En los últimos 100 años, México se ha desarrollado basado en la “cultura priista”, forjada a fuerza de imposiciones, de juegos de poder, de corrupción, compadrazgos, antidemocracia, de mentira…
Y a pesar de haber establecido un “modo de vida” en México, el origen mismo de esta cultura, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) enfrenta la peor crisis de su historia, que lo coloca muy cerca de la extinción.
La dirigencia del tricolor se ha negado a escuchar las voces que le han demandado su refundación, el cambio de rumbo, la eliminación de las costumbres negativas que lo marcaron.
Sin embargo, en lugar de ir por esa ruta, se mantuvo firme en su esquema histórico.
Por eso, a nadie debe extrañar que su dirigente nacional ofrezca “en charola de plata” al mismo PRI para el presidente de México y Morena, en aras de evitar ser desaforado, acusado, procesado y, eventualmente, encarcelado.
Triste futuro
Independientemente de que este miércoles en el Senado de la República se apruebe o no la propuesta de la diputada priista de mantener a las fuerzas armadas en labores de seguridad pública hasta 2028, el tricolor ha firmado su sentencia de muerte.
Si esa propuesta se aprueba, el priismo quedará excluido definitivamente de la alianza Va por México, integrada por el PAN y el PRD. Lo peor de todo es que el tricolor muy difícilmente será aceptado como aliado electoral y del gobierno morenista.
Digamos que el acuerdo de salvar de la cárcel a su dirigente nacional no incluye, para nada, hacer al PRI partícipe de la alianza Morena-PVEM-PT-PES.
Si la iniciativa no es aprobada, de cualquier manera –supongo que sucederá– los integrantes de Va por México pondrán como condición para mantener al PRI en esta alianza que su dirigente nacional quede fuera, pues de lo contrario no prosperará ese acuerdo.
Ir solo a las elecciones de 2023 y 2024 garantiza al PRI la derrota. Se quedará solamente con el gobierno de Durango y, si los cálculos no fallan, a punto de perder (si no es que lo pierde) el registro como partido político nacional.
Claro, la alianza tiene muy pocas probabilidades de ganar esas elecciones, pero al menos se va a deshacer del peor lastre que arrastra: a su aliado el PRI, el símbolo de la corrupción.
Si el tricolor regresa a Va por México me parece que lo tendrá que hacer con una minusvalía de influencia; reducido en comparación con los otros dos partidos y, reitero, sin su dirigente nacional de ahora.
Tricolor queretano
Lamentablemente, el PRI en Querétaro enfrenta, también, una severa crisis debido al escenario nacional, pero también a la pésima conducción que ahora tiene, que empeora debido a la defensa a ultranza que su presidenta estatal hace del dirigente nacional.
Dicho en otros términos: defiende la corrupción y aprueba el hundimiento del barco.
Me queda claro que, mientras el PRI no haga un acto de conciencia, revise sus prácticas y públicamente rompa con esa parte de su pasado (y presente) corrupto y corruptor para abrir la puerta a un nuevo tricolor, está desahuciado políticamente.
Los priistas queretanos enfrentan una encrucijada que marcará la historia de su partido: o se rebelan contra lo que ha hecho su dirigente nacional e impulsan una nueva historia, o vivirán los últimos días de un partido que se negó a cambiar.
Es de sabios corregir
Apenas una semana después de que el gobernador de Querétaro “saltara al ruedo” de la política partidista y viviera en carne propia lo pesado que son los golpes en este ámbito, dio marcha atrás a su euforia presidencialista.
Este viernes corrigió el rumbo y dijo a los reporteros que él no se consideraba presidenciable (cuando días antes había asumido que sí lo era).
Le preguntaron si iría (de candidato presidencial) si el PAN se lo pidiera, a lo que respondió: “No, mi única idea es estar en Querétaro”.
Bien por el mandatario que, insisto, corrigió a tiempo y evitó (por ahora) llevar su carrera política al despeñadero. En su entidad tiene muchos problemas que resolver.