REPORTAJE: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/LALUPA.MX
FOTOS: ENRIQUE CONTLA/LALUPA.MX
Amealco, Qro.- “Mientras tengamos vida, lo seguiremos buscando”, dice Francisco con voz que se rompe, al hablar de su hijo, de apenas 20 años, quien desapareció en abril pasado tras cruzar la frontera con Estados Unidos. El domingo 10 de abril, el último día que lo vieron, el muchacho se desayunó medio pan con prisa, estaba ansioso por iniciar su aventura. El lunes 18 de ese mismo mes les llegó la noticia de que “se había quedado en el camino” y lo buscan desde entonces.
Francisco Rafael Victoriano trata de sacudirse la culpa que no debería cargar. “Dios es el que te da y te quita. Cuando se te mete una idea nadie te la puede sacar. Si yo le hubiera dicho: no te vayas y aquí le pasa algo, me hubieran culpado a mí, lo mismo si se va. El coyote me dijo que mi hijo no pudo seguir más, que fueron correteados por migración en el desierto”.
Otros migrantes del grupo contaron una historia diferente: Francisco se desmayó dos veces antes de negarse a seguir y caminó solo hacia un rancho que se veía a la distancia. Nadie lo volvió a ver, pero su familia mantiene la búsqueda con la esperanza de que está vivo, tal vez detenido por agentes de Migración o como esclavo en algún sitio en el desierto. Hay historias similares por todo Santiago Mexquitlán, Barrio Segundo, de Amealco, donde la familia vive.
En las zonas expulsoras, todos conocen los riesgos de la migración. La organización Fuerza Migrante reportó la muerte de al menos 18 migrantes queretanos en los últimos dos años. Por eso, el académico, ex diputado y promotor de la organización, Fernando Rocha, urge a las autoridades a construir una agenda migrante que coloque este tema en el centro de las políticas públicas y que reconozca su fuerza política.
Por ejemplo, cada año entre 30 y 40 niñas, niños y jóvenes de menos de 18 años abandonan la sierra y el semidesierto para migrar al territorio estadounidense y el riesgo de muerte no frena las ganas de viajar. Prueba de ello es que de 2020 a 2021, Querétaro fue el estado que creció más en el envío de remesas en el país, aproximadamente en 13 por ciento, lo que “quiere decir que se están yendo más queretanos a Estados Unidos a buscar oportunidades”.
El llamado “sueño americano”, por el que muchos queretanos dejan sus lugares de origen cada año, es causa de muerte y dolor en las zonas expulsoras, pero muchos están dispuestos a pagar los seis mil dólares, más de 121 mil pesos mexicanos, que cobran los coyotes por llevarlos al país vecino. Así sucedió con Francisco, cuando su familia lo acompañó a 20 minutos de su casa, de donde saldría el transporte que lo llevaría a su nuevo hogar junto a otro grupo de muchachos.
“Como si me dieran un balazo. Todo se nos nubló”
La mañana del lunes 18 de abril, Francisco Rafael recibió la visita de un vecino del Barrio Segundo. “Me vino a preguntar si mi hijo se fue p’al norte. Le dije que sí. Me dijo: yo no vengo a herirte, pero me llegó una noticia, quizás sea cierta o no, pero parece que tu muchacho se quedó en el norte, fue como si me dieran un balazo. Me sugirió que me fuera con la familia del coyote y les preguntara si ya habían pasado”.
La mamá del coyote le dijo que habían pasado al otro país, que esperara unas cinco horas. “Regresé más tranquilo, a los tres días me llamó el papá del coyote y me dijo que mi muchacho no se reportó, que los correteó migración, que a él y a otros dos los habían detenido. Un amigo me dijo que tenía un conocido que iba en otro grupo que ya había pasado. Le hablamos y nos dijo que sí, entre 6 y 7 de la mañana mi muchacho se fue hacia un rancho, que no se quedó muerto, que caminó a un rancho porque ya no pudo seguir”.
Desde ese día, la familia pasa las horas entre oraciones, llamadas y visitas a toda la gente que creen que puede ayudarles. Revisan las redes sociales y buscan el mínimo dato que les dé información de Francisco, su hijo mayor, porque “todo se nos nubló, se vino muy rápido todo”.
En el consulado mexicano en Arizona les recomendaron presentar un reporte, lo que se hizo el 1 de mayo. “En el consulado se escuchaban muy fríos, como si no quisieran ayudar, como si no les importara”, lamenta Francisco Rafael, que no entiende por qué nadie en las instituciones busca a los migrantes, la búsqueda la realizan otros iguales a ellos, la gente que se fue, los que viven allá.
La presidencia municipal de Amealco recurrió a las publicaciones en redes sociales y eso permitió que mucha gente, incluso en Estados Unidos, se sumara a la búsqueda, sobre todo a revisar los informes de detenciones de Migración.
Muchas personas que no conocen se comunicaron desde Estados Unidos con la familia amealcense para decirles que hablaron a los hospitales y a las organizaciones de ayuda humanitaria, otros buscaron en los ranchos cercanos al sitio donde se quedó, pero no había razón de Francisco.
“Un día un muchacho me habló, él también es de Amealco y está allá. Buscó pero no encontró nada, sólo no se metió a la cárcel porque no podía, pero no había informes de muertos. Yo le dije: yo confío en ti, aunque no te conozco y me contó que hace tiempo a un sobrino suyo le pasó igual, que desapareció por ocho meses y estaba encerrado y la familia ya lo daba por perdido, eso me dio esperanza y otro hermano suyo desapareció y nadie les daba información, pero lo tenía Migración, así hay historias aquí”.
A Francisco Rafael le mandaron la ubicación del lugar donde se quedó su hijo y otras personas lo ayudaron a buscar en la zona. “No hay un cuerpo, nadie encontró un muerto, ni en el camino, ni en el rancho, ni en las noticias, porque cuando ven un cuerpo se reporta con Migración y ahí no ha habido nada de reportes, aunque por ahí hubo una balacera, una masacre con niños y un hombre fallecido sin identificaciones, pero no era él”.
Francisco Rafael pasa la vista sobre su casa y sus alrededores. Tiene un negocio que le da para vivir, una milpa para autoconsumo que le alcanza para comer. Es mucho más de lo que él tenía cuando era niño, cuando llegó a dormir a la intemperie, pero entiende el deseo de su hijo, porque “cuando una idea así se te mete a la cabeza, no hay nada que pueda quitártela”, una frase que se repite una y otra vez mientras estruja sus manos.
“Ya tenía la idea metida en la cabeza y todo fue muy rápido”
Carolina Tomás, mamá de Francisco, se acuerda del último día que estuvo con ellos. Se levantó contento, se veía nervioso, no quiso desayunar bien, el tiempo se fue muy rápido. Comió apenas medio pan. Antes de que se fuera, abrazó a su mamá y lo llevaron a la casa del coyote, a unos 20 minutos de donde viven, el sitio donde ya esperaban otros muchachos que también se iban a ir.
Le hizo una seña con la mano que ella entendió como “nos vemos” y lo vio partir. Carolina llora porque tiene tres hijos y Francisco es el mayor. Sabe que él tenía días pensando en irse, pero no se los decía. Salía al patio de la casa y se quedaba pensativo mucho tiempo. “Yo le decía: en qué piensas y decía en nada, pero ya pensaba en irse”.
Casi no salía con amigos porque siempre estaba cansado. Salía de su casa a la 1:20 de la tarde para trabajar en una fábrica y regresaba a las 2 de la mañana o salía de la casa a las 2:40 de la mañana y regresaba a las 5 de la tarde del trabajo. “A veces le iba más o menos, otras veces no le iba muy bien con el pago”. Normalmente estaba en el celular.
Soñaba con construir una casa o poner un negocio y así empezaron sus ideas de irse, “para poder progresar”. Francisco Rafael sólo atinó a decirle que irse a Estados Unidos no era un juego, que nadie sabía si iba a regresar o no, que podía sobresalir sin irse, porque tenía suerte y talento y en Amealco ahora hay muchas fábricas, pero su muchacho “ya tenía la idea metida en la cabeza y todo fue muy rápido”.
Él no entendía la obsesión de su hijo. Nadie más en la familia migró antes a Estados Unidos y Francisco Rafael se esforzó por construir una casa donde pudiera estar su familia. “Ya hubiera querido yo tener un techo así cuando estaba chiquillo, a veces nos dormíamos afuera”, y se lo contaba a Francisco y “él decía: pues sí, me parece bien”, pero no encontró cómo detener a su muchacho.
“Cuando a uno se le mete una de esas malas ideas es muy difícil quitárselas y si diosito decidió que algo te va a pasar, eso va a pasar. Si como padre le digo: tú no te vas, si le llega a pasar algo aquí, se vienen contra mí, van a decir: fue culpa de mi papá. Lo mismo si se va, no sabemos qué va a pasar en el camino y tampoco podemos ir contra el coyote porque nadie te obliga a ir”, dice Francisco Rafael frente a su familia que llora.
Sin más pláticas, Francisco les dijo que se iba y en una semana tenía todo listo, que el coyote le cobraría seis mil dólares, más de 121 mil pesos mexicanos, pero ya que estuviera en Estados Unidos, así que en Amealco “solo hubo de por medio los pasajes; el coyote dijo: aquí no me van a dar nada, hasta que esté en el lugar donde va a estar”, al sitio al que nunca llegó.
Ahora Carolina se dedica a alejar los pensamientos, a pelear con su cabeza. “Pienso cosas malas, cosas buenas, me pregunto dónde se quedó, si estará vivo, si es cierto que ya iba muy mal. A mi cabeza le vienen muchas cosas, si se quedó tirado, muerto, si alguien lo ayudó, mi mente me dice: ¿pos quién lo va a ayudar si se quedó ahí solo? o si en el rancho lo agarró la gente mala, narcos que lo puedan vender. Mi fe es que está vivo, que está encerrado, a lo mejor con los rancheros, con Migración, con la policía por estar en propiedad privada”.
Francisco Rafael se refugia en la voluntad de Dios, pero la voz se le rompe al recordar a su muchacho y guarda silencio un largo rato. “Hay que enfrentarse a la situación, porque Dios es el que te da y te quita. A partir de ahí hemos estado en oración todos los días, somos católicos, pero somos malos católicos, no sabemos ni rezar, pero mientras tengamos vida, lo seguiremos buscando”.