En 1568 Pieter Brueghel, “El Viejo” pintó un enigmático óleo cuyo sello narrativo, perspicacia social y técnica, dieron forma a una obra tan vigente como fatídica: “La parábola de los ciegos”.
Las raíces de su narrativa se tejen en un conocido pasaje del Nuevo Testamento y finaliza con una gélida advertencia: “Dejadlos: son ciegos que guían ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán al hoyo”.
La escena la protagonizan seis ciegos, pero da la impresión de ser uno solo que se multiplica. Uno solo que, independientemente de sus diferencias —incluso, de la diversidad en sus patologías oculares— resuena para convertir lo individual en colectivo.
Cuadro por cuadro, Brueghel narra la caída predicha en Mateo 15:14. El profético desenlace de una colectividad condenada al vacío. El armónico colapso de las fichas de dominó que, estratégicamente uniformadas —blanco, azul, blanco, azul— decaen estimuladas por la mano y mente de una entidad ulterior.
En el siglo XVI, Brueghel desarrolló una aguda perspicacia social debido a su interés de documentar el vaivén cotidiano de la clase trabajadora en Bruselas. “El Viejo”, incluso, optó por vestirse de aldeano para pasar desapercibido en eventos populares y extraer la esencia de sus códigos, pensamientos y símbolos de identidad.
En la parábola de los ciegos, la iglesia de Santa Ana es un punto divisorio entre el camino llano y una cuneta sórdida y laberíntica. Caídos y adoctrinados se conducen a un destino cierto: la decadencia.
Sin posibilidad de visualizarlo, descienden entretejidos por la pasividad y el abandono, sin advertir un camino alterno a la razón, sin el bastón de un grupo consciente que se ofrezca como guía; sin palpitaciones premonitorias.
En los albores de 2023 aquella obra local, cobra una nueva relevancia en un plano global. “La parábola de los ciegos” es la ventana iluminadora de una humanidad ensimismada, hechizada, manipulada; una generación ciega. La piedra angular entre ambas dimensiones son las redes sociales, tan unificadoras como disruptivas.
Desde un lente cuantitativo en 2022 la agencia de gestión de redes sociales Hootsuite en colaboración con los creativos de We Are Social, calculó que hay alrededor de 4 mil 700 millones de usuarios de redes sociales en el mundo; 227 millones más que lo registrado en 2021.
Los números no son menores cuando se habla de que el 59 por ciento de la humanidad está expuesta a un modelo de negocio que, en esencia, lucha por mantener a la gente pegada a la pantalla. En México dicha cifra es de 81 millones de usuarios.
De acuerdo con Alexis Solís Romero, académico de la Facultad de Psicología de la UNAM, el uso inadecuado de las redes sociales puede orillar a sus usuarios a relegar actividades esenciales para la salud mental como la interacción cara a cara o la convivencia empática para sustituirlos por la infinita competencia de acumular likes.
¿El resultado? Una mala calidad del sueño, una autoestima trastocada, adicción a Internet y una convivencia intermitente con falsos parámetros socioeconómicos; factores que podrían ser el preámbulo de padecimientos como ansiedad y depresión.
A este respecto, en el 2019 el ISSSTE dio a conocer un estudio del neuropsiquiatra David Szydlo donde subraya que el uso de Internet y redes sociales habían provocado un incremento de casos de depresión del 18 por ciento y de los trastornos de ansiedad en un 15 por ciento.
Los efectos negativos en la mente de las generaciones más atraídas por las redes sociales —y aún más en aquellas que desde su nacimiento se perfilan a vivir una era en línea— son la secuela de la disputa por el dominio de una relación dicotómica entre la rentabilidad comercial de la industria digital y una convivencia social fructífera, integrada por mentes sanas, fuertes y conscientes.
En el 2020 el informático y compositor de música clásica Jaron Lanier lo advirtió en el documental El dilema de las redes sociales: para esta industria “el producto es el cambio gradual e imperceptible que sufre tu conducta y tu percepción”.
Sí, hay un problema en la industria de la tecnología. Sin embargo, 4 mil 700 millones de usuarios en el mundo que no lo ven. Muchos de ellos, simplemente no optan por encontrar un camino alterno a la razón, las palpitaciones premonitorias son débiles y aquellos que podrían ser el bastón que guie sus pasos sobre el camino de una vida libre y consciente —entre ellos, mujeres y hombres que conocieron el mundo antes de los teléfonos móviles— no encuentran la manera de ganarle la batalla al David que representa esa entidad ulterior que, impávido ante el juicio de la ética, golpea la primera ficha de ajedrez para ser testigo de un armónico colapso.
En 1568 “El Viejo”, uno de los cuatro maestros de la pintura flamenca, pintó un óleo tan vigente como fatídico.
El punto diferenciador de su técnica fue descolocar al paisaje como escenario para hacerlo parte de la narrativa; convertir al individuo en colectivo y emitir una opinión social, sin pretensión de adoctrinar, sino de documentar.
La línea narrativa concluye: “si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán al hoyo”. La línea diagonal formada en el camino de los ciegos nos remite a la transición, la inestabilidad y el cambio, sin embargo, el fatídico destino parece estar trazado por la condición colectiva de la invidencia.
Interesantísima reflexión.
Me preocupa que vida tendrán mis nietos cuando tengan 80 años como yo, será capaz el hombre de corregir el rumbo ?
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