En su investigación Dimensiones de la diferencia. Género y política: antología esencial, la antropóloga y catedrática mexicana Marta Lamas menciona que el cuerpo humano es “un signo fundamental de la diferencia y también es un espejo ante el otro: podemos reconocernos en la similitud como ‘iguales’ o mirarnos en la otredad como ‘diferentes’. Y esa primera constatación de ‘igualdad’ o ‘diferencia’ la provoca la sexuación”.
La anatomía, argumenta la también activista, es como “el punto de partida y referencia principal” de la construcción cultural, el simbolismo y la clasificación que por naturaleza construye el ser humano.
Es la espina de un rosal encajada muy profundo en el corazón del género femenino desde su origen. Una espina encarnada que en ocasiones duele, en ocasiones sangra; entristece, oprime, enfurece o únicamente desmotiva. Pero no desaparece.
Con las generaciones, esta constatación ha despertado muy variadas y heterogéneas expresiones en favor de propósitos multivalentes, pero hilados por comunes denominadores muy sólidos y específicos: el movimiento feminista. Uno de sus objetivos cardinales es la búsqueda de la igualdad de circunstancias y de derechos entre hombres y mujeres.
Hilma af Klint, pintora sueca de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, entrelazó dos guías de rosales amarillos y azules en una obra con tres símbolos fundamentales: el azul alusivo a la masculinidad y la materia; el amarillo representativo de la feminidad y la espiritualidad, y el verde que, al ser el protagonista de la pieza, simboliza la unificación de dicha dualidad.
La obra se identifica con la cédula Número 14, Grupo I, y forma parte de la serie que marcó el nacimiento del arte abstracto en la historia del arte bajo el título Primordial Chaos. Sí, la serie fue creada antes de que las primeras obras de Piet Mondrian y Vasili Kandinsky salieran a la luz; exponentes masculinos considerados precursores del lenguaje abstracto.
En Primordial Chaos –que a su vez forma parte del cuerpo de obra más grande de la artista sueca, Paintings for the Temple–, Af Klint articula diferentes aristas y vertientes de la evolución humana bajo la estela de la polaridad.
Influenciada por un detallado estudio de la teosofía –definida esta como el conjunto de doctrinas religiosas y místicas que creen estar iluminadas por la divinidad (RAE)–, Hilma dedicó horas esenciales de su proceso creativo a recrear su concepción de la génesis del mundo. Un origen definido, sólido y unificado que más tarde colisionó desagregándose en miles de pequeñas unidades con destinos plurales; en ocasiones comunes, en ocasiones divergentes. Pero en lo general, inciertos.
Así, mientras sus conocimientos en física, astronomía y la mítica nórdica complementaron su cosmogonía, el lenguaje abstracto fue una poderosa polea que dio impulso y movilidad a su afán creativo y a sus latidos revolucionarios. Y para ello, se sirvió de la idea innovadora de desplazar las líneas precisas del arte figurativo para concentrarse en un lenguaje capaz de revelar un mensaje complejo.
Buscó una técnica que hiciera encajar las piezas disparadas de diferentes formas y tamaños, colores y relieves, al inicio de la humanidad para perseguir su deseo de volver a unificarlo. Sin saberlo, había creado el arte abstracto.
La misión era acercarse a la divinidad bajo el estandarte de la unidad. Sí. Aun frente a la furia de las mareas en las que le tocó navegar a contracorriente. Una de ellas, la desigualdad de género.
Para entonces, Piet Mondrian –un cuadriculado pintor holandés– aseveró abiertamente que “un manifiesto futurista que proclamaba el odio a la mujer (lo femenino) estaba completamente justificado”. De forma que, a la par de reflejar la teosofía de moda en la Belle Époque con sus rígidas líneas rectas y sus primeros planos de colores primarios, en su obra Mondrian también sacó a relucir sus deseos discriminatorios de desterrar las líneas curvas asociadas a la figura femenina; y elevar, en su lugar, la geometría masculina.
Mark Cheetham, profesor de historia del arte en la Universidad de Toronto, deja entrever que Mondrian, en repetidas ocasiones, llegó a darle fuerza a la androginia como tendencia de la época para ocultar sus pulsaciones misóginas.
“Su androginia es más discriminatoria que inclusiva. Le sirvió como base para la jerarquía de género y la superioridad del hombre sobre la mujer, y fue una parte integral de su despiadada purificación de sí mismo, la tradición del arte y (idealmente) la sociedad; una purificación que puede verse como nada menos que una estética, eugenesia, basada en la discriminación de género”, opinó.
¿Fue tal extremismo un pensamiento propio de la época? ¿Una postura circunscrita a factores coyunturales de principios del siglo XX? ¿Se acotó a determinados límites territoriales? De acuerdo con Lucía Álvarez Enríquez, investigadora del CEIICH de la UNAM, factores como la alteración del equilibrio sostenido entre ambos géneros, el ingreso de las mujeres al mercado laboral y el posicionamiento de agendas mundiales de perspectiva de género han despertado un incremento en la animadversión de algunos grupos de hombres.
En su investigación El movimiento feminista en México en el siglo XXI, publicada en 2020, Álvarez Enríquez explica: “Se trata de un sentimiento negativo como el que se cultiva en otras dimensiones de la condición humana y de las relaciones humanas, y anida en grupos o clases (un nosotros) posicionados ante otras y otros que por múltiples razones consideran como enemigos, adversarios, gente incómoda o molesta para la existencia del ser del propio grupo. (…) Es alguien que por principio produce rechazo, antipatía, ánimo de venganza, necesidad de sometimiento y hasta eliminación”.
El planteamiento era tan vigente a principios del siglo XX como ahora, en la segunda década del siglo XXI. Y al cabo de este lapso, la espina del rosal encajada en el corazón del género femenino ha sangrado, ha incomodado, ha arrancado gritos de dolor y ha detonado la rabia en millones de mujeres que identifican en la igualdad de género un propósito que unifica. Un esfuerzo del que, definitivamente, Hilma af Klint era partidaria.
A finales del siglo XVII surgió lo que se ha identificado en la historia de la lucha por la igualdad de género como la primera ola del feminismo. Sus exigencias encontraron el unísono en el derecho al voto, a la educación y en su incorporación al mercado laboral.
Más tarde, al emerger una segunda y una tercera ola, las demandas se diversificaron. A la lista se añadieron exigencias como el reconocimiento de sus derechos sexuales, la erradicación de cualquier tipo de violencia hacia las mujeres, la igualdad salarial, el quiebre de roles y estereotipos de género y el derecho al aborto. Incluso se ha sumado el reconocimiento de nuevas identidades, como el respaldo a la teoría queer, entre muchas otras demandas.
Actualmente, cuando se dice que entramos a una cuarta ola, la lucha feminista ha subido de tono y ha explorado cada vez más vías y expresiones que sirvan de megáfono para hacer visible el problema y reclamar justicia para un mejor futuro.
Se han visto mareas moradas invadir las calles, días naranjas, puños en alto envueltos en pañuelos verdes, funcionarios bañados en diamantina. Lo mismo académicas concientizando que tecnócratas pronunciándose. Mujeres gobernando, maestras aleccionando; o columnas de jóvenes elevando la voz, conquistando calles, trasladando al grafiti sus ideas, o encabezando columnas negras que representan el gesto de la ira.
Sus miradas son tan diversas que se han notado, en ocasiones, incompatibles. Como el arte abstracto, el movimiento feminista carece de líneas definidas y transmite un mensaje complejo.
Marta Lamas, en una conversación con Amneris Chaparro para CLACSO TV, apunta a Gabriela Cano para explicar las diferentes direcciones de las olas feministas: “las olas del feminismo son como las olas del mar. Van, vienen, se mezclan”.
Y externa una preocupación: “Tengo sentimientos ambivalentes. Me encanta lo que está pasando con las jóvenes y al mismo tiempo me preocupa esta falta de organización… A veces raya en un sectarismo y a veces es muy del goce, del momento. Ir a la calle es gratificante, da la sensación de potencia. Pero que está muy lejos de lo que podría ser la emancipación”.
Si bien hay causas que mantienen hilados los bloques del feminismo contemporáneo, resignificar obras tan simbólicas como Número 14, Grupo I de Hilma af Klint podría valer la pena.
La pieza transmite una comunicación equilibrada entre los géneros representados en las rosas azules y amarillas; ningún elemento se nota subordinado. El ritmo trasciende en diagonal e ininterrumpido. Comienza en el extremo superior izquierdo con una rosa amarilla y culmina en el extremo inferior derecho con una rosa azul. Hay balance. Las ramificaciones de los rosales desarrollan líneas curvas, símbolo de movimiento y evolución. La U repetida dentro del lenguaje simbólico de Af Klint representa la espiritualidad. Las manifestaciones curvilíneas de las esquinas superior derecha e inferior izquierda constituyen la vesica piscis: el poder femenino.
En el horizonte, Hilma vislumbró para esta serie el cierre de toda dualidad: la unidad. En la obra, dos rosales cohabitan en condiciones paralelas y son capaces de entrelazarse sin fricciones; sin espinas.
El punto: Hilma af Klint, en los primeros años del siglo XX, fue la precursora del arte abstracto en la historia del arte. Sin embargo, las condiciones de su época la orillaron a ocultarse para crear más de 190 obras que desanudaron su raigambre de conocimientos multidisciplinarios. Pero que, en esencia, proyectaron su visión de un futuro igualitario.
En correspondencia con su lucidez frente al presente, instruyó a su sobrino y único heredero mantener resguardadas sus obras y sacarlas a la luz una vez que pudieran encontrar nuevos escenarios y miradas renovadas, es decir, 20 años después de su muerte. Lo que, por diversas circunstancias, se convirtieron en más de cuatro décadas.
Hilma af Klint no ha tenido el justo reconocimiento como artista consagrada y pionera del arte abstracto antes de Mondrian y de Kandinsky. Sin embargo, hoy resuena su mensaje de unidad como el fin último de un panorama abstracto.
La línea: Conocida la cualidad heterogénea de la lucha feminista, entre argumentos, conversatorios, clases, mítines, expresiones artísticas, gritos, pintas, manifiestos y otro sinfín de formas de levantar la voz por la igualdad de género en nuestro mundo, se han dado pasos históricos y sustantivos. Pasos firmes a destinos de definiciones y claridades.