En la edición vespertina del Diario Oficial de la Federación de este lunes 8 de mayo apareció publicado el decreto por el que se expidió la Ley General en Materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación (LGHCTI), y se reformaron y adicionaron diversas disposiciones de la Ley Federal de las Entidades Paraestatales, así como de la Ley de Planeación; estas últimas con el propósito de adecuarse al marco que requiere la LGHCTI, que ahora incluye también la ley orgánica del anterior Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), el cual, en el mismo acto, desapareció para ceder su sitio al flamante Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt).
Como ya se ha mencionado en incontables ocasiones, esta LGHCTI cristaliza el talante autoritario de la directora general del otrora Conacyt —que, dicho sea de paso, los transitorios no especifican si su encargo concluyó con la desaparición de dicha dependencia, o si se trasladó automáticamente a la dirección general del nuevo Conahcyt—, quien a partir de este 9 de mayo ha visto cumplido su anhelo de convertirse en la gobernante absoluta de las voluntades de los miles de investigadores de todo México; en particular, en lo correspondiente a los centros públicos de investigación (CPIs). Quien a partir de ahora ocupe la titularidad del Conahcyt podrá ejercer abiertamente su influencia al momento de designar a los directores generales o removerlos, pero también tendrá la posibilidad de promover la creación de nuevos CPIs o desaparecer alguno de los actuales.
Dado el desaseo procedimental con el que se aprobó la LGHCTI en la fatídica noche del pasado 28 de abril, es casi seguro que los legisladores de oposición impugnarán su legitimidad, y muy probablemente en algunos meses la Suprema Corte de Justicia de la Nación terminará fallando en el mismo sentido que lo hizo este lunes. Sin embargo, mientras eso sucede, la directora general del Conahcyt podrá aplicar lo estipulado en la LGHCTI y esa experiencia será muy reveladora, tanto para conocer los beneficios como perjuicios que conlleva esta nueva legislación.
Veremos, por ejemplo, si se “invita” a los órganos de gobierno a solicitar la revocación del nombramiento a aquellos directores que ya han sobrepasado los tres años en su encargo; si se ratifica a algunos de ellos y, en dado caso, a quiénes; o si se inicia una reubicación de disciplinas o consolidación de los CPIs. Por ejemplo, quizá sea el momento de analizar si México requiere que se realice investigación sobre una misma disciplina en más de un CPI; si las disciplinas a las que se dedican algunos CPIs mantienen su importancia para el México actual y futuro; si se continúa permitiendo que algunos CPIs realicen actividades genéricas; o si se identifican nuevas necesidades de investigación y desarrollo para el país, como podrían ser la inteligencia artificial, la computación cuántica o… la biotecnología.
En las semanas o quizá los meses por venir, tendremos la oportunidad de conocer las reacciones de los investigadores de los distintos CPIs ante la visión ideológica que impone la LGHCTI. Habremos de saber cuáles de aquellos efectivamente realizan investigación puramente científica —o humanística—, a consideración de la titular del Conahcyt. Identificaremos a los CPIs que realmente serían capaces de subsistir sin la colaboración con el sector privado. Si el tiempo lo permite, podremos averiguar si, ya sin el cobro de colegiaturas, los programas educativos de pregrado y posgrado que ofrecen ciertos CPIs podrían ser sostenibles económicamente, o de interés para un mayor número de jóvenes.
En fin, este periodo de ensayo deberá servir para que, cuando surja una nueva oportunidad de revisar el marco legal en materia de ciencia y tecnología, los argumentos sean respaldados con la evidencia, tanto a favor, como en contra; y México pueda finalmente dialogar franca, amplia y profundamente hacia la construcción consensuada de una ley moderna, que le permita soltar los lastres que le han impedido beneficiarse a plenitud del talento con el que se cuenta.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.