Autoría de 6:23 pm #Opinión, Mercedes Cortés - El Punto y la Línea

Alexander McQueen, el vuelo de un alquimista en el vacío – Gabriela Cortés y Mercedes Cortés

“Una obra de arte no puede separarse de su autor”, advirtió el influyente pensador alemán Immanuel Kant, a quien, a 219 años de su muerte, aludimos para reemprender el vuelo del inusitado diseñador textil británico Lee Alexander McQueen.

Un artista que, mediante el ingenio, la protesta y la poesía, surcó con las garras silvestres de un ave los paradigmas de la alta costura en las más prestigiosas pasarelas de París.

Considerado el alquimista de la moda, nació en Lewisham, Londres. Fruto del amor entre una profesora en genealogía y un taxista, de quienes heredó el ordinario sello de un inglés: penetrantes ojos azules, cabello rubio, pestañas doradas, mejillas rosadas; curvilíneo y desaliñado.

Descuidado en su imagen personal, Lee fue identificado a finales de 1993 con los rasgos comunes de un skinhead. Más adelante, se le recuerda en sus primeros años de diseñador con sus camisas tipo leñador y pantalones holgados. Irónicamente, dos estilos disonantes con los patrones de la moda en la década.

De espíritu obstinado y sin una moneda en el bolsillo, se introdujo en la costura a los 16 años en Savile Row. Se desarrolló en esta prestigiada avenida de sastrería tradicional para hombres en Anderson and Sheppard, y a los 21 se perfeccionó con un posgrado en moda en la escuela de arte Central Saint Martins.

Los contrastes de amor y violencia experimentados en su infancia pudieron influir en su pasión contemplativa por las aves, en cuya anatomía veía una fuente de magia y una inspiración de fuga.

Fueron sus recuerdos, aunados al reconocimiento de los actos ruines de la guerra entre Escocia e Inglaterra en el siglo XVIII –antecedentes históricos a los que su madre lo indujo–, los que pudieron vertebrar su faceta extrovertida, inflamable, feroz y justiciera.

Las horas de atelier, por otro lado, moldearon la técnica y sofisticación distintiva de su marca.

Su colección de graduación en Central Saint Martins estuvo ligada al misterio del asesino serial Jack el Destripador, opera prima que fue carta de presentación con dones magnéticos para Isabella “Issie” Blow, editora de la revista Vogue UK.

Su amistad con Issie fue clave para la partida en vuelo de su vida profesional y un punto de equilibrio de su plano personal –aun cuando, años después, Lee desvinculara su éxito de Blow, a quien la prensa le atribuyó su descubrimiento–.

Su amistad con Issie fue clave para la partida en vuelo de su vida profesional y un punto de equilibrio de su plano personal.

Para su quinta colección, Highland Rape, presentada en 1995, Lee McQueen había configurado un estilo propio, un lenguaje alimentado en la memoria, la lectura social de su tiempo y la reivindicación de la figura femenina.

Las violaciones de diferentes índoles y la degradación de entreguerras recobraron fuerza en textiles cuadriculados al estilo escocés de un rojo intenso. Predominaron las transparencias obscuras, estampados de flora silvestre marchita, rasgaduras y manchas sugestivas.

El corte bumster nació en esta pasarela como una nueva silueta que resonó y proliferó en todo el mundo, a través de los icónicos pantalones de tiro híper bajo. Una propuesta que Lee McQueen lanzó sin inhibiciones en prendas que sobrepasaron las fronteras de lo permitido.

McQueen había despegado, pero tendría que enfrentarse al reto de planear entre tormentas.

Highland Rape representó un estilo propio, un lenguaje alimentado en la memoria, la lectura social de su tiempo y la reivindicación de la figura femenina.

En 1996 fue nombrado director creativo de la maison Givenchy, firma de moda francesa en la que creó dos colecciones anuales inspiradas en la marca, pero costuradas con lealtad a su estilo excitante, sugestivo y provocador.

“Tengo que cuestionar mis motivos, ¿por qué estoy en este negocio? Creo que por eso tengo que tener éxito. Hago lo que se debe hacer. No lo haces por la fama y el glamour. Es una jungla allá afuera”, señaló en una entrevista recuperada en el documental McQueen, lanzado bajo la dirección de Ian Bonhôte y Peter Ettedgui.

Su experiencia en la maison lo llevó a probar las mieles de la fama en la industria de la moda. Se allegó a los mejores costureros de alta confección. Vivió la libertad de configurar, a capricho, su equipo de trabajo. Habitó un departamento en una avenida de renombre. Conoció de lujos y reverencias, pero no logró saciar su sed de creación.

“El arte no tiene nada que ver con el gusto. No existe para que se le pruebe”, declaró en su tiempo Edgar Allan Poe, autor a quien Lee recurría frecuentemente para autodefinirse. Pero, en el mundo de la moda, ¿este principio artístico es compatible?

En su texto Lipovetsky: Del vacío a la hipermodernidad, el investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, Enrique Tamés, cita al filósofo y sociólogo francés al indicar que “paradójicamente la moda se convierte en el principal instrumento de dinamización modernizadora; la moda perfeccionará las democracias, pues la moda tiene razones que la razón no conoce”.

Y subraya: “la economía, lo cotidiano, toda cultura humana gira alrededor de lo efímero y la seducción, encontrando su nueva paradoja”.

Alexander McQueen sabía que la industria de la moda parisina perseguía metas situadas en el polo contrario de sus anhelos y, en lugar de abonar su florecimiento, podría fracturar sus alas a mitad del vuelo.

Fue por eso que, mientras contribuía a mantener con vigencia el prestigio de Givenchy –contrato de por medio– trabajó al mismo tiempo en colecciones de la marca McQueen.

“Hubo un periodo cuando no estaba muy bien. Estaba angustiado. Era un poco difícil, había mucho conflicto en mi cabeza al hacer el trabajo que no quería hacer, que era Givenchy. Pero creo que he llegado a un punto en el que ya acepté que esta es mi vida, que es para lo que nací”, declara en McQueen.

Liberado del domo dorado de Givenchy, soltó su capacidad creativa, y desde el núcleo del universo enmascarado de la industria de la moda Lee cimbró las pasarelas y quebró los cristales mercadológicos que la protegían. Presentó Voss en septiembre del 2000, una polémica colección con sede en Londres.

En una conferencia sobre su libro La era del vacío, el filósofo y sociólogo Gilles Lipovetsky indica: “el individualismo hípermoderno no es de goce, conduce al capital. Los individuos quieren ser escuchados”.

Lee tenía una inquietud que le consumía el alma y quería desnudarla a gritos. La industria de la moda contenía en su seno un corazón desfallecido, histérico y putrefacto. Él, por el contrario, luchaba por volar entre ciclones, en un esfuerzo constante por defender el arte.

Sobre La era del vacío de Lipovetsky, el filósofo Diego Civilotti recalca: “se ha pasado de una sociedad disciplinaria a una sociedad moda, estructurada por el valor de lo efímero y la seducción permanente”.

El relato de McQueen en esta pasarela se desarrolla en Voss, una ciudad noruega caracterizada por una vasta riqueza natural. Luego de cinco años de trabajar para Givenchy y firmar un contrato con Gucci, necesitaba exorcizarse de la figura posmoderna del Narciso; desprenderse del carácter fugaz de la industria de la moda. Huir de “la cultura de la inmediatez que se consume cada vez con mayor frecuencia por placer, pero no por una lógica emotiva” (Civilotti).

Voss enfrentó al espectador –incluyendo a la prensa– a su propio reflejo durante más de dos horas. El ejercicio tuvo como finalidad invitar a la autocrítica y al escrutinio personal, en lugar de depositarlo en las modelos.

Al encender el escenario detrás de los espejos, la oscuridad se trasladó al público y pudo vislumbrarse una pasarela escenificada en un salón semejante a un hospital psiquiátrico. La colección en paredes blancas acolchadas y ruidos estremecedores pasaron a ser el foco de crítica.

Las modelos dramatizaron la presentación de cada una de sus piezas con movimientos que aparentaban desorientación, miedo, paranoia e histeria, pero, nuevamente, con una templanza cardinal ante la dificultad; sentimientos que Alexander McQueen, posiblemente, experimentaba al atravesar por un lapso de confusión e incongruencia con relación a sus orígenes.

Por esos tiempos, Lee decidió modificar su imagen. Se había sometido a una cirugía plástica y, en paralelo, inició en el consumo de drogas. El vuelo del alquimista había perdido el rumbo al introducirse en crueles vaivenes de huracanes.

Su modelo 24, una mujer atemorizada, camina con una falda confeccionada con plumas de halcón; la cabeza envuelta en vendajes y un tocado compuesto por halcones que manifiestan intenciones de cazarla.

Con esta pieza, el diseñador londinense se remitió a su pasión por las aves y creó una prenda que lo definía. La composición estaba hecha con plumas de ave y daba la sensación de un ataque constante de aquello mismo que lo constituía.

Lee estaba sobrevolando por encima de la razón, era un ave desorientada que se conducía a la autodestrucción.

“La vida no es perfecta. No somos perfectos. No todos somos modelos talla cero, pero hay belleza en el ojo del espectador”, manifestó.

Fue, sin embargo, el acto final de Voss el punto de fuga de su mensaje principal. Una caja de metal oxidado, situada al centro de la habitación-escenario, colapsó para dejar al descubierto a una modelo desnuda, de talla grande, recostada entre polillas vivas y equipada con una máscara de gas. Era una réplica viva de la composición Sanitarium, la enigmática foto de Joel-Peter Witkin.

La imagen refrendaba la percepción de Alexander McQueen de que en el núcleo de la industria se engendraba una realidad lejana a la belleza estereotípica de las pasarelas. Detrás de los confines de sus siluetas y debajo de la piel, habitaba el vacío.

Exploradas las raíces endebles sobre las que buscaba hacer florecer su estilo, el ingenio único de Lee Alexander McQueen siguió destellando entre protestas y poéticas instalaciones en la moda europea. En la temporada otoño-invierno del 2006, enfrentó al público especializado a un magnífico holograma etéreo y fugaz de Kate Moss.

En 2007, tras el duro embate que representó la muerte de Issie Blow, le dedicó su pasarela, La Dame Bleue. Y en 2009 presentó una de sus más obscuras colecciones: El cuerno de la abundancia. Una pasarela cuyas invitaciones sugerían la metamorfosis de su rostro reducido a cráneo.

“No estoy enojado conmigo mismo, estoy enojado con el mundo. Mi mente sólo se dirige ahí. He intentado detenerla, sin éxito”, habría señalado.

Al tener que hacer frente al dolor por la pérdida de Blow y con la amenaza constante del VIH sobre su salud, en octubre de 2009 se sumergió con instinto fugitivo en el Atlantis de Platón, donde buscó satisfacer su deseo de desentenderse del exterior. La pasarela sería su última aparición pública.

“No estoy enojado conmigo mismo, estoy enojado con el mundo. Mi mente sólo se dirige ahí”, señaló McQueen.

Su compromiso con Gucci y la responsabilidad de hacer crecer la marca Alexander McQueen lo orillaron a presentar 14 colecciones al año; un peso que recrudeció su depresión y lo llevó a confesarle a su expareja su deseo de suicidarse: “Era como si pensara que todo el sistema de la moda estaba en su contra”, dijo en entrevista.

Tras la muerte de su madre, Joyce McQueen (2 de febrero), Lee sintió pulverizadas sus ganas de vivir. El 11 de febrero decidió detener el vuelo, plegó sus alas y se entregó a la muerte. Una cita anticipada, pero ciertamente anhelada.

“Voy a quemar mi compañía, para que nadie trabaje ahí. No lo creo (que exista un perfil capaz de sustituirlo), la persona que se quede tendría que idear conceptos para mi desfile. Mis desfiles son tan personales”, reveló en una entrevista en la que se le cuestionó acerca del futuro de su sello. Tal como lo predijo Immanuel Kant, una obra no puede separarse de su autor.

En Voss, McQueen se remitió a su pasión por las aves y creó una prenda que lo definía.

El punto: El ingenio creativo de Alexander McQueen es considerado uno de los más brillantes en la historia contemporánea de la moda, sin embargo, las necesidades de la industria lo orillaron a una producción desmedida y, para él, insostenible.

“Para la prensa y la opinión pública yo era una gacela, y a una gacela siempre se la comen. Así es como veo la vida humana. Todos somos prescindibles. La fragilidad de la relevancia mediática del diseñador: apareces y luego desapareces”, señaló.

Michelle Olley, la modelo que recreó la fotografía de Joel-Peter Witkin en la colección Voss, declaró que, al explicarle la composición del acto final, Lee expuso: “Es sobre la muerte, la belleza y el renacer. Será hermoso”.

Ante el reto, Olley aceptó, con la advertencia de que su participación obedecía a su afinidad con el arte. McQueen respondió: “Pensé que todos lo hacíamos por eso”.

La Línea: Se dice que si la industria de la moda fuera un país sería la séptima economía del mundo. Sin embargo, detrás del escaparate de su fortaleza económica, de la alta costura y de la belleza como artículo de consumo, se encuentra la precariedad laboral, la reafirmación de estereotipos y el sexto lugar como la industria más contaminante del planeta.

Su narrativa, carente de sentido, está suspendida en el vacío.

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “EL PUNTO Y LA LÍNEA”, LA SECCIÓN DE GABRIELA CORTÉS Y MERCEDES CORTÉS, PARA LALUPA.MX

https://lalupa.mx/category/opinion/mercedes-cortes-el-punto-y-la-linea/

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Last modified: 15 mayo, 2023
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