La noche del pasado viernes 28 y madrugada del sábado 29 de abril, en una sesión que probablemente pasará a la historia del Poder Legislativo federal como una de las más desaseadas e irracionales, se aprobó la iniciativa de ley general que, en materia de humanidades, ciencias, tecnologías e innovación, había sido presentada por el titular del Poder Ejecutivo federal a la Cámara de Diputados en diciembre pasado. Aunque es muy probable que las incontables violaciones al proceso legislativo cometidas por los senadores en esa noche triste terminen siendo impugnadas por los legisladores de oposición, y quizá en algunos meses la llamada Ley Buylla termine siendo invalidada, por lo pronto esta podría ser promulgada por el primer mandatario en los próximos días y entraría en vigor al día siguiente.
Más allá de que este nuevo marco legal que regulará la realización de investigación científica, desarrollo tecnológico e innovación en nuestro país ha sido rechazado por el grueso de la comunidad académica a lo largo y ancho de México, por considerarse regresiva al no garantizar plenamente el derecho humano a la ciencia y a los beneficios derivados de esta, restringir la libertad de expresión, por discriminar entre científicos que laboren en instituciones de educación superior y centros de investigación públicos y privados, y por eliminar los criterios de calidad para el otorgamiento de becas de posgrado, en realidad el problema de la Ley Buylla es que sólo busca hacerse con el control de una clientela electoral en favor del partido gobernante; clientela que fue creada por el Partido Revolucionario Institucional cuando inició sus funciones el ahora extinto Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, y posteriormente el Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Pero tanto hace medio siglo como ahora, la ciencia, tecnología e innovación seguirán careciendo de un verdadero apoyo para que puedan desarrollar a México.
Se pierde así otra oportunidad para verdaderamente transformar el sistema de ciencia y tecnología de nuestra nación, una de las más pobladas del mundo, cuya economía se encuentra entre las veinte más importantes del orbe, pero que, si evolucionara hacia una economía del conocimiento, podría fácilmente escalar en unas décadas hasta colocarse entre las diez más grandes. En contra de ello, la Ley Buylla se centra en cerrar las puertas a la inversión privada, principal motor para la innovación, en entregarle a las fuerzas armadas otro sector más de los muchos que le han sido conferidos en lo que va del presente sexenio; y en asegurarle al gobierno en turno el padrón nacional de investigadores y estudiantes de posgrado, que estarán subyugados a los deseos del régimen para seguir recibiendo las dádivas en forma de becas, ya sea del SNI o para realizar estudios de posgrado.
Esta obstinación por el control total podría paralizar durante décadas el desarrollo científico y tecnológico de nuestro país, precisamente en el momento en el que otras naciones se encaminan hacia la conversión tecnológica de sus sociedades y economías. Naciones como los Estados Unidos de América, la República Popular China, Japón, Francia, Alemania, Países Bajos y el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte se han encaminado hacia la era cuántica desde hace algunos años. Estos países han invertido enormes cantidades de dinero público, y lo seguirán haciendo por los próximos años, para financiar sus respectivas iniciativas cuánticas, mediante las que han apostado por el desarrollo de talento especializado, de nuevo conocimiento en estas materias, de tecnologías propias y, lo más importante, la creación de empresas privadas que aprovechen el desarrollo tecnológico generado y lo comercialicen en forma de productos y servicios innovadores, para con ello construir una nueva economía basada en la ciencia y la ingeniería cuánticas.
La brecha cuántica entre México y el mundo desarrollado seguirá ensanchándose peligrosamente. Como ya ha sido alertado por varios organismos internacionales, esta brecha ya constituye uno de los mayores retos para la humanidad, pues terminará por dividir al mundo en dos: el lado que vivirá en la era cuántica y el que lo seguirá haciendo en la era de piedra, en la cual todo indica que se quedará México.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.