que deseamos, a pesar de estos distractores, pero a la cámara y lente, hay que ayudarles a veces. Me erguí lo más que pude, busqué el “túnel perfecto” sin obstáculos hasta el ave, pero las tomas seguían sin ser satisfactorias.
Lo que finalmente funcionó, fue enfocar el ave lo mejor posible de manera manual y desde ese punto, activar el enfoque automático, que para mi alivio, finalmente se pudo ajustar y así pude empezar a obtener mejores fotografías. ¿Qué tan buenas? Desafortunadamente no lo sabría con certeza, hasta terminar el viaje y transferir mi tesoro de imágenes hacia la computadora, para editarlas y realmente ver el resultado final de mi esfuerzo. Faltaban varios días para eso y sabía que estaría impaciente por esas fotografías en particular.
Dejando a un lado la fotografía, como observador de aves, fue un “lifer” maravilloso, pues además de ser mi primer avistamiento de esta hermosa ave, se trataba de una especie que (desafortunadamente) está en peligro de extinción y que deseaba muchísimo observar.
La belleza de la Guacamaya Verde es espectacular: el plumaje verde, los vivos amarillos y rojos en la larga cola, los tonos azules de sus alas, todo en ella es impactante. Irónicamente, su belleza ha sido la causa principal de su precaria supervivencia, debido al egoísmo del ser humano, que le impide disfrutar sin necesidad de poseer y de perturbar.
Después de haber visto las guacamayas perchadas, seguimos observando otras aves, casi todas especies relevantes, por lo que estábamos muy contentos. Sólo como ejemplo de la diversidad y belleza de las aves, puedo mencionar el Picogordo Amarillo, que sorprende por la intensidad en su color y la tosquedad de su pico, que le da su nombre, o laUrraca Cara Negra, con sus hermosos tonos de azul y su larga cola, o el entrañable y pequeño Tecolote de Colima, éstos últimos dos, especies endémicas de nuestro país.
Y de repente escuchamos un escándalo que nos hizo mirar hacia arriba, justo tiempo para ver una ráfaga multicolor de verde, azul, amarillo y rojo, constituida por seis guacamayas verdes en vuelo. Es un espectáculo extraordinario que recordaré siempre.
Es un gran regalo de la naturaleza ver a la guacamaya verde volar… No en una foto de revista, ni en un documental de Nat Geo… Sino respirando el mismo aire que ellas, escuchando su característico llamado, estando rodeado por un entorno de frondosa vegetación con laderas de un verde interminable. Ese despliegue de libertad es contagioso… Intento transmitir la experiencia y la emoción extraordinarias de admirarlas, pero ni la mejor crónica sería suficiente… ¡ Hay que verlas!
Contemplar su vuelo, inevitablemente me hizo recordar a esas guacamayas enjauladas, encadenadas o mutiladas que penosamente me ha tocado ver, en zoológicos y en otros sitios dónde es aún más cuestionable que estén en cautiverio. Casi indolentes, de lentos movimientos, muchas veces con señales de maltrato o descuido, son una sombra de lo que esta maravillosa especie representa en realidad.
El enorme contraste entre las aves en libertad y las cautivas me provocó fuertes sentimientos y por eso, experimenté auténtico júbilo por tener el privilegio de verlas, pero también pensé que sin un esfuerzo de conservación muy importante, es muy probable que dentro de unos años ya no se vean más en ese mágico lugar, como ha sucedido en la mayor parte de sus sitios de distribución original.
Sumado a la creciente fragmentación y reducción del hábitat disponible, la especie se encuentra bajo fuerte presión proveniente del mercado de mascotas, pues a diferencia de otros psitácidos, no solo se extraen pollos de las poblaciones, sino que también los adultos e inmaduros son capturados. Esta situación hace del tráfico y comercio sobre la especie, la mayor amenaza para la guacamaya verde en el País. Además, la especie empieza a enfrentar la escasez de sitios para anidar tanto en riscos como en árboles, ya que estos son los principales sitios donde los traficantes capturan las crías. La clasificación actual de la Guacamaya Verde según la NOM 059, es de peligro de extinción, pero la codicia y la inconsciencia de la gente es mucha y poco les importa el precario estado de supervivencia de la especie.
A pesar de que la comercialización de loros, pericos y guacamayas originarios de México está prohibida y penada desde hace más de 10años, sigue existiendo demanda para estas aves y por lo tanto se crea la oferta en un comercio totalmente ilegal, que por añadidura provoca que el tráfico de estas especies se lleve a cabo con pésimas condiciones de manejo, causando una alta mortandad en las aves capturadas.Aunque el comercio en caminos, cruceros y mercados sí ha disminuido, el negocio ilegal existe y prolifera a través de las redes sociales, y es muy difícil de rastrear y sancionar para la PROFEPA (ProcuraduríaFederal de Protección al Ambiente).
Estando sumido en esos graves pensamientos, una vez más escuché el escándalo y las guacamayas pasan sobre mi cabeza… Les disparé tal vez 50 fotos más, pero también me di un respiro para mirarlas sin la cámara ni los binoculares, puesto que pasaban a una altura que permitía observarlas a simple vista. En esta ocasión, empezaba a caer la tarde y la luz dorada bañaba el hermoso plumaje de las guacamayas y así me las llevaba grabadas, tanto en formato electrónico de la cámara, como también en la mente y en el alma.
Días después, una vez concluida nuestra expedición Sierra Madre-Pacífico, regresamos cansados pero contentos a laCiudad de México, con más de 300 especies avistadas y en mi caso, con más de 20 “lifers” acumulados en los siete días.
En la soledad de mi habitación, las más de dos mil fotografías llegaron a mi computadora y al desplegar en la pantalla las imágenes de la guacamaya, la emoción me sorprendió y humedeció mis ojos… Justo como me vuelve a suceder, en este momento en que he traído este recuerdo para compartirlo contigo en este relato.
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