Tras la segunda vuelta de las elecciones generales en Brasil, hoy tenemos a un ganador que se convertirá en el nuevo presidente para el siguiente cuatrienio, comenzando el 1 de enero de 2023. Este resultado, aplaudido por muchos y aborrecido por otros, reconfigura al país sudamericano, pero también a Latinoamérica. ¿Qué cambios detonaría esta victoria izquierdista?
En la política todo puede pasar y así fue. Antes de que Luiz Inácio Lula da Silva, candidato del Partido de los Trabajadores, fuese colocado como posible contendiente a la presidencia del país, Jair Bolsonaro, del Partido Liberal, era el amplio favorito, pues no se identificaba a nadie en la política brasileña que pudiera hacerle frente al actual mandatario. Sin embargo, cuando el izquierdista se unió a la contienda, las encuestas dieron un giro de 360° para Brasil, incluso sugerían que el exlíder sindical ganaría en la primera vuelta.
No fue así, pues en la recta final de las elecciones aumentó el apoyo hacia el candidato de extrema derecha, impidiendo que su contrincante pudiese ganar en una primera votación. Aun así, Lula da Silva era el favorito para vencer en la segunda vuelta, finalizando los comicios que han sido los más polarizados en la historia reciente de Brasil. Y así fue.
Sin embargo, el movimiento y análisis político no acaba ahí. La victoria de Lula da Silva pone a prueba uno de los hipotéticos desenlaces que se mantenía tras los comicios, que es la reacción de Bolsonaro si perdía. Justo como Donald Trump y otros candidatos recientemente en América, el candidato del Partido Liberal rompió el silencio dos días después de haber culminado las elecciones, pero todavía no ha aceptado la derrota, aun cuando el conteo de la votación ha dado la victoria a su contrincante.
Resulta increíble cómo se ha degradado la democracia en ciertos momentos y lugares del globo. Ahora el mismo reconocimiento de la derrota en elecciones de líderes en el poder se ha convertido en una noticia que se espera con ahínco y la siguen los medios de comunicación políticos, periodistas, analistas y la población en general, como si debiese existir la alta probabilidad de que de último momento el candidato derrotado desconociera los resultados de los comicios, permaneciendo así en el poder.
Es triste que sea esa la realidad de muchos países en la última veintena de años tras sus respectivas elecciones. Los titulares del Poder Ejecutivo deberían reconocer los resultados, por más sinsabor personal que eso significara, y avanzar en la transición democrática, respetando los procesos ya establecidos y haciéndolos demócratas. Eso no solamente fortalecería el sistema de elecciones y respeto a las prácticas democráticas, sino que daría un mensaje significativo a la población en torno a cómo hay que comportarse en la democracia, la cual va más allá de un simple ejercicio de votación y constituye un estilo de vida y de ver las cosas en sociedad.
Ahora, por otra parte, la victoria de Lula da Silva representa un aumento de la izquierda en Latinoamérica. No sólo las principales economías de la región tendrían gobiernos de esta posición política, sino que otros más, como Chile, Bolivia, Perú, Honduras, Cuba, etc., alimentarían el bloque. Lo anterior desprende dos situaciones clave de análisis: una doméstica y otra internacional.
La doméstica simple y básicamente nos invita a identificar si los gobiernos de izquierda que se han configurado en Latinoamérica son realmente de izquierda, y si sí, qué tipo de izquierda son. Esto es, si son de la “vieja guardia”, un tipo de administración autoritaria y cerrada, o si es la nueva izquierda latinoamericana, es decir, una abierta al diálogo, incluyente y autocrítica. Cualquiera tendría implicaciones en la política nacional de los países.
La internacional tiene que ver con la cercanía que tendrían los gobiernos de izquierda en Latinoamérica, incluyendo a Brasil ahora, con los países alrededor del globo, pero particularmente con las hegemonías. Los gobiernos de esta posición política suelen alejarse de Estados Unidos de América (EUA) al ser, de cierta manera, antagónicos al espíritu de la izquierda política. Un ejemplo claro de esto fue la Guerra Fría y tiempos posteriores.
Consecuentemente, han buscado apoyar y ser respaldados por Estados poderosos que comulguen con su misma ideología. En este escenario, la conexión inmediata es China, que sostiene un sistema comunista, y Rusia, que si bien no es socialista es la heredera de la Unión Soviética. Además, en ambos casos los países son rivales y el contrapeso de EUA, por lo que, si se fortalecen estos lazos, el panorama geopolítico podría poco a poco cambiar en detrimento de Washington en la región. Habrá que ver si tendrá tal efecto.