La asunción de compromisos con la preservación del ambiente, así como la implementación de políticas de sostenibilidad ambiental en las empresas —principalmente en las transnacionales— podría parecer un sinsentido dado que, por su naturaleza, las organizaciones productivas tienen como fin último el lucro, y como objetivo principal la maximización de sus utilidades.
Este enfoque de “empresa” tradicional ha originado una situación crítica en cuanto a la destrucción de la naturaleza, el agotamiento de los recursos naturales, la ampliación de las brechas de desigualdad en la sociedad y la generación de un círculo vicioso entre una producción excesiva, una mercadotecnia engañosa y una demanda sin sustento que, a su vez, conducen a un modelo económico basado en un capitalismo rapaz, y a un sistema productivo cuyo valor supremo es el dinero.
Ante la inmediatez del punto de no retorno en el que nos hallamos, es necesario explorar nuevas formas de producir, plantear nuevos esquemas económicos y ensayar distintos enfoques de la relación humanidad-naturaleza para detener el daño que, como sociedad, estamos causando al ambiente y a nosotros mismos.
Afortunadamente hay propuestas que han demostrado su viabilidad y eficiencia, que constituyen auténticas alternativas para un modelo de producción que está próximo a agotarse por el enorme costo ambiental y social que implica mantenerlo.
El supra-poder de las empresas multinacionales
Según Mateo Collantes (2020), “para que una empresa camine hacia la sostenibilidad debe darse un requisito fundamental: que la dirección de la empresa, los máximos responsables, se comprometa con la sostenibilidad”.
Tras esa primera condición, el autor precisa otros cinco puntos que deben observarse para que las empresas multinacionales abracen la causa de la sostenibilidad, que de manera resumida son las siguientes:
1. Incorporar especialistas para concienciar al resto de los compañeros sobre la sostenibilidad.
2. Elaborar buenas metas y objetivos, pensados para renovarse y cumplirse periódicamente.
3. Establecer indicadores que permitan revisar periódicamente los resultados obtenidos.
4. La colaboración sería el siguiente paso lógico en el camino a la sostenibilidad.
5. Invertir en I+D+i, para ampliar y mejorar las técnicas de producción, con una perspectiva ambiental.
Salvo el punto cinco, los otros no parecen ser trascendentes para la sostenibilidad, ya que, en esencia, son muy parecidos a los de cualquier empresa, de cualquier rubro y sector. En este sentido, las iniciativas globales de Responsabilidad Social Empresarial no son instrumentos vinculantes que obliguen a las empresas a asumir compromisos o adoptar determinadas políticas. Son, por el contrario, exhortos a adoptar de manera voluntaria, un marco ético de actuación que guíe a las empresas a mejorar sus procesos y relaciones con la naturaleza y sus grupos de interés.
En contraste, el marco jurídico existente sí constituye un ordenamiento de observancia general y obligatoria para que las empresas se apeguen, por ejemplo, a procesos claros y definidos en distintos ámbitos (disposición de desechos, relaciones laborales, derechos humanos, obligaciones fiscales, etc.). En algunos países, dicha normatividad es rigurosa y severa, por decir lo menos. Entonces, ¿por qué muchas organizaciones continúan contaminando, depredando el ambiente, explotando la mano de obra y evadiendo impuestos?
Porque, fundamentalmente, como Fisher, Hulpke, Kelly & Taylor (2017) citando a Jackson (2010) señalan: “las leyes son aprobadas por naciones individuales y la corporación moderna puede escapar de una ley mudándose a, digamos, Barbados o las Islas Caimán”.Y agregan:
Las grandes corporaciones de EE. UU. tienen puestos y departamentos para garantizar el cumplimiento de las regulaciones legales, como la Ley de Seguridad y Salud Ocupacional (OSHA), la Ley de Seguridad de los Ingresos de Jubilación de los Empleados (ERISA) y las agencias reguladoras como la Agencia de Protección Ambiental (EPA), Alimentos y Administración de Drogas (FDA) y Servicio de Impuestos Internos (IRS). Estas regulaciones se aplican dentro de los Estados Unidos, pero ¿qué ocurre con las actividades comerciales fuera de los Estados Unidos?
Algunos países están industrializados mientras que otros están subdesarrollados. Esta disparidad crea desafíos al intentar implementar estándares globales (Fisher, Hulpke, Kelly & Taylor, 2017).
La empresa-gobierno, el gobierno-empresa
Y no sólo eso. La búsqueda exclusiva e irrefrenable del lucro ha conducido al capitalismo hasta una fase denominada por los especialistas como “salvaje” o, incluso, “corporativista”, en tanto sus métodos y características se han extrapolado hacia un tipo de gobierno que cada vez más se asemeja y conduce como una empresa y menos como un poder público que debería velar por la seguridad y bienestar de los ciudadanos a los que representa.
La comunicóloga canadiense Naomi Klein ha presentado, en algunas de sus obras, la tesis que señala que el objetivo último de las corporaciones industriales y empresariales es implantar un modelo de gobierno exclusivamente orientado a los beneficios, esto es a grandes rasgos: impulsar una forma de gobierno que atienda los intereses de los grandes conglomerados comerciales por encima de las necesidades de la ciudadanía, es decir, privatizar al gobierno. (Klein, 2007).
El término más preciso para definir un sistema que elimina los límites en el gobierno y el sector empresarial no es liberal, conservador o capitalista, sino corporativista. Sus principales características es una gran transferencia de riqueza pública hacia la propiedad privada —a menudo acompañada de un creciente endeudamiento—, el incremento de las distancias entre los inmensamente ricos y los pobres descartables, y un nacionalismo agresivo que justifica un cheque en blanco en gastos de defensa y seguridad. Para los que permanecen dentro de la burbuja de extrema riqueza que este sistema crea, no existe una forma de organizar la sociedad que dé más beneficios (Ibídem).
La perversión de la economía
A menudo, esta situación es favorecida por un marco jurídico e institucional que reconoce, avala y fomenta el vínculo empresa-gobierno para llevar a cabo proyectos de infraestructura y “desarrollo”, frecuentemente ostentosos, magnos y primordialmente lucrativos, pero pocas veces sostenibles, eficientes y socialmente útiles.
A partir de un modelo económico que lo permite, este vínculo empresa-gobierno se diversifica y fortalece, posibilitando también que corporaciones privadas se consoliden como poderes de facto capaces de influir o dictar políticas públicas en rubros como salud, alimentación, transporte, planeación territorial, desarrollo urbano, etc.
Aunado a un marco legal e institucional proclive, y unas autoridades laxas y corruptibles, el sistema económico prevaleciente también constituye una herramienta cuya aplicación, en favor de los grupos hegemónicos y los gobiernos, contribuye a lucrar y acumular poder, en detrimento de la sociedad en general.
Trias de Bes (2016) define y puntualiza así el carácter actual de las ciencias económicas:
Economía viene del griego οἰκονομία [oikonomía] (de οἶκος [oikos], «casa», y νόμος [nomos], «ley») y significa «administración de la hacienda, de la casa». La economía es una disciplina puesta al servicio de las personas, no al servicio del poder político, financiero y empresarial. Los auténticos destinatarios de los beneficios de la economía son los ciudadanos y las familias; la sociedad, en definitiva. La economía es una formidable disciplina que el carácter egoísta y ambicioso ha pervertido. Un cuchillo puede servir para cortar pan o para cargarse a un congénere. La herramienta es neutra. Es el uso que le damos, la voluntad, lo que convierte al cuchillo en desdeñable o peligroso. La economía también es neutral. Bien utilizada serviría para tener un mundo mejor, más justo, más humano, más solidario. Pero la insaciabilidad, la ambición y el egoísmo han convertido a la economía en un despropósito, prostituyéndola (Trias de Bes, 2016).
¿Cuáles son las opciones?
Ante este panorama desalentador y adverso, ¿qué puede hacer la ciudadanía y/o algunas de las instituciones que aún no han sido cooptadas por el poder económico y político de las corporaciones omnipresentes y los malos gobiernos?
Cambiar la educación
Dado que los futuros líderes políticos, gerentes de empresas, dueños de organizaciones y, en general, directivos con cargos de decisión ahora estudian en las aulas, es necesario cambiar los paradigmas educativos que en la actualidad se orientan a formar profesionales y especialistas que alimentarán un sistema eminentemente lucrativo, centrado en la competencia depredadora, en la maximización económica y en el “progreso científico”.
Quienes hoy se forman en universidades, mañana dirigirán consorcios, partidos políticos y gobiernos. De ahí la importancia de modificar los modelos educativos hacia esquemas que fomenten la recuperación del vínculo humanidad-naturaleza, inculquen una economía más humanista, solidaria y participativa, y promuevan los valores que nos han distinguido como especie —compasión, generosidad, empatía— pero que ahora están supeditados al estatus, al logro económico y al lucro. Tal como Fisher, Hulpke, Kelly, Lau & Taylor (2017) afirman, al citar a Freeman, Harrison, Wicks, Parmar & De Colle (2010):
El Pacto Global de las Naciones Unidas merece nuestro apoyo… hemos visto un mayor interés en comprender cómo el capitalismo, la ética y la sostenibilidad, y la responsabilidad social, se puede forjar en nuevas formas de pensar sobre los negocios (Fisher, Hulpke, Kelly, Lau & Taylor. 2017).
Explorar nuevas formas de economía
Ideada por el sueco Christian Felber, la economía del bien común no es, como dice en su sitio de internet, “ni el mejor de los modelos económicos ni el final de una historia, sólo el paso siguiente hacia un futuro más sostenible, justo y democrático”. Este esquema:
…impulsa una economía que esté al servicio de la sociedad y las personas. Contradice el modelo imperante de capitalismo y economía planificada, en el que los mercados financieros están al mando, y propone sustituirlo por una verdadera economía sostenible, regida por principios de justicia social, honestidad, responsabilidad y cooperación. Las empresas deben asumir estos valores para sobrevivir, frente al imperio del lucro y la competencia salvaje (UNiA, 2019).
En 1992, el economista indio Amartya Sen desarrolló una tesis a partir de la cual el origen de la pobreza no tiene fundamentos puramente económicos, sino que esta reside en los factores que incapacitan a una persona para que produzca algo, materialice sus deseos y desarrolle totalmente su potencial productivo (García, Zapata, Valtierra & Garza, 2014). Sus ideas forman parte de los postulados conocidos como “la economía del desarrollo humano” y “la economía del bienestar”, que propugnan por abatir las desigualdades en las oportunidades y mejorar los sistemas de distribución de alimentos.
En 1998 fue reconocido con el Premio Nobel (de Economía) por sus ideas de una economía distinta a la actualmente dominante.
A su vez, otro economista asiático, el bangladesí Muhammad Yunus, ganador del Nobel de la Paz en el año 2006, ideó un mecanismo financiero para apoyar los proyectos productivos de personas que, regularmente, no tienen acceso a créditos bancarios. Comúnmente identificado como el “Banco de los Pobres”, este esquema de financiamiento posibilitó la creación y desarrollo de emprendimientos vinculados a necesidades sociales, alimenticias y laborales de personas que, de otra manera, hubieran permanecido en la miseria.
En la India, Bangladesh y otros países, este modelo de apoyo financiero a la producción, facilitó la consolidación de proyectos con amplio sentido social que contribuyeron al progreso económico de comunidades y regiones enteras y a la disminución local de la pobreza.
Otra propuesta alternativa es la economía circular, planteada como un modelo de producción y consumo que implica compartir, alquilar, reutilizar, reparar, renovar y reciclar materiales y productos existentes todas las veces que sea posible para crear un valor añadido. De esta forma, el ciclo de vida de los productos se extiende.
No sólo los economistas, sino profesionales de diversas disciplinas, se han percatado de que el actual modelo económico capitalista ya no es viable. Por ello, han formulado nuevas propuestas que buscan opciones distintas.
Ellen MacArthur, una aristócrata británica, quien destacó como regatista de élite, fundó en el año 2010 una fundación homónima, luego de percatarse de que el actual modelo económico global depende de materiales finitos que se consumen y desaparecen.
A través de su fundación, impulsa un esquema alternativo que ha denominado economía circular, mediante el cual propone un modelo en el que: los materiales se reintegren en el proceso económico de forma circular, y por lo tanto infinita. Para ello es necesario reciclar, reutilizar y aprovechar al máximo todos los recursos (Construcía, 2022).
Esta iniciativa ya ha conseguido el apoyo de grandes corporaciones que se han comprometido con la iniciativa de MacArthur.
La intervención del gobierno
Los gobiernos, atendiendo las verdaderas necesidades de quienes los eligieron, están obligados a trabajar por el bienestar de la sociedad.
En este sentido, es imperativo que apoyen las iniciativas que buscan desarrollar proyectos productivos en los que se integren, además del objetivo económico e intrínsecamente lucrativo, otros factores sociales, de progreso, desarrollo comunitario y de bienestar general.
Se ha visto que en la protección del ambiente, por ejemplo, el interés del gobierno es puramente recaudatorio, imponiendo cuotas y multas a quienes no observen la normatividad en el ramo. No obstante, es urgente que quienes están al frente de la gestión pública asuman, con transparencia y decisión, el compromiso con la preservación de la naturaleza y los recursos, la disminución de la pobreza y la lucha por el bienestar social.
De esta manera, desde la administración pública deben brindarse apoyos financieros y de otra índole, como exenciones fiscales, asesorías, capacitación, etc., a emprendedores y proyectos que, si bien tendrán un fin lucrativo, también contemplen la preservación del ambiente, el mejoramiento económico de la sociedad y la conservación de las tradiciones y cultura.
Replantear el progreso
El politólogo británico John Gray (2013), en su obra El silencio de los animales: Sobre el progreso y otros mitos modernos, cuestiona la idea prevaleciente de “progreso” al afirmar que “la barbarie se esconde bajo la propaganda de los valores modernos que profesan un mundo mejor para todos, más tolerante y civilizado”.
Al respecto, señala que el “sueño de los liberales, el sueño de los comunistas y el sueño de los nazis no son sino versiones del rumbo que debe tomar la historia, por lo que tienen en común que, en la carrera del ‘progreso’, terminan justificando barbaridades para llegar a la meta”.
De manera particular, y con relación a la tesis del neoliberalismo, Gray precisa que es una “abierta negación del mundo objetivo”, pues considera que, “entre más endeudadas estén las personas, más riqueza habrá”. En este sentido, Giraldo (2016), retomando a Gray, destaca que:
…la idea es que los créditos bancarios hacen que la economía siga en movimiento y la consecuencia de ese movimiento es más riqueza, llama a esta idea la alquimia de las finanzas. Es como si alguien metiera determinados objetos en una máquina para lavar ropa, prendiera la máquina, y después de un rato dando vueltas en el aparato los objetos se multiplicaran. Ese razonamiento no tiene ningún sustento con la realidad. La riqueza es intrínsecamente finita, los recursos naturales se van a acabar algún día. Negar eso es parecido a decir que dos y dos son cinco. Nunca habrá compensación para tanta deuda.
Tal vez, para cambiar el estado de las cosas hacia estadios de bienestar mayor, reducción de desigualdades, más y mejores oportunidades de desarrollo, protección y respeto del medio ambiente, entre otras metas hoy inalcanzables (hambre cero, reducción de la mortalidad materno-infantil, incremento en la esperanza de vida, renta universal, etc.), es imperativo replantear la idea actual de “progreso”. Un progreso construido sobre la explotación de los recursos naturales y la mano de obra, cuyo resultado visible ha sido la destrucción del ambiente, y la integración de clases sociales bien diferenciadas y adversas, y cuyo fin último es la acumulación de riqueza monetaria a costa de lo que sea. El progreso actual que hoy nos tiene ―como civilización― al borde del colapso.
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Referencias
Esquivel, L. (2006). Responsabilidad y Sostenibilidad Ecológica. Una ética para la vida. Tesis doctoral. España. Universidad Autónoma de Barcelona.
Fisher, C., Hulpke, J., Kelly, A., Lau, C. & Taylor, S. (2017). El Pacto Mundial de las Naciones Unidas: una oportunidad educativa. Estados Unidos. Academy of Management. Proceedings. Vol. 2017. Núm. 2.
García, J., Zapata, E., Valtierra, E. & Garza, L. (2014). El microcrédito como estrategia para atenuar la pobreza de las mujeres, ¿cuál pobreza?. Estudios fronterizos, 15(30), 97-126.
Gray, J. (2013). El silencio de los animales. Ciudad de México, México: Sexto Piso.
Moreno, A. (2012). La Economía del Bien Común. Un modelo económico con futuro. España. http://www.bcn.cat/barcelonainclusiva/ca/2013/4/resum_economiabecomu.pdf
Mateo, M. (2020). La sostenibilidad de las empresas multinacionales. España. Observatorio medioambiental. Ediciones Complutense (149 – 164 p.p.).
Trias de Bes, F. (2016) El libro prohibido de la economía. Lo que las marcas, los bancos, las empresas, los gobiernos… no quieren que sepas.
AQUÍ PUEDES LEER MÁS “DISONANCIAS”, DE JORGE DÍAZ ÁVILA, PARA LALUPA.MX
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