CRÓNICA: BRAULIO CABRERA/LALUPA.MX
FOTOS: RICARDO ARELLANO/LALUPA.MX
Son las 22:50 horas cuando el equipo de lalupa.mx llega al cruce de 5 de Febrero y Prolongación Zaragoza, donde, precisamente, hace días se abrió el paso inferior sobre los carriles centrales de #Paseo5F. Al lado de una farmacia, una señora vende meriendas para los trabajadores de la obra, quienes víctimas del antojo no se resisten y disfrutan de las viandas.
En el aire hay polvo, se ve la bruma cerca de cada farol. Como si de una competencia se tratase, suenan las máquinas escarbando y los tráileres intentando frenar, maniobrando entre los carriles confinados para no golpear los tambos que ahí se hallan.
Así se siente el turno nocturno en 5 de Febrero: intenso, a toda marcha, en un ambiente donde predomina el entusiasmo, donde trabajadores y trabajadoras van y vienen por toda la obra como si fuera el mediodía, y no cerca de de la medianoche, como es el caso. Por el contrario, aquellas y aquellos que trabajan mientras la ciudad duerme, confiesan que prefieren este turno porque “hace menos calor”.
Agustín Monroy, arquitecto e ingeniero, es quien nos recibe y acompaña durante todo el recorrido. Tiene más de seis años trabajando para la Secretaría de Desarrollo Urbano y Obras Públicas estatal (SDUOP). Entre llamadas y emergencias, conversa con el equipo de lalupa.mx, a quien confía que a esas horas apenas va a ir a cenar.
“En ocasiones las necesidades de la obra son demasiadas y no nos damos abasto. Hay cosas que atender en demasiados frentes y no hay tiempo para descansar. Cuando falta alguien, toca entrarle a uno, ir de un lado a otro, ver qué se necesita”, señala.
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Mientras por la banqueta caminan exhaustos trabajadores de vuelta a sus casas, cruzamos la calle y al pie de la carretera, entre “trafitambos” y barreras conocemos a Alejandro Martínez, supervisor de vialidades del tramo de Zaragoza y quien está a cargo de un equipo de diez bandereras y bandereros.
“A mi equipo y a mí nos corresponde confinar las zonas, revisar la iluminación, ver que los movimientos de maquinaria o material no obstaculicen el camino, o que dejen ventanas abiertas en donde los coches se puedan colar en la obra; abanderar los pasos peatonales o las zonas que están confinadas, también”, comenta.
“En el transcurso de la noche hago rondas para seguir al pendiente de los compañeros, especialmente de los que me hayan comentado alguna situación. Lo más importante para mí es que se sientan respaldados, no se trata de cuidarlos, sino de recordarles la importancia de hacer bien el trabajo para evitar accidentes”.
Originario de la Ciudad de México, Alejandro llegó a Querétaro recién terminó la secundaria, tiene más de 20 años aquí. Llegó sin nada, “a la aventura y, gracias a Dios fui creciendo y acá sigo”, dice.
“Me gusta mucho este trabajo, estar con los ingenieros, trabajar todo el tiempo en la calle. Empecé como banderero hace siete meses, pero siempre he tenido el interés de acercarme para ver qué nuevas actividades hay, así fue como me fui enrolando en diferentes labores, y fue como los jefes vieron que podía hacer más. Yo creo que el esfuerzo que uno hace es lo que me trajo a donde estoy ahora”, comparte Alejandro.
Para él, lo más importante en este trabajo es su equipo y sus compañeros, así que se esfuerza “para generar un buen ambiente de trabajo, que la gente esté a gusto. Por eso me acerco con ellos. Les pregunto cómo están, cómo se sienten durante el turno. Sin ellos, este trabajo no se podría hacer. Una barrera o una máquina son cosas materiales, y se pueden recuperar si algo pasa, pero la vida o una parte del cuerpo no tienen precio, no hay marcha atrás, por eso lo primero es la seguridad y la precaución”.
Mientras pasan los automóviles a toda velocidad a un lado nuestro, se acerca con Alejandro una de las bandereras para que le firme un papel, así que nos ofrece una disculpa y la atiende. No sólo se nota la confianza, sino la prioridad que él le da a su gente: nada está por encima del bienestar de su equipo.
Alejandro tiene una familia y esa es, más allá del trabajo, su mayor prioridad: “Yo vivo por El Pueblito, así que en la mañana, cuando salgo, hago cerca de una hora de camino de regreso a la casa. Llegando, desayuno y convivo con mi esposa y mis dos hijos. Después me duermo un rato. En la tarde me levanto, me alisto para venir y salgo temprano porque a mí me gusta llegar antes”, asegura.
“Lo primero que hago llegando a la obra, incluso antes de ponerme el uniforme, es pasar a platicar con los compañeros del turno anterior, ver cómo están, qué novedades hay. Por eso me gusta llegar temprano”, añade.
Alejandro está muy contento de ser parte del proyecto, se le nota en la voz. Confiesa que, incluso, ha estado capacitándose por cuenta propia para seguir mejorando en su cargo, porque le gusta aprender, no quedarse en un sólo lugar. Para él, de eso se trata el trabajo, de generar para llevarle algo a la familia, que ellos también se sientan orgullosos de uno, que digan: “mi papá trabaja en la obra de 5 de Febrero”.
“Me imagino cuando acabemos la obra, pasaré por aquí y se sentirá chido saber que ayudé a construirlo. Va a ser una gran satisfacción saber que yo llegué hasta el final, que crecí como persona, trabajé y, además, vi esta obra de principio a fin; por eso le pido paciencia y calma a la gente, porque todos los que estamos trabajando aquí somos peatones, ciclistas, automovilistas, vamos por la calle, así que sé que puede ser una molestia, pero a la larga esto nos va a beneficiar a todos”, concluye.
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No nos despedimos, porque Alejandro nos acompaña camino abajo, hacia el fondo del paso deprimido pues ahí también se están realizando trabajos. Una hilera de barreras naranjas que él y su equipo acaban de colocar es lo único que nos separa de los trailers que bajan a más de 100 km por hora: la sensación de estar tan expuesto es algo abrumador, así como el ruido de los motores que retumba en el túnel.
“Durante los trabajos de la primera etapa, cuando se realizó la obra pluvial, fue cuando más accidentes hubo… Mayormente borrachazos, o gente que perdía el control por ir a exceso de velocidad. Afortunadamente ninguno de los trabajadores salió herido, excepto un operador de grúa al que golpeó una barrera que sacó volando uno de los coches accidentados, pero sólo sufrió un esguince menor”, comenta el ingeniero Monroy, mientras a un lado nuestro pasa otro tráiler a toda velocidad.
En el punto más profundo del túnel se encuentra un equipo de más de 20 personas, conformado por especialistas, paramédicos, ingenieros y trabajadores que realizan actividades en los cárcamos, bajo tierra. Para esto, primero se necesita limpiar la atmósfera, luego se tiene que dar instrucción especial a los trabajadores y hacerles un chequeo médico preliminar. Durante las cinco horas de actividad se debe mantener limpio el aire y se debe seguir monitoreando los signos vitales de quienes trabajan, explica Monroy.
“Esto es lo que pasa mientras la gente duerme, se realizan algunas de las actividades más pesadas, lo que nadie ve” destaca.
Damos la vuelta para continuar el recorrido, ahora al otro paso inferior, el que aún no se abre. No obstante, Agustín comenta que se encuentra muy avanzado y que, estima, estará abierto para finales de mayo.
A pesar del gran avance de la obra —hoy, del 35% del proyecto— y de las labores que se realizan día y noche, hay muchos que piensan que no se trabaja y descargan su frustración en la primera persona que encuentran en la obra, cuenta Monroy.
“Las personas llegan a ser muy groseras, nos tocan el claxon cuando pasan o nos gritan cosas. Hace poco estábamos parados en esta parte del túnel, planeando una tarea con un equipo de 80 personas que trabajan bajo tierra, y pasa un coche del que se asoma un señor que nos mentó la madre. Pensó que no estábamos haciendo nada. Sólo nos reímos, es lo mejor que uno puede hacer”.
“Por eso no me gusta leer los comentarios en redes sociales, la gente es muy ruda. Yo creo que si vinieran a platicar con quienes estamos trabajando aquí, verían los esfuerzos que hacemos y cambiarían de opinión”, concluye.
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El camino del túnel deprimido de sur a norte aún es de terracería, en su punto más profundo, actualmente se está terminando de escarbar el cárcamo que tiene cerca de cuatro metros de profundidad. Ahí trabaja Mateo Jerónimo, originario del Estado de México.
“Llegué a trabajar a Querétaro a causa de la pandemia. Antes trabajaba en construcción residencial, pero, hace dos meses cambiaron al equipo entero y nos despidieron. Ya me iba a regresar a casita, pero antes pasé a la obra de 5 de Febrero y me dijeron que sí había trabajo, así que me quedé. Toda la vida fui chófer, pero ya uno se cansa, quería empezar de nuevo, así que agarré trabajo de chalán y lo que hago es palear. Me gusta mucho mi trabajo, no le pongo ningún pero”.
Actualmente, Mateo vive en un campamento temporal que la SDUOP y la constructora ICA han instalado en las inmediaciones de la obra, donde viven muchos como él que están lejos de casa: “tenemos catres y mucho silencio, la gente llega cansada y sólo quiere dormir, no hay desorden, no hay cosa mala. Es dormir, despertar y regresar al trabajo”, explica.
“En un día normal paso mi tiempo preparando mis alimentos, es lo que me gusta hacer cuando no trabajo: hoy cociné papitas con jamón, cebollita, chilito… Ah, y un huevito encima. Luego me dormí un rato más, me di un baño y me preparé para venir a la obra. Me gusta llegar temprano, normalmente estoy una hora antes. También me gusta trabajar de noche, porque no hace calor. Aunque, si es de día, también me gusta porque hay luz. A mí nada se me complica”, agrega.
Confiesa con algo de pena que, al no tener familia, su principal motivación para trabajar es pagar un préstamo que le dio Coppel, que durante un año no pudo abonar y su deuda se disparó.
“Esa libertad que tengo, que me permite trabajar donde encuentre, me ha llevado a vivir y conocer muchas partes del país y te voy a decir la verdad: esta obra se me hace muy buena, está modificando para bien la vida de la ciudad, hará que fluya mejor el tráfico, además de que se mira muy bonita conforme va quedando. Y ni se diga el trabajo que genera, que ayuda a la gente a mejorar su vida”, finaliza Mateo, quien debe regresar a palear.
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De vuelta en la superficie, se siente el cambio de temperatura, de la humedad caliente que hay en la excavación, al fresco de una madrugada de mayo. Bien lo recuerda Agustín, a quien durante la primera etapa de la obra le tocó recorrer los túneles, tuberías y cárcamos:
“Me tocó supervisar todo el sistema ya que estaba cerrado. Son espacios muy angostos, pero eso es lo de menos, lo pesado es el calor, es sofocante, aun con el extractor de aire que utilizamos. Ni se diga del sonido porque, cada que pasa un coche golpea las coladeras y ese ruido retumba en las paredes a lo largo del túnel.
“Hay que estar saliendo cada cierto tiempo a respirar, refrescarse, descansar la espalda. Pero porque he estado ahí, puedo decir que toda la obra pluvial —que es la base de este proyecto— es diez veces mejor que lo que había antes, se hizo una planeación y un excelente trabajo. Hay una buena cantidad de recolectores y de cárcamos enormes, algunos del tamaño de una casa”.
Finalmente llegó la hora de ir a cenar, así que el ingeniero Monroy se despide, dice algo sobre unos tacos y camina fuera de la obra. No sin antes presentarnos con Guadalupe Arias y Ana María Ruíz, dos de las mujeres que trabajan en el equipo de limpieza de esa zona de la obra.
Originaria de Lomas de Casa Blanca, Lupita ha vivido sus 23 años en Querétaro, lo ha visto transformarse: “5 de Febrero es una obra impresionante, antes era una avenida muy llena, había mucho tráfico, la gente —incluyéndome— perdía mucho tiempo en los trayectos. Esto va a ayudar mucho a reducir eso”.
Madre soltera de dos niñas, Arias aspira a terminar su preparatoria próximamente y, en cuanto lo consiga, estudiar para ser maestra de preescolar, cuenta emocionada.
“Mi turno termina a las 7:00 am. Llegando a la casa preparo a mis hijas para ir a la escuela, les hago de desayunar, y llevo a la grande. La chica se queda en casa porque aún no entra al preescolar. Mi día se trata de cuidar a mis hijas, apoyar a la grande con su escuela, hacer los quehaceres de mi casa, dejar todo preparado para yo poderme venir tranquila al trabajo en la noche. Por el día, soy mamá de tiempo completo”, comparte.
Esta es la primera vez que Lupita trabaja en la construcción y, confiesa, le ha gustado mucho. Inició como banderera, luego trabajo en almacén y, ahora, se encuentra en este equipo, que se hace cargo de la seguridad y prevención de accidentes mediante la limpieza y el orden.
“Incluso cuando los automovilistas se enojan y se desquitan con nosotros, es interesante ser parte de este proceso, entender mi labor en todo ello, ver cómo ayuda lo que hago. Esta es la ciudad de donde soy, en la que me quiero quedar. La gente debería comprender el esfuerzo que hace todo el personal de la obra, que trabajamos día y noche, que estamos haciendo todo lo posible para ir mejorando esto para todos, ¡por eso me encanta mi trabajo!”
A un lado, se encuentra Ana María, para quien la experiencia ha sido diferente, pues ella dejó Michoacán para vivir en Querétaro alrededor de hace un año. No por eso estima menos a la ciudad, por el contrario.
“Querétaro es hermoso, la verdad que sí. Los lugares son muy diferentes a mi tierra y aquí no es tan caliente ¡Yo me quedo a vivir acá, ya no regreso! Me siento bien contenta, bien feliz, he visto muchos cambios con lo que estamos haciendo, incluso tengo fotos del antes y el después: se ve el avance y está quedando hermoso”, afirma.
Al igual que Lupita, Ana María comenzó trabajando como banderera hace más de seis meses. Ese puesto fue su favorito hasta ahora, del que se enamoró pues, comenta, le gusta mucho darle servicio a la gente y cuidarla. Además, fue así como conoció a Lupita a quien llama “su única amiga en el trabajo”.
“Mi trabajo requiere que sea una persona muy ordenada, tanto aquí como en casa. Tenemos que asegurarnos de que las áreas estén limpias, que no quede material regado, que haya orden, que la basura esté en su lugar. En casa, cuando llego en la mañana, después de desayunar y dormir, también limpio todo muy bien para que quede listo para cuando me voy por la tarde”, cuenta Ana María.
Ana María es muy enfática, le encanta trabajar en la obra y vivir en Querétaro: “yo veo hermosa esta obra. Querétaro me ha gustado mucho a partir de que estoy trabajando aquí. Esto me maravilla, me cautiva, por eso decidí quedarme. Me emociona mucho pensar que, en unos años, podré decir que yo venía llegando y me tocó participar en este proyecto tan importante, que así me hice queretana”, concluye con una sonrisa.
Al terminar la entrevista, nos dirigimos juntos fuera del túnel porque las amigas también van a ir a cenar, a eso de la 1:00 am. Nos despedimos, pero antes nos cuentan un detalle muy especial: “En una cisterna que escarbaron allá por la CEA dicen que en la noche espantan, que se escuchan gritos de una mujer, pero no hay manera de que alguien estuviera ahí”.
Paseo 5 de Febrero, la obra más importante del Querétaro moderno, es mucho más que los miles de millones de pesos en inversión o las incontables toneladas de hormigón, cemento y acero. En este cruce con Zaragoza, lo que más abunda son las historias de la gente que está construyendo el futuro de una ciudad que nunca descansa.
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