Luego de algunos capítulos llenos del dramatismo propio de los melodramas televisivos del siglo pasado, propiciados por los intentos injerencistas de algunos actores políticos mexicanos en temas estrictamente técnicos y de negocios de interés exclusivo de la compañía, finalmente el pasado 1 de marzo, en el Día del Inversionista de Tesla, Elon Musk dio a conocer que la firma construirá su siguiente fábrica en México, concretamente en el estado de Nuevo León.
En el aspecto financiero, la noticia no puede calificarse de otra forma sino como una extraordinariamente buena para nuestra tambaleante economía, pues ayudará a mejorar la captación de inversión extranjera directa al país. Por sí sola, la construcción de esta nueva instalación de Tesla Motors se convertirá en la mayor inversión para México en todo lo que va del sexenio, pero también representa un alto porcentaje de la captura posible de inversión por deslocalización (nearshoring). Lo más importante es que el anuncio ya ha hecho que muchas otras compañías transnacionales volteen a ver a nuestro territorio como una opción para sus planes futuros, y ahora es más probable que pronto más empresas muden sus operaciones a México; entre otras, las proveedoras de la fabricante de vehículos eléctricos.
Sin embargo, existen otros aspectos por los que la instalación de Tesla en México resulta mucho más relevante que los números económicos; por ejemplo, porque con su arribo encamina definitivamente a nuestro país en el sentido de la migración del sector hacia la electro-movilidad. Si bien otras armadoras como Volkswagen o Ford ya habían manifestado sus planes para enfocarse en la fabricación de los vehículos eléctricos, la segunda incluso de manera muy enfática al abrir su tercer Centro Global de Tecnología y Negocios, con Tesla ya no habrá duda de que México va a ser un fabricante mundialmente importante de vehículos eléctricos.
A partir de la entrada en vigor del primer acuerdo de comercio libre para la América del Norte, México se ha convertido en una potencia manufacturera mundial. De albergar algunas cuantas armadoras en la década de los ochenta del siglo pasado, ahora nuestra economía cuenta con una de las infraestructuras productoras de vehículos ligeros más grandes del orbe. Nuestra planta automotriz, incluida su proveeduría, ha logrado los más altos estándares de fabricación y ensamble de automóviles convencionales, con motores de combustión interna, en los que las piezas de todo tipo, material, uso, dificultad, etc., se cuentan entre 70 y 90 mil.
Con los vehículos eléctricos, el escenario es completamente diferente. No sólo la cantidad de piezas resulta considerablemente menor a la de los convencionales, sino que los sistemas eléctricos ahora son los dominantes. Esto implica que México habrá de desarrollar con rapidez y calidad todas las capacidades para fabricar los nuevos sistemas eléctricos, de la misma manera a como lo hizo durante el pasado cuarto de siglo para los motores de combustión interna. De igual forma, será necesario formar y entrenar al talento humano en otras muchas disciplinas, como la química, electricidad, electrónica, programación, etc., ya que la aproximación de los vehículos eléctricos es muy distinta y tendiente a la siguiente generación, que son los vehículos autónomos, verdaderos robots móviles.
Así que, al final de cuentas, el hecho de que Tesla haya escogido a Nuevo León para edificar su planta no debe desincentivar a otras entidades, pues el estado norteño difícilmente se dará abasto para cubrir la enorme demanda de insumos y talento que traerá esta nueva industria. Otras entidades, aunque no tendrán a Tesla Motors en su territorio, sí cuentan con capacidades que les brindarán una ventaja al momento de proveer los ingenieros eléctricos o de programación, o las nuevas partes eléctricas, cables, materiales y demás. Al mismo tiempo, y ante la inminente desaparición de los motores de combustión interna, se abrirá la posibilidad para que muchos de los proveedores de estas partes aprovechen sus capacidades orientándolas a otros sectores, como el aeroespacial, lo que podría darle un importante impulso a la innovación tecnológica en México.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.