Cuando era tiempo de actuar dijeron:
Habláis de peligros inexistentes.
Cuando la situación viraba
hacia lo desesperado, dijeron:
Hay otras cuestiones más importantes.
Cuando el final de un mundo era ya patente, dijeron:
Ahora ya no cabe hacer nada.
Jorge Riechmann, El empeño del manantial, Antología poética, 2022.[1]
En los próximos meses, la humanidad tendrá quizás una última oportunidad. Una “catástrofe pedagógica” —como la denominó, según indica Latouche[2], Denis de Rougement— se aproxima y, quizás, podría hacernos despertar.
Tal y como indicó el Climate Prediction Center de la NOAA[3] el 11 de mayo pasado, a partir de julio y hasta los primeros meses de 2024, el fenómeno meteorológico denominado El niño golpeará al mundo ocasionando un incremento desmesurado en la frecuencia e intensidad de los fenómenos hidrometeorológicos: las regiones inundables se cubrirán de agua, en donde golpean huracanes o monzones serán de peor intensidad, donde ocurren ondas de calor serán más intensas y mortales, las regiones habitualmente afectadas por deslizamientos de tierra las sufrirán también. En los meses que vienen, la Tierra nos dará una probadita de lo que sería el clima “normal” en las décadas venideras si no detenemos ya las emisiones de gases de efecto invernadero responsables del calentamiento global antropogénico.
El fenómeno de El niño, al ralentizar los vientos alisios del Océano Pacífico, aportará un desmesurado incremento de calor en el Ecuador e, inicialmente, hará descender la producción agrícola de las naciones costeras del Pacífico Sur: Perú, Ecuador, Colombia, Indonesia; después incrementará la intensidad de ciclones y huracanes en los trópicos, así como producirá el aumento de temperatura y humedad responsable de las ondas de calor. Todo esto se traducirá en el descenso de la producción alimentaria a cielo abierto, aunque las regiones más septentrionales de la Tierra contarán con un invierno más suave. Las condiciones de la Tierra serán como las que se presentarían si ya se hubiesen superado los 1.5 grados centígrados de temperatura media del mar, eso que, según el Acuerdo de París de 2015, nunca debía ocurrir.
En nuestro país, las inundaciones, huracanes, sequías y ondas de calor nos recordarán que, tal y como repetía el ahora extinto Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático, que dirigía la Dra. Amparo Martínez, somos una nación muy vulnerable a los efectos del cambio climático.
Es realmente muy grave que la administración de nuestro país considere que el futuro de México se encuentra en los combustibles fósiles y haga de la explotación petrolera y la adquisición o la construcción de refinerías sus proyectos principales. Los mexicanos no olvidaremos cuando tanto la secretaria de Energía —Rocío Nahle— como el director de la CFE —Manuel Bartlett— indicaron que el país no debía invertir en energías renovables porque estas “eran intermitentes” y afectaban el abasto energético del país[4]. La nación mexicana abandonó entonces la vía que las más previsoras naciones de la Tierra han tomado —construyendo numerosos parques solares, eólicos, maremotrices—, para intentar “blindar” a sus pueblos ante la catástrofe que se avecina, una que el fenómeno de El niño nos permitirá apreciar.
¿Seremos los mexicanos suficientemente avezados para reconocer que el camino energético que debe tomar el país implica la inversión en energías renovables, o permaneceremos necios en la solución cortoplacista de los combustibles fósiles?
La construcción de un futuro correcto para nuestros hijos y nietos pasa por una reconversión energética a las renovables, por una electrificación de todos los procesos, por el abandono de la movilidad automovilística y el establecimiento de numerosos y eficientes sistemas de transporte público eléctricos, así como del rediseño de las ciudades para que las bicicletas y los biohíbridos (vehículos ligeros de cuatro ruedas que, gracias a un motor eléctrico alimentado con baterías, permite transportar a una o dos personas) circulen por vías exclusivas. Nuestra alimentación debería también dejar de depender de los fertilizantes químicos y, gracias a la agricultura regenerativa de invernadero, seamos capaces de producir alimentos intensivamente en espacios pequeños. De tal manera, contaríamos con regiones cada vez mayores para el rewilding —la reconversión de los espacios naturales a las condiciones que tenían antes de que la humanidad los afectase— y nuestro mundo lograría restablecer la salud.
El fenómeno de El niño que iniciará globalmente en julio próximo es quizás la última alerta que nos ofrece la Tierra para que detengamos nuestra loca carrera a la autodestrucción… ¿La escucharemos?
Cuernavaca, Morelos, 1 de junio de 2023.
[1] Selección de Alberto García-Teresa, Ed. Lastura, Madrid, 2022, p. 231.
[2] Cfr. Latouche (2008), La apuesta por el decrecimiento, Icaria/Antracyt: https://www.tnc.cat/uploads/20200323/6–Helena-TORNERO_El-futur.pdf
[3] NOAA (siglas en inglés de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los EE. UU.), 11 mayo 2023: https://www.cpc.ncep.noaa.gov/products/analysis_monitoring/enso_advisory/ensodisc_Sp.shtml
[4] En sus intervenciones durante el 1er. Informe del presidente Andrés Manuel López Obrador.
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