1
Si “prolijo” significa que una persona “se detiene en los más pequeños detalles al hacer una cosa, en especial al hablar o escribir”, ¿por qué entonces sinónimos de esta palabra son vocablos como “largo”, “extenso”, “dilatado” o “difuso”, que son lo contrario a “minucioso”?
Quizá por no haberme puesto jamás en la boca ningún tipo de cigarro y haber estado tan distante del lenguaje de los fumadores, cuando empecé a oír del problema del uso de los suplementos de esta adicción yo escuchaba “bateadores” en vez de “vapeadores”, que es el término oficial para referirse a estos cigarros electrónicos que han sido una calamidad, tengo entendido, para la salud pública. Ya me decía que el adjetivo de bateador nada tenía que ver con la inhalación de humo y su persistencia por anidarlo en los pulmones. Y recuerdo el caso de un colaborador en las páginas de El Financiero que, al enterarse de la prohibición federal del uso de cigarros en lugares públicos, de inmediato, molesto, dedicó sus columnas al tema, con un cierto aire de humorismo, exhibiendo su contrariedad alegando la falta de respeto a su decisión, libre, de fumar donde se le pegara la gana. Yo le decía que la medida no me parecía desarticulada, que le bajara a su encono, pero me respondía, enojado, que por supuesto yo miraba la prohibición con buenos ojos porque yo no fumaba, así que lo dejara en santa paz y no coartara su libertad de expresión.
Granjear es un verbo pronominal transitivo que, curiosamente, nada tiene que ver con la granja (hacienda de campo o “finca dedicada a la cría de animales”). Sinónimos de granjear son, digamos, “ganar a alguien”, “conseguir”, “atraer” o “captar”, porque se granjea a alguien o por algo. El diccionario dice de granjear: “Captar o atraer [una persona] con su manera de ser”. Dadas las circunstancias, entonces es probable que se pueda granjear en una granja sin que necesariamente caigamos en una redundancia.
2
Una mujer se enfadó conmigo cuando le dije que yo no aceptaba colillas en mi casa. Me tachó de machista irredento e incluso dijo que me demandaría —en la corte internacional— por maltrato verbal a las mujeres. Cuando se enteró de que yo hablaba en contra de los restos de los cigarros, de paso le dije que la iba a demandar —en la corte humana— por mal pensada e insana calificadora feminista.
“Al feminicida córtale los huevos”, rezaba un, a su modo, ingenioso anuncio televisivo del FxM, partido político denominado, ¡hágame usted el favor!, Fuerza por México, cuyo paso por el terreno social, coyunturalmente pandémico, tuvo una duración de menos de un año, de octubre de 2020 a agosto de 2021. Pero, con ese nombre, ¿qué partido político podría tener un destino asegurado? Es como si en los setenta, para contender contra el PRI, hubiera surgido, digamos, el Partido Roquero Unido, el PRU, o en los noventa el Chateo Individual Contra la Corrupción, el famoso Chicc. Porque en esto de la política todo está permitido, ¡hasta que Lilly Téllez se muestre iracunda por la “militarización” del país, pero a las primeras de cambio solicite formalmente protección militar personalizada!
Acabo de apuntar “¡hágame usted el favor!” para expresar mi estupor cuando, en realidad, estoy exigiendo, con urgencia —por los signos de admiración—, una ayuda o solicitando un beneficio. Porque con las mismas palabras se pueden entender dos circunstancias lingüísticas antípodas: “Hágame usted el favor de abrirme la puerta, pues tengo las dos manos ocupadas” o “Me pidió, ¡hágame usted el favor!, mis llaves para abrir su puerta”.
3
Hay palabras singulares y plurales, pero entiendo que las singulares pueden pluralizarse y las plurales, singularizarse. Mas no siempre es así por situaciones lexicográficas específicas. Por ejemplo, si digo palabras direccionales quiero expresar que son palabras que van en diferentes y diversos sentidos, sin embargo, la definición de “direccional” me turba un poco: “Que emite o recibe ondas en una sola dirección”, lo cual impide la dilatación del término, de ahí que se diga: “Si vas a pasarte al carril izquierdo pon la respectiva direccional”; es decir, no hay de otra sino que el carro se va a ir hacia la izquierda. Si se dice pon las direccionales, el caos podría surgir porque nadie sabría hacia dónde diablos quisiera ir el conductor del carro. Por eso sólo hay una direccional, no dos, de manera que, en este caso, pluralizar la palabra equivaldría a complicar la expresión; pero, por lo mismo, estoy cierto de que al afirmar “palabras direccionales” lo que estoy diciendo es que van, las palabras, en numerosos sentidos, ni en uno ni en otro lado específico, que es lo que exactamente quiero decir.
¿Por qué la palabra “explayar” significa extender una apreciación y no, como la palabra nos está indicando, alguien que acaba de estar en la playa, un explayero? El diccionario simplemente dice que explayar es un verbo pronominal que señala “extender la vista o el pensamiento” o “extenderse al hablar de cierta cosa”. Pero no sólo se explaya uno al hablar o al mirar, sino también, digamos, al tocar: “Me explayé más allá de su falda”.
El prurito es, médicamente, “un hormigueo o irritación de la piel que provoca el deseo de rascarse en la zona”. El prurito es una “picazón”, pero también, dice el diccionario, el prurito es un “deseo constante, y a veces excesivo, de hacer una cosa de la forma más completa o perfecta posible”. Ciertamente, se usa por lo común más en este último sentido. Casi nadie dice al médico: “Siento un prurito en la espalda”, como tampoco se acostumbra decir: “Siento una gran comezón por deshilvanar el argumento poético”, pero sí se afirma, ocasionalmente: “Siento un prurito por conocerla un poco más”, porque el prurito, en efecto, se traslada al significado de anhelo o de deseo o de inquietud (“Siento una cierta inquietud por conocerla un poco más”). Son dos palabras distintas con el mismo significado que no se usan para los mismos fines.
4
El adjetivo gravitacional indica que “pertenece o concierne al movimiento de un cuerpo alrededor de otro por efecto de la gravedad”, es decir, que gira en torno a algo, que por lo regular debíamos estar hablando de objetos que vuelan, que circulan en el espacio, que gravitan; pero no, porque la palabra gravitacional la usamos como giro hacia algo o en torno de algo. Si hablamos de palabras gravitacionales, por ejemplo, no estamos hablando de palabras voladoras, sino de palabras que gravitan, que giran, que merodean alrededor de algo.
Es curiosa la forma en que la gente a veces se refiere a las cosas no particularizando, sino ampliando su expresión. Por lo regular no dice: “Voy al peluquero” o “voy a ver a mi estilista”, sino se refiere al sitio de manera llana: “Voy a la peluquería” o “voy al salón de belleza”, acaso dando como un hecho de que no será atendido, o atendida, por la misma persona, a menos que tuviera una previa cita. Pero la peluquería es una palabra gravitacional indispensable para referirse, sin necesidad de desmenuzar las partes que la integran, a un mundo de antemano conocido.
Tampoco se habla del barbero, por lo general un hombre, o mujer, que trabaja en la peluquería o en el salón de belleza, quizás para no profundizar en aclaraciones no pedidas, pues la definición de barbero, de algún modo, posee tanto un significado denotativo como uno connotativo, el primero de los cuales reza que es un “hombre que tiene por oficio afeitar, cortar y arreglar la barba, el bigote y el pelo a los hombres” y el segundo puede significar, según el peso del agravio, adulador, servil, zalamero, rastrero o lisonjero, de modo que el oficio del cuidador de las barbas se ha adulterado, usándose cada vez más como adjetivo despectivo que como asistente de una peluquería.
5
Periodista, sin necesidad de recurrir al diccionario, es, o debía ser, un informador regido en la veracidad de los hechos, lo que, en realidad, a excepción de un puñado de seres nobles, no ha sucedido desde que el periodismo fue instituido. Porque el periodista ha buscado, sobre todo —como la mayoría de los profesionistas y oficiantes del mundo—, su propio beneficio con la preclara ventaja de que la herramienta básica de su trabajo afecta, o puede afectar, a la clase adinerada, sea esta parte esencial del sector empresarial o de la clase política, razón por la cual es blanco de la alimentación corruptora capaz de escindir incluso la más altiva dignidad. Porque el periodista, dada su coyuntural posición, a veces se abstiene de proporcionar la información por convenirle a su empresa o a sí mismo, ya que está expuesto a la especulación financiera debido precisamente a su resguardo informativo. De ahí la apreciación valorativa del que obtiene la información, clasificándolo en dos incisos lingüísticos: el informante (“cualquier persona que suministra información en forma regular y/o constante sobre actividades delictivas”) y el informador (“profesional de cualquier medio de comunicación que se dedica a la difusión de información”), dos figuras de un mismo ejercicio cuyas tesis, o actos conclusivos, son inversamente antagónicos, o contrapuestos, a su objetivo originario.
Pues debido a la decisión obradorista de ya no continuar contribuyendo a sufragar (del verbo transitivo que significa “pagar los costos o el total de los gastos que ocasiona cierta cosa”, no del intransitivo relacionado con la votación en las elecciones políticas) de manera grandilocuente a las empresas de comunicación, la prensa —contrita, incómoda, desafiante, molesta— ha resuelto comportarse como si fuera opositora de los decires y comportamientos gubernamentales exhibiendo, a todas luces, lo que siempre ocultaba con —admirable o descarada— discreción: su venta expresiva, de modo tal que ahora los términos son multidisciplinarios o enteramente barajables —barbajables, rebasables—: peroristas (los que hablan de más), pedoristas (los que siempre la arman de…), pelioristas (los que pelean de todo y por todo), periofeccioristas (los que perfeccionan las constantes transformaciones discursivas de los políticos en el poder), periorriqueros (los que se enriquecen a costa de), periodinners (los que andan viendo dónde sacar para la cena), periodistractores (los que crean, enfáticos, las divergencias donde no las hay) o periodistantes (los que miran indiferentes lo que ocurre en su entorno), de manera que mi viejo aforismo sobre las dos clases de periodismo se hace cada vez más luminosamente presente: periodismo objetivo y periodismo ojetivo.
El presidente López Obrador dijo alguna vez que la prensa incluso lo estaba culpando de los retrasos de los aviones en los aeropuertos, lo que evidencia la furia —irracional, no argumentada— de un sector mayoritario de los medios, acostumbrados a la supervivencia mediante el respaldo económico, sobretodo, del gobierno, con lo que la vida de los magnates de la prensa, al no tenerlo —el respaldo financiero—, se ha visto frustradamente mermada, o angustiosamente reducida, al grado de que, según me ha contado el periodista Carlos Ramírez, el dueño de El Universal se ha visto —empujado por las privaciones a las que se ha obligado por las penurias monetarias a las que se ha sometido indebidamente por la intolerancia morenista—, en su apretujada desesperación, ¡en la necesidad de vender uno de sus aviones privados!, situación tensa y aniquilante para el empresariado —en su conjunto— de los medios de la comunicación, ahogado ahora por esta inesperada cortedad de miras de la administración “dictatorial” obradorista que, acaso sin querer, o queriendo, ha apurado a la redefinición de los propios periodistas a los que uno alcanza, apenas, a denominar en esta nueva normalidad como periodiretes, periodinamiteros, perioféricos, perioalterados, periorremisos, periodéspotas, periodiletantes, periodistorsionadores, periodizques, periodistars o periogrullos, tantas ramas le han salido al árbol que ya no se sabe para dónde crece.
6
Cuando el periódico Reforma publicó el jueves 17 de noviembre, en su editorial, “cuánto ardor” tenía el presidente López Obrador para haber convocado una marcha propia el domingo 27 de noviembre, lo apuntó en el sentido de la “sensación de calor que se tiene en una parte del cuerpo”, es decir, la prensa que encierra ese diario lo que quiso apuntar, sin rubor alguno de imparcialidad declarada, es que el morenista tabasqueño estaba “ardido”, adjetivo que significa, en ciertas regiones de Latinoamérica, “ofendido”, “enojado” o “irritado”, porque, ciertamente, no utilizó dicha empresa de comunicación ese término en su acepción francófona de tenacidad u obstinación, ya que estaría suponiendo, y en absoluto era esa su intención, que el mandatario era “valiente”, “intrépido” o “denodado”, que son sinónimos, asimismo, de “ardido”, aunque —en una segunda interpretación— “ardor”, según las definiciones de la Real Academia de la Lengua, es también “entusiasmo y fervor con que se realiza o se dice una cosa”, frase más cercana, en efecto, a los sentimientos convocantes del presidente que a lo suscrito malsanamente por el editorialista de ese diario, que respondía más a una reacción opositora política que a un acto de neutralidad periodística.
7
El presidente morenista dice “hamburguesar” en lugar de “aburguesar”, aunque lo más seguro es que su palabra sea un reacomodo irónico del aburguesamiento clásico de las clases sociales adineradas afiliándolo, el término, al diccionario imaginario de los neologismos que tiene que ver con la comilona despreocupada: si don Federico Arana habla de “intelectuales McDonalds” para referirse a la comodidad del pensamiento, no se oye nada mal el desliz lingüístico, voluntario, de hamburguesar por aburguesar, pues la h aparece cuando el neologismo es escrito, no auditivamente: hamburguesar es comer hamburguesas burguesamente, juego de palabras que aplaudiría un socarrón ajedrecista del idioma, no un enfadado opositor que no sabe que The Beatles es justamente un juego de palabras sin significado ninguno.
El viernes 18 de noviembre, en su mañanera, López Obrador prácticamente mandó al carajo a los apoderados de mentalidades abusivas que desean aprovecharse de los que no son sus iguales para, de inmediato —después de pronunciar la palabra—, aclarar que “carajo” no era, no es, una grosería, porque evidentemente el primer mandatario la usa en su segunda acepción que “manifiesta enojo, sorpresa, admiración o alegría”, evitando su significado llano concerniente al miembro viril: ya se sabe que “carajo” proviene de un acertijo de significados donde hasta incluso se habla de una probable raíz fonética de pedrusco “en forma fálica”. Los que hemos leído a conciencia a Quevedo o a Cervantes no detectamos en su lenguaje esta vieja expresión supuestamente ibérica, así que si uno manda al carajo a alguien es remitirlo directamente a las oscuridades del idioma.
8
Cuando me dicen que cómo es posible que el verbo ir se mantenga, impune, tanto en v como en b en su conjugación, callo para no herir mi susceptibilidad. Pues, efectivamente, en tiempo presente se conjuga “yo voy” mientras en pretérito imperfecto se dice “yo iba”. ¿Por qué, entonces, me preguntan, no escribir “yo boy” o “yo iva” si ambos verbos proceden de la misma etimología?
Yo respondo, mirando el cielo azul del crepúsculo:
—¿Ya te fijaste que dices pretérito “imperfecto”? —Y vuelvo la mirada al cre pús cu lo, palabra tetrasilábica que “especifica —según el diccionario— la pequeña transición del día en noche (ocaso) y de la noche en día (orto)”, es decir, es una de esas palabras que enrosca a la perfección la globalidad, aunque, se aclara en su definición académica, “habitualmente se entiende el final de algo, o la fase decadente de algún proceso”. Entonces, me pregunto, ¿se puede hablar, ahora mismo, del “crepúsculo” de la prensa mexicana?
Prototipicidades de sujetos en la variación dialectal, se teoriza académicamente.
9
El presidente, en su habitual forma de hablar, misma que se delata en las mañaneras al ser el primer Ejecutivo en dirigirse a la población diariamente, comete sobre todo tres gazapos orales comunes en el lenguaje cotidiano: el uso indebido de la palabra “de” en oraciones que no la requieren (por ejemplo, “me han dicho de que…”, o “la situación es de que…”, o “me dijeron de que…”), des-singularizar el verbo “hubo” (hubieron), cuando, dice el diccionario, “debe conjugarse a la tercera persona del singular aun cuando vaya acompañado de cosas o personas en plural” (hubo cuatro testigos en la escena, hubo gritos aterradores en la sala de cine, hubo tres balazos durante la trifulca”), y el agregado de la letra “s” en diversos verbos que debieran estar suprimidos (“hicistes”, “comistes”, “fuistes”…), pues “la segunda persona del singular del pretérito perfecto simple del indicativo no tiene s”, derivando, estos defectos idiomáticos o gazapos orales, en una fallida cadena del habla cuyo nombre fonético es conocido como “metaplasmo”, que tanto en el área de la lingüística como en la literaria se subordina a la “alteración de una palabra por adición, supresión o cambio de lugar de un sonido”.
10
Como van las cosas en la prensa mexicana, ya sea en lo escrito, televisivo, radiofónico o digital, otro aforismo mío se hace cada vez más visible en la cuestión dual de la caracterización, o composición, de los colaboradores, en la nómina o no, de los medios: los articulistas y los articuleros, no necesariamente periodistas, aunque aparenten serlo.
AQUI PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/
Ya estás tan viejo, Roura, y no has aprendido a puntuar. Para eso están los puntos y seguido.
Puntos y aparte; los puntos y coma.
Por eso tus laaargos textos son soporíferos, y de las ideas ya ni hablamos.