Sería una contradicción y hasta una incongruencia que cualquier gobernador o gobernadora deje el cargo y, por ende, no concluya el sexenio para el que fue electo (a) y se vaya a disputar una candidatura por otro puesto de elección popular.
Por algo, la ley establece con toda claridad que la titularidad del Poder Ejecutivo es un cargo irrenunciable, porque obedece al mandato ciudadano de ejercerlo por el periodo total para el que se eligió al candidato o candidata.
Claro, es muy importante comprender que hay algunos gobernantes que eso los tiene sin cuidado, pues ejercen su función (gobernar) con el único objetivo de conservar el poder y no, como deberían, para servir a la sociedad.
Por eso es que varios de ellos y ellas siempre están atentos a los ciclos electorales (cada tres años), a la espera de tener una oportunidad más de ocupar otro cargo.
Uso político-electoral
Lo anterior viene a colación por lo sucedido en días pasados, durante la plenaria que en Querétaro celebraron los integrantes del grupo de senadores del Partido Acción Nacional (PAN).
En esa reunión, el presidente nacional de dicho partido aseguró que la gobernadora de Chihuahua y el gobernador de Querétaro, entre otros, podrían ocupar la candidatura panista (y de la coalición Va por México) a la presidencia de la república en 2024.
La declaración muy pronto se volvió noticia y con ella se entendió que el PAN emulaba a Morena y ya tenía, ahora sí, su grupo de aspirantes a la candidatura presidencial.
Sin embargo, haber incluido a ese par de mandatarios en su lista de potenciales aspirantes me parece que resulta un despropósito y una irresponsabilidad de parte del líder del PAN, como de parte de la gobernadora y el gobernador que no descartaron dicha posibilidad.
Estoy consciente de que puede ser solamente una estratagema política, electoral y comunicacional del panismo y que ni una ni otro será nominada o nominado para dicho cargo. De ser así, queda claro que ambos están siendo utilizados por su partido político para “hacer el caldo gordo” a la “grilla” pre-electoral.
No obstante, podemos suponer por un momento que, contrario a lo que acabo de escribir, realmente en el PAN están pensando que el gobernador de Querétaro y la de Chihuahua podrían aspirar a la citada candidatura.
De ser así, ambos estarían frente a un predicamento, pues para los tiempos de campaña se encontrarán alrededor de la mitad de su sexenio. Por tanto, cualquiera tendría que dejar de trabajar por las y los ciudadanos de sus respectivas entidades y dedicarse a la campaña. Es decir, incumpliría con su compromiso de gobernar su entidad por seis años.
Antes, sin embargo, las circunstancias electorales los estarían obligando a desarrollar una amplia estrategia para ser conocido (o conocida) en todo el territorio nacional.
Entonces, tendrían que descuidar sus funciones como gobernador y gobernadora para promocionarse en el territorio nacional. Recordemos que de acuerdo a las encuestas realizadas en torno a los llamados “presidenciables”, el gobernador de Querétaro es conocido por menos del 20 por ciento de las y los mexicanos, mientras que la mandataria chihuahuense se ubica por debajo del 10 por ciento.
¿Para qué alborotar?
Total que por muy buenos gobernantes que sean, pocos, muy pocos, mexicanos los conocen y menos saben que son buenos gobernantes. De ahí que la ecuación electoral debe de enfocarse a prospectar cuántos electores estarían en disposición de votar por alguno de los dos. El resultado sería desalentador.
Si este somero y superficial análisis lo hacen (y por supuesto que lo harán, y mucho mejor) los partidos políticos aliados al PAN, tendrán muchos argumentos para rechazar su propuesta.
Esta condición los coloca, en este momento, muy lejos de ocupar la presidencia de México.
Bajo estas consideraciones, más vale que ambos mencionados mejor dejen de distraerse, pongan oídos sordos al “canto de las sirenas” y apuesten por seguir gobernando sus entidades hasta el final de sus sexenios.