Hace unas semanas, el gobierno español organizó en la ciudad de Valencia una reunión de la industria de los semiconductores. A este cónclave asistieron actores de distintas instituciones de educación superior, centros de investigación públicos y privados, compañías y consorcios de varias naciones europeas. El objetivo era identificar las fortalezas y oportunidades que España tiene para captar parte de la inversión que el viejo continente ha prometido para desarrollar a la industria de los microchips en los años venideros. La inyección de recursos en Europa es un reflejo del Acta de Chips y Ciencia estadounidense, que fue aprobada por la administración encabezada por el presidente Joseph Biden a inicios de agosto.
España en realidad no cuenta con capacidades para manufacturar circuitos electrónicos a gran escala, pero su objetivo no es ese, sino hacerse de una sustancial parte de financiamiento para desarrollar alguna de las tres plataformas en las que podrían basarse los circuitos fotónicos integrados (PICs por Photonic Integrated Circuits), la generación que se espera suceda a los actuales microcircuitos electrónicos basados en silicio y algunos otros materiales semiconductores. La apuesta no esta extraviada, pues habrá de tener en mente que el consorcio público-privado PhotonDelta ha recibido una inyección multimillonaria de parte de los gobiernos neerlandés y belga, precisamente con un objetivo similar.
Los chips actuales se basan en el intercambio de cargas eléctricas entre las distintas capas de materiales semiconductores tipo n y tipo p. Electrones que luego viajan en forma de microcorrientes eléctricas a través de las guías de metales impresas, con intrincados diseños, sobre las típicas bases verdes de polímeros aislantes. Pero en los PICs —la siguiente generación—, los electrones serán remplazados por las partículas de luz o fotones, que se mueven infinitamente más rápido.
El ejercicio llevado a cabo en Valencia por parte del Ministerio de Comercio español debería ser replicado por las autoridades mexicanas, pues en el mundo que se avecina será necesario desarrollar esta industria para mantenerse en la liga de las economías más importantes del mundo. Se requiere conocer cuáles son los recursos humanos con los que contamos en México y cuáles otros nos harían falta formar para alcanzar la suficiencia de perfiles para diseñar PICs. También es necesario identificar todos los eslabones de la cadena de proveedores de ese sector, así como de las industrias que tendrán a estos como suministros críticos. Y, por supuesto, trazar un plan de ruta que asegure que nuestra economía podrá contar con una sólida industria de microchips para las próximas décadas.
Ejercicios como el ibérico resultan mucho más útiles y aterrizados que los esfuerzos que hasta ahora se han realizado de manera aislada por algunas entidades de la república en los que, sin comunicación ni coordinación, cada una pretende quedarse con la rebanada completa de cualquier derrama que pudiera llegar como consecuencia del Acta de Chips y Ciencia estadounidense. Para ello quizá se requeriría que el liderazgo viniera desde el gobierno federal, a través de la Secretaría de Economía, algo que resulta difícil de imaginar ahora que en dicha dependencia ha habido un relevo emergente.
Independientemente de esta ausencia de liderazgo y coordinación central, habrá que tener en cuenta que en el mundo entero sólo hay dos o tres fabricantes de las refinadas máquinas litográficas que permiten la producción a escala de los microchips, y que su venta es una de las más reguladas por las autoridades de los Estados Unidos de América. Que en México, de pronto, pudieran instalarse unidades de fabricación de microchips de Samsung Electronics o de Taiwan Semiconductor Manufacturing Company Limited resulta casi imposible. La apuesta que tiene más sentido es la de formar el talento que volviera interesante para compañías como Intel, Apple, AMD, entre otras, el instalar centros de diseño para sus microchips, por ejemplo, mediante la firma de convenios con las escuelas de ingeniería electrónica que abundan en nuestro territorio.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.