Autoría de 8:37 pm #Opinión, Jovita Zaragoza Cisneros - En Do Mayor

Roma, el México de Europa – Jovita Zaragoza Cisneros

El gesto confundido del hombre al recibir y contar los billetes en euros, que la empleada de la casa de cambio le extendió a través de la ventanilla, llamó mi atención. Calculé su edad, quizá poco más de 60 años. Volvió a contar el dinero y miró interrogante a la joven mujer que sonreía detrás del grueso cristal que la separaba de los clientes. Por el tono y la frase que soltó el hombre reconocí su región de origen: latinoamericano. Unos pasos atrás de él estaban dos mujeres que le acompañaban. Una aproximadamente de su edad y la otra más joven. Asumí que era hija de ellos.

Mi compañero de viaje y yo estábamos esperando nuestro turno. En nuestro trayecto de la estación de metro Barberini de la ciudad de Roma, donde nos encontrábamos de visita, hacía el templo Adriano no habíamos encontrado ningún banco abierto. Necesitábamos comprar algunos euros. Nos detuvimos en la casa de cambio cuyo gran letrero ostentaba el cambio de dólares a euros a 1.04. No era mucho lo que íbamos a adquirir; apenas lo suficiente para comprar tarjeta de transporte en el tren o Metro de la ciudad y algunos gastos pequeños.

La reacción de las personas delante de nosotros nos alertó. Algo no estaba bien. El hombre estaba pálido y reclamaba a la empleada que él había entregado 1,500 dólares para ser cambiados por euros. Quería saber la razón de que le regresara solamente 1,153 euros, si el gran letrero afuera de la ventanilla decía que el cambio de dólar a euro estaba a 1.04; es decir, cada dólar lo pagaban a 0.96 de euro, eso daba un total de 1,441. ¿Por qué me da usted solamente 1,153?, reclamaba el contrariado señor.

Al otro lado de la ventanilla la mujer permanecía imperturbable. Noté en su mirada cierto dejo de malicia. Con fingida amabilidad le explicó que en cada transacción de cambio se cobraba 20 por ciento de comisión. El hombre explotó:

 –¡Pero eso no me explicó usted, señorita! Me hizo firmar papeles de aceptación y nada más. ¡Deshaga la operación, por favor! ¡Es todo lo que tengo! ¡Nos quedamos sin plata para el boleto de regreso!

La empleada le miraba imperturbable. Señaló hacia los pequeños letreros que estaban en la parte baja del interior de la ventanilla. Dos hojas enmicadas y con letras y números pequeños que informaban de esa comisión. Me acerqué a verlos. La mujer mayor, esposa del hombre, reclamó airada: ¡Señorita, usted vio que venimos directo a decirle que queríamos cambiar dólares a euros! Le preguntamos que si ese que anuncian en números grandes era el tipo de cambio, usted afirmó y nos habló en español. Ahorita habla en italiano, fingiendo no entender. ¡Le exigimos que deshaga la operación!

Nada. La empleada dio la vuelta y fingió estar ocupada. “¡Esto es un atraco descarado de ustedes, señorita! ¡Ahora me explico el porqué de su insistencia en que, si teníamos más dólares para cambiar, que con gusto lo hacía! ¡Descarada!”, remató la airada mujer con desesperación. La más joven que los acompañaba nos miró con desaliento a mi compañero y a mí.

Me atreví a sugerir: Llamen a la policía –dije, señalando a una patrulla que estaba metros adelante, en la esquina–, expliquen lo sucedido y que deshagan la operación. La respuesta me dejó helada: “¡Ufff señora, aquí en Roma la policía… qué le digo. Hay tres policías y para saber cuál es la legal y cuál la pirata”, agregó atribulada ante la considerable pérdida.

De 1,440 euros que el señor esperó recibir, se redujo la cifra a 1,153. Es decir: 287 menos. Finalmente, pálido y mortificado, el hombre tomó su dinero y se marcharon de allí.

Mi enojo ante el cinismo de la empleada, a la que vi asomar una sonrisa entre nerviosa y burlona, me enervó. Me planté frente a ella y espeté: “Increíble su cinismo, oiga. Rata con arma o sin arma, pero rata. Y se presta usted a este modo de lucro. ¡Cínica!”, dije al tiempo que grababa un video. El mal sabor de boca me persiguió un buen rato al recordar la palidez del hombre, su contrariedad.

Tres días en Italia y hasta ese momento todo había marchado de maravilla. El hotel donde nos hospedamos estaba limpio, cómodo, seguro y en un magnífico lugar. El administrador, un filipino que habla cinco idiomas y tiene años ya de residir allí, nos había advertido de cuidarnos al andar o detenernos en ciertas estaciones del metro y barrios de la ciudad. Incluso, nos había recomendado dos restaurantes a la vuelta del hotel. Uno de ellos, una cafetería con gran variedad de pastelillos artesanales, ensaladas de primera, deliciosas focaccias, y el otro, tenía exquisitas pastas y variedad en el menú. Ambos de ambiente familiar y atendidos por amables empleados.

Sobre aviso no hay engaño

Durante el trayecto a nuestro punto de visita, recordé las advertencias y sugerencias previas de amigos y personas que conocen Roma un poco más a fondo.

“Toda Italia es maravillosa, pero la ciudad de Roma es punto rojo. Vean bien la zona que eligen para hospedarse, que sea segura. Y no bajen en ciertas estaciones del metro o, si lo hacen, resguarden bien bolsas, carteras, documentos… fíjense dónde compran…”, fueron parte de las sugerencias que recibimos de amistades que han estado en Roma, por largo y también por corto tiempo. Las advertencias de no transitar o no hospedarse en determinadas zonas de la capital romana abundan. Lamentablemente es una sombra que se extiende y pesa sobre la capital de Italia, y algunas otras ciudades del país, por ejemplo, Nápoles. “Si pueden evitar ir allí, mejor”, nos advirtió un querido amigo de la familia que ha vivido allá por largo tiempo.

Mausoleo de Adriano, en Roma

Pero, de todas las advertencias que escuchamos el pequeño grupo de personas que decidimos hacer el viaje por cuenta propia en vez de con operadoras turísticas, la frase más descriptiva sobre sus riesgos fue: “Roma es el México de Europa, Nápoles el Tamaulipas”. En lo personal, cuando la escuché me estremeció el símil. Roma hace décadas que tiene mala fama en cuanto a corrupción e inseguridad, y la de México ya figura como referente también. ¿Será este un estado que asumiremos natural? ¿O debo rectificar y decir: asumimos ya natural?

Así llegamos la pequeña comitiva, conformada por diferentes edades. Cuidadosos, pero unidos y entusiastas, dispuestos a dejarnos sorprender por esa parte de Europa, un pellizco del mapa de la vieja Europa, que enfrenta hoy el aumento sin igual de la migración. Un desafío más a los tantos que tienen ciertas ciudades del mundo, entre ellas México.

Imperial, estridente y seductora

La majestuosa Roma enamora a cualquiera que la visite. Desde su magnífico aeropuerto internacional Fiumicino, conocido como Leonardo Da Vinci, inicia la promesa de fascinación. Moderno, dinámico, práctico y cómodo de transitar. Una serie de gigantes esculturas romanas, resguardadas en sendas vitrinas, dan la bienvenida al viajero. Más de 50 millones de personas transitan cada año por él. Y apenas sale uno de allí para adentrarse al centro de la ciudad, el asombro irrumpe en la mirada. El ojo se agranda y el corazón se ensancha intentando dar espacio a la emoción que provoca el espectáculo visual que representa estar en la capital del país. Fascinante Roma. Abruma, atrapa y enamora el peso de su historia imperial. La Roma Antigua y de la Edad Media. Sus palacios renacentistas, sus iglesias barrocas, sus fuentes, y sus expresivos, estridentes, seductores habitantes dan a la ciudad una dinámica agradable.

La Piedad de Miguel Ángel

Es sabido que uno de los sellos característicos de los italianos es el énfasis en su expresión. Su dramática grandilocuencia a flor de piel es precisamente una de sus singularidades. Amables y diligentes para atender al visitante, cuidan a su turismo, honrando así la tradición que dejara Constantino, el gran visionario quien valoró que la visita de personas de todo el mundo a la Casa de Pedro sería un gran impulso y desarrollo para su economía.

Cinco días en la ciudad son pocos. Pero si uno se organiza bien y viaja por su cuenta, sin someterse a los horarios convencionales que marcan los guías de turistas, se logra conocer mucho más allá y tener un panorama más amplio de las formas de vida de un país o una ciudad, sobre todo, si esta ofrece transporte y vialidades decorosos y de buen nivel. Trenes, metro suburbano, diseñados con sentido, dan dinamismo vial al usuario, de manera tan organizada que en cada tramo de la ciudad hay suministros gratis de agua potable, absolutamente confiable para beber o rellenar un recipiente, botella o termo que uno lleve.

Fuente de Trevi

No haré aquí una crónica de cada lugar, museos y monumentos, que dan cuenta de su historia. Valgan apenas rápidas menciones a algunos de ellos: el Coliseo romano y su historia de barbarie, sangre, horror, esclavitud. Conquistas, derrotas, sometimientos, traiciones, corazones abrasados por la ambición de riqueza y poder. Desfile de nombres de algunos emperadores que dieron esplendor y sentaron las bases de estrategias para construir trincheras y resguardar sus fronteras. Disciplina y arrojo; murallas de sangre.

Pensé en el profundamente inteligente, metódico y gran político Julio César; sobresale de entre otros emperadores bárbaros y sanguinarios, despiadados y obtusos. También saltaron nombres de algunos de los más representativos para bien de su gloria: Trajano, Adriano. Marco Aurelio, el culto, estoico, y que, en una debilidad, quizá como orgullo de su nepotismo, heredara a su hijo Cómodo la corona, pese a que este no contaba con los atributos de él. Soberbia, narcisismo, gula, lujuria y hambruna. Pestes. Trampas, codicia, terminaron con periodos de grandeza de un imperio vuelto cascajo vigoroso y firme, cuyos vestigios se mantienen de pie contando la gloria de su historia. Vetustas y altas columnas emergen desafiantes del pasado, que reclama ser recordado por su ingeniería, arquitectura, la belleza y ostentación de sus construcciones palaciegas. Pensé en el papel de las mujeres romanas y su influencia en la construcción de ese imperio; pero también en su papel e influencia en su destrucción.

Interior del Museo del Vaticano

En el señorial y majestuoso Museo del Vaticano, esfinges, arte, belleza y la Capilla Sixtina del genio rebelde Miguel Ángel. Plaza Navona, las calles que la rodean y donde uno se adentra a probar su gastronomía, que va más allá de las deliciosas focaccias. La mágica fuente de Trevi, Trastevere (el barrio más encantador de la ciudad). La mítica y real Pompeya, que sucumbió al Vesubio y que sigue dando sorpresas a los arqueólogos e historiadores con los hallazgos que brotan de lo profundo de su suelo.

Roma y sus propios desafíos. La eterna lucha contra depredadores que invaden otras ciudades. Por ejemplo, la romántica, misteriosa y laberíntica Venecia, que hace todo por mantenerse a flote, mientras advierte con grandes mantas colgadas a lo largo de su principal canal la realidad que enfrenta: No mafia, Venezia e sacra.

“No a la mafia, Venecia es sagrada”.

Hoy, a un mes y días de regreso, pienso en una conversación que tuviera con integrantes de nuestro viaje al comentarles lo presenciado ese día en la casa de cambio: “eso no es propiamente un atraco. Si allí estaba el letrero, es fijarse. Lamentablemente de eso se sostienen las casas de cambio, de sus comisiones”. Posiblemente tengan razón, pero la forma es fondo. Y esas pequeñas cosas reflejan la clase de sociedad y autoridad que las rige: si pueden hacer eso, operar en esas condiciones, actuar con malicia para sorprender al incauto a la luz del día, es porque saben que cuentan con la anuencia de sus autoridades. Por eso pueden hacerlo. Ese es el punto en común de allá y de este México, tan latino y tan lleno de corrupción, de santos y demasiados demonios también.

Twitter: @VitaVituchis

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Last modified: 31 mayo, 2023
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