Es sabido que hace aproximadamente 66 millones de años, en las postrimerías del periodo Cretácico, un asteroide de gran tamaño impactó a la Tierra, formando el cráter de Chicxulub en la península de Yucatán. Como consecuencia de esta colisión, los polvos que se levantaron por los cielos impidieron el habitual paso de los rayos solares durante varios años. Este oscurecimiento prolongado del cielo provocó que descendiera la temperatura promedio de nuestro planeta, y con ello cambió la dinámica de muchos de los procesos que sustentan la vida en los estratos más bajos de la cadena alimentaria.
Aunque la consecuencia más aterradora para los humanos es que terminaron por extinguirse los gigantescos dinosaurios, que por aquellos tiempos reinaban sobre las demás especies casi al igual que como ahora lo hacemos nosotros. En ese evento catastrófico también dejaron de existir una gran cantidad de otras especies menores, y con ellas es altamente probable que haya culminado igualmente la dinámica que mantenía aquella biodiversidad, para dar lugar al surgimiento de la presente.
Este tipo de enfriamiento abrupto del planeta, aunque en menor escala, se ha podido ver después de erupciones volcánicas. El caso se hizo obvio hace algunos años cuando un volcán islandés no sólo mantuvo en tierra a cientos de aviones al dispersar una densa nube de cenizas sobre gran parte del norte de Europa, sino que además provocó un descenso en la temperatura ambiental al impedir que la luz alcanzara el suelo. Por ello es que hasta mediados del 2021 parecía una buena idea el dispersar polvos de carbonato de calcio en la estratósfera para combatir el acelerado calentamiento global. Afortunadamente este proyecto, denominado SCoPEx —por Stratospheric Controlled Perturbation Experiment—, fue abortado a causa de las enormes dudas que comenzaron a surgir respecto de las posibles consecuencias.
A más de un año de distancia, algunas técnicas de geoingeniería, como la inyección estratosférica de aerosoles —SAI, por Stratospheric Aerosol Injection—, han pasado de verse como opciones para combatir el cambio climático a considerarse amenazas apocalípticas para la humanidad; al punto de que muchos especialistas las catalogan como los principales riesgos del llamado “choque terminal”, un exterminio autoinfringido, similar al que borró de la faz terrestre a los dinosaurios: la frágil dinámica atmosférica podría verse irremediablemente alterada con la dispersión de pequeñas partículas de sulfatos, que provocaran un incremento incontrolado de compuestos como el dióxido de sulfuro o el propio ácido sulfúrico.
Sin embargo, la ausencia de un real compromiso internacional por mantener el aumento de la temperatura global debajo del grado Celsius y medio respecto de la era preindustrial, lo cual recomienda el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, ha encendido las alertas en algunos gobiernos como el estadounidense, ante la hipotética posibilidad de que ciertas naciones decidan ensayar por su cuenta, sin las exhaustivas precauciones, técnicas de geoingeniería como la SAI.
Ante el recrudecimiento de los efectos del cambio climático, que comienzan a aceptarse como inevitables, el gobierno de Washington no descarta el escenario en el que aquellos países cuyos territorios se encuentren más afectados por el aumento del nivel medio del mar, producto del deshielo de los glaciares, las inundaciones severas, las sequías prolongadas, etc., en su extrema desesperación dispersen sustancias como las ya mencionadas en la estratósfera.
Mientras que de manera acelerada se continúan modelando computacionalmente los infinitos escenarios de la SAI para conocer cuáles serían los posibles resultados, también se aplica la teoría de juegos en un intento por determinar cuáles podrían ser los detonantes de una acción tan irracional; qué países podrían estar más proclives a tomar una decisión de esa naturaleza, y bajo qué coyunturas —el estrangulamiento económico, energético o alimentario, por ejemplo— aumentaría la probabilidad de que alguna nación buscara iniciar una geoingeniería por su cuenta.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.