A Ana María Padilla,
una exmadre superiora que usa reloj.
Los amaneceres tienen algo de rotundo y tenue, algo de oblicuo.
Aquel que me sorprendió con un crucifijo en la mano derecha y los hábitos recogidos más arriba de las rodillas fue distinto, por decir lo menos.
Diez años llevaba en el convento y nunca antes dejó de cumplirse el laudes, rezo del amanecer, pero seguro ⧿compartirás mi idea⧿ la ruptura que provoqué a la rutina milenaria de alabanza incesante fue mi festejo; marcó el momento en el que dejé de preguntar sobre el sentido de mi vida, porque Dios acababa de hacérmelo saber: yo no existía sólo de alma sino también de cuerpo, y eso era bueno.
He aquí mi historia, sólo grábala, toma notas. Eres escritora ¿no? Haz algo con ella.
Tenía entonces diecisiete, vivía como cualquier chica: novios, escuela, disco los fines… Un día, más bien dicho, una madrugada, supe, en medio de una fiesta, que no estaba yendo por el camino para el que yo había nacido, así que la tarde siguiente, medio al salir de una horrible cruda, increpé a Dios: ¿Para esto me enviaste? ¿Para jugar a ser feliz? ¡Carajo! ¡Mil veces carajo!
Rompí y maldije todo a mi alrededor y, y… bueno, ya no supe bien qué más pasó, sino horas después, cuando Él me habló misteriosamente, como lo hace cuando es la primera vez, ¿ves?
Se encendió sola la luz de mi cuarto, ¡solita, lo juro! No fue un milagro… yo entendí ese misterio como un llamado, pero… ¿De quién? ¿Para qué?
Con ojeras verdosas, sed y pulso inseguro, salí en la mañana camino a la escuela, y al pasar frente al convento me llamó la atención el silencio que venía de puertas adentro, pude percibir lo hueco de mi alma y, así como te lo cuento, le di con fuerza a la aldaba.
Las galerías del convento, tan en penumbra y sin espejos, sobrecogerían a otros, y más si las cruzaran solos para hacer el último turno de Maitines: tres horas antes del amanecer para alabar al Señor hasta antes de la primera luz de la mañana. Para mí, era el turno preferido.
Disfrutaba cruzar en soledad la enorme extensión del patio, porque el rocío entumece el cuerpo y las baldosas frías, lisas de tanto acariciarlas con los pies descalzos, te preparan a entrar alegre al cobijo de la iglesia.
Basta empujar con fuerza el gran portón y el chirrido de los goznes viejos te saluda: ‘Pasa, ándale, recógete y adora al crucificado’, parecen decirte. Maitines me gusta.
Dios hijo no siempre me habla, sin embargo, esa noche…
Había un ambiente propiciatorio y perfumado. Despedí con un apretón en el hombro a la somnolienta hermana Teresita, a quien relevé.
Comencé la liturgia pertinente sin apartar la vista del crucificado y el perfume se trastocó en una especie de capelo que nos envolvió, en un vacío privado. No había sonidos, nos miramos y una fuerza divina condujo mi mano fría a mis senos, qué suaves eran a pesar de los pezones erectos, y qué tiernos. Miré a sus ojos para interrogar: ¿Así?
Noté que el leve paño de pureza que lo cubría se elevó: ¡Era hombre! Sí ¡El hijo de Dios hecho hombre!; Él asintió. Transpirábamos, Él a través del esmalte que recubre al yeso, yo por todos los poros de mi cuerpo. Lo tomé con todo y cruz, lo besé y la humedad del esmalte a la vez aliviaba e incendiaba.
Levanté mi hábito para seguir tocando mi piel feliz e iba a invitarlo a tocarme, cuando entró Sor Salustiana. El capelo se esfumó. –¡Sacrilegio!– gritó Salustiana tres veces y se desmayó.
Lamenté entonces, y lamento hoy, no haber recordado que el tiempo secular y el sagrado corren distinto: los 180 minutos de la liturgia de las horas transcurrieron en tres horas justas. El tiempo de mi perfecta comunión pareció un segundo, pero no lo fue.
Por supuesto, tras un juicio sumario, fui expulsada por sacrílega y pecadora.
–¿Que qué hago ahora, dices?
Pues por las mañanas estudio para maestra, trabajo por las tardes y, bueno, disfruto mi cuerpo como Dios manda.
¡Ah! y siempre uso reloj para no confundir el tiempo humano con el real.
Realmente seductor el llamado al recogimiento en el convento.
Lleno de secretos…aquí nos revelas uno de tantos, debajo del hábito existe un ser humano sintiente, exaltado.
Envueltos en cualquier pasión no existe el tiempo…benditos los que lo sabemos, aunque al final, tengamos que despertar con la alarma del reloj.
Me gusta tu escrito, atrevido, carnal, mundano y real.
Con este cuento ya sacaste boleto, derechito al infierno por audaz e irreverente. Excelente !!!
Una confrontación con la realidad, sin duda, ¿que es más un sacrilegio?
¿Faltarle al yeso o faltarle a la vida?
Muy bueno. Me gusta la irreverencia, el tono. Felicidades Patricia.
Atrevido y sensual.Muy bien.
Un mundo donde interactúan las emociones, los sentimientos, las sensaciones, el juicio, y la dualidad esa gran maestra que nos dice si es correcto o incorrecto aquello con lo que nos encontramos y, a partir de ahí emitimos juicios, sentimos culpa o no. Lo importante es ver más allá del velo de lo permitido y liberarnos para poder sentir y no reprimir aquello que se está experimentando.
Excelente ilustración José Antonio. Mil gracias por ella.
Dios no existe, la naturaleza, la vida es mi Dios. A disfrutar tu cuerpo como la vida y la naturaleza mandan. Salú y salud con todo.!