La guerra comercial con trasfondo tecnológico que desde hace varios años se libra entre los Estados Unidos de América y la República Popular de China parece comenzar a dar sus primeros resultados. Luego de las múltiples amenazas que se lanzaron durante la administración encabezada por Donald Trump, en la que se elaboraron también varias listas negras de empresas chinas a las que no se podía tener como proveedoras, so pena de recibir penalizaciones considerables. El conjunto de medidas ha estimulado la toma de diversas decisiones en el sector tecnológico, y para muestra basta el botón del gigante Apple.
La empresa de la manzana ha sido quizá la más exitosa en las últimas dos décadas en la industria de la electrónica. Durante lo que va del presente milenio, la compañía multiplicó sus ganancias por un factor de setenta, aumentó 600 veces el precio de sus acciones y así logró tener un valor de mercado de 2.4 billones de dólares estadounidenses (o 2.4 trillones en la nomenclatura anglosajona). Pero este enorme crecimiento se basó en una sola estrategia: la de concentrar su producción y ventas en el gigante asiático, al punto que sus fábricas ubicadas en China aportan el 90 % de los productos y su mercado entrega el 25 % de las ganancias anuales.
Sin embargo, tanto las medidas de presión generadas desde Washington —con motivación geopolítica—, como la emergencia de covid-19 y el aumento de los costos de producción, dado el incremento en el precio de la mano de obra, han empujado a la empresa a explorar diversas estrategias para deshacerse de esta peligrosa dependencia del dragón asiático. Entre las apuestas están desarrollar proveedores en países como Vietnam o India; adquirir sus insumos a las mismas compañías chinas, pero siempre y cuando se manufacturen fuera del país gobernado por Xi Jinping, y hasta cambiar las leyendas de origen a “Made in Chinese Taipei”.
Todos estos trucos que Apple ha intentado buscan darle la vuelta a una realidad que está presente como el elefante en la habitación: China ha creado un ecosistema tan robusto que funciona como un enorme atractor del que resulta casi imposible alejarse. La combinación del gran mercado con el crecimiento económico de los últimos años hizo que ahí se concentraran muchas de las compañías proveedoras que consolidaron estas cadenas de insumos y se dotaron del talento especializado en cantidades estratosféricas. Por eso es que ahora resulta tan difícil para empresas como Apple desenterrar esas profundas raíces para migrar hacia otras latitudes, en las que no podrán encontrar ingenieros capacitados en cantidades suficientes, ni las cadenas de proveeduría maduras y vastas que requiere.
A pesar de ello, la compañía dirigida por Tim Cook sabe que sus esfuerzos deben redoblarse, porque la soga en el cuello sólo tirará más desde Norteamérica en los años por venir. Y aunque por ahora Apple ha iniciado la sustitución del apetecible mercado chino por el emergente de la vecina India y ha acelerado la búsqueda de otros proveedores en más países del sureste asiático, a la larga las crecientes restricciones podrían hacerle regresar a Norteamérica.
Para cuando eso suceda sería deseable que México pudiera tener algo qué ofrecerle, no sólo a Apple, sino a muchas otras compañías que vivirán una situación idéntica; y la única forma en que nuestro país podría obtener algún beneficio de esa relocalización de largo plazo es aumentando de manera considerable su generación de talento especializado.
Este es el momento para que nuestro sistema educativo defina una estrategia que le permita desarrollar a los profesionales de las matemáticas, ingenierías y ciencias exactas que demandarán las empresas como Apple cuando se vean obligadas a mudar su producción a territorio “seguro”.
Las universidades públicas y privadas, las instituciones técnicas, están a tiempo de diseñar programas novedosos, duales, profesionalizantes, de todo tipo de modalidades, que aumenten significativamente la oferta de talento de México. Sólo de esta forma compañías como Apple podrán mover sus manzanas a otra canasta.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.