Cuando en 1927 Heidegger establece —en su obra Sein und Zeit (Ser y tiempo)—que al ser humano había que denominarlo Dasein (ser-ahí, en la traducción de José Gaos), hizo una revolución que no se ha asumido a plenitud.
El nombre de lo que somos: el Dasein
En un estudio que publiqué en el 2001 (Del síntoma al acto, México: UAQ), al reflexionar acerca de la nominación de lo que cada uno somos, indicaba que no podía denominarse hombre, pues tal era el objeto de estudio de la antropología, una cosa, y nosotros somos agente de nuestros actos y, por consiguiente, responsables, pues respondemos por ellos. Tampoco podría denominarse individuo, pues la carencia de divisibilidad (su carácter in–dividual, a-tómico, en griego: sin corte) era absurda. Sabemos bien, gracias a los planteamientos de Freud, que somos entes divididos en “instancias psíquicas”: yo, ello, superyó. Tampoco era correcto denominarlo persona, pues el vocablo latino personae remite a la máscara, esa que continuamente portamos y nos identifica ante otros.
En tal ensayo privilegié, entonces, dos nominaciones, la que utiliza Lacan, sujeto, pues porta la idea —en la gramática— del agente (de su propia cura), a la par que su sujeción, sea al lenguaje, sea al otro, un ente dotado de eso que Heidegger en el §74 de Sein und Zeit establece como libertad determinada (o heredada), esa que nos permite “llegar a ser lo que somos” (en la alocución del Mefistófeles al Fausto de Goethe: Werde was du bist!).
El otro término que conservé fue el de Dasein, así, sin traducirlo, pues la versión de Gaos (ser-ahí) me parecía insuficiente.
El vocablo alemán Dasein —traducido generalmente al español como existencia— carece de un correspondiente directo en castellano, y muchas otras lenguas, a causa de los elementos que lo componen: Da y sein. La traducción de sein es sencilla: corresponde al verbo “ser” castellano. El problema lo ofrece la partícula “Da”.
“Da” es un adverbio de lugar inexistente en español. En alemán se utiliza de una manera muy peculiar. Por ejemplo, si realizo una llamada telefónica se utiliza de ambos lados de la línea. V. gr.si de un lado alguien pregunta Ist Hans da? (está Hans ahí), del otro lado pueden responder Ja, er ist da (sí, está aquí). Como puede apreciarse, “da” es traducido como ahí y también como aquí. En francés existe una partícula similar al da, la palabra là.
En castellano, desgraciadamente, carecemos de ella y, por ende, mi amigo Felipe Boburg (e. p. d.), cuando filosofaba respecto a este tema, traducía al Dasein como “el Ser ahí aquí”.
El Dasein es un concepto al cual, además, Heidegger le añadió otras cualidades (existenciarios): el Dasein, ese que “soy en cada caso yo mismo”, no sólo tiene afectos y reacciones, que determinan su estado de ánimo (Befindlichkeit), su modo de habla (Sprache) y su comprensión (Verstehen) del mundo; también es libre, histórico, finito, temporal (es un “ser para la muerte”) y se “cura” (Sorge), es decir, se ocupa y preocupa por las cosas de su mundo. Finalmente, indica Heidegger, el Dasein también es “con otros” (Mitsein/Mitdasein) y en unidad con el mundo (In–der–Welt–sein), es decir, Ser-en-el-mundo; así, con estos guiones que escriben su indisociabilidad.
Esta última cualidad es muy importante. Al añadir al Dasein la cualidad de Ser-en-el-mundo, Heidegger dio un paso más allá de la definición habitualmente aceptada del ser humano, esa que reza que somos “entes bio-psico-sociales”. Al sumar al mundo, Heidegger dio un paso colosal: ¡los seres humanos no somos separables de nuestro mundo, este nos es consustancial!, dicho en otros términos, nuestro mundo forma parte de nosotros, ¡somos mundo!
Esta última cualidad la olvidamos al perdernos en el antropocentrismo, ese que nos hace falsamente creernos no sólo separados de la naturaleza (“no somos animales”) sino casi divinos (“el pueblo elegido de Dios”). Fue nuestra pequeñez, debilidad y terror a la muerte lo que nos ató a las ideologías y supersticiones que, narcisísticamente, nos hicieron creernos superiores y perder esa unidad con la naturaleza, con el mundo, que Heidegger nos obligó a recordar… pero que los poetas nunca olvidaron. Al respecto recordemos el poema Naturaleza de Goethe:
¡Naturaleza!, estamos rodeados y abrazados por ella, incapaces de abandonar sus dominios, incapaces de penetrar más profundamente en ella. Ella nos toma consigo en los ciclos de su danza, sin preguntar ni avisar con antelación, y nos arrastra consigo hasta que, cansados, caemos de sus brazos… Los hombres están todos en ella y ella está en todos… Incluso lo más antinatural es naturaleza, la más burda pedantería tiene también algo de su genio. Se obedecen sus leyes aun cuando se las contradiga; se trabaja con ella aunque se quiera trabajar contra ella… Ella lo es todo. Se recompensa a sí misma, se alegra y se tortura a sí misma… Ella me ha situado en su interior, ella será también quién me saque. Me confío a su cuidado. Ella puede hacer conmigo a su capricho; no odiará su obra. No fui yo quien habló de ella; no, lo que es verdadero y lo que es falso, todo lo habló ella. Ella tiene la culpa de todo, de ella es también todo el mérito.
J. W. von Goethe[1]
Goethe sabía que somos indisociables de la Naturaleza, del mundo, y lo expresa de una manera clara y bella.
Asumirnos en unidad con el otro y el mundo conduce no sólo a reparar nuestros vínculos, a mirarme en el otro, a reconocer mi hermandad y a cuidar al otro, me obliga a hacer lo mismo con mi mundo, a ser tolerante y respetuoso con todas las especies, con toda la vida.
Por una nueva psicopatología
Es desde este punto de vista que se presenta claramente ante nuestros ojos una nueva psicopatología: está enfermo aquel que desconoce la cualidad de Mitsein (ser con otros) e In–der–Welt–sein (Ser-en-el-mundo) de sí en tanto Dasein. La primera parte ya ha sido descrita por la psicopatología anterior: refiere a aquellas conductas in-humanas: psicopatías, sociopatías, perversiones, es decir, todas esas conductas que cosifican y degradan al otro, sea psíquica o corporalmente. Habría que incluir aquí también a las conductas feminicidas, etnocidas, genocidas y a su antecedente conceptual, la eugenesia, es decir, aquella ideología que sostiene que hay versiones mejores de los humanos y que las demás carecen de valor a causa del color de su piel y otras cualidades.
Las nuevas psicopatologías que el existenciario Ser-en-el-mundo añade tienen que ver con el trato irrespetuoso con el mundo: del exterminio de las especies, a la pura y simple explotación de la naturaleza (sobre todo de la biosfera, la hidrosfera y la litosfera). No haber descrito claramente esta psicopatología le está costando muy caro a la humanidad: la explotación irrestricta de la naturaleza —el “extractivismo”— nos está conduciendo a una crisis socioambiental de tales dimensiones que es muy probable que ocurra un colapso civilizatorio antes del final de este siglo.
Desde hace décadas, sin embargo, algunas voces habían intentado despertarnos. Un ejemplo lo constituye el economista inglés Kenneth Boulding, quien en 1966 afirmó: Anyone who believes in indefinite growth in anything physical, on a physically finite planet, is either mad or an economist (Cualquiera que crea en el crecimiento indefinido de cualquier cosa física, en un planeta físicamente finito, está loco o es un economista). Una frase que no por hacernos reír es menos cierta. La locura extractivista y su correlato, la locura consumista, están llevando a la civilización humana al traste y a muchas otras especies de la Tierra también. Serán nuestros hijos y nietos los que pagarán —y muy caro— por la tiranía generacional que representa el exacerbado extractivismo y consumismo propio de nuestras sociedades industriales. Les legaremos un mundo depredado y con un clima inestable.
Subrayo este último término pues se trata de un concepto que aún no se aprecia claramente. Al revisar los informes sobre el estado del clima de la Tierra en el curso de los milenios, hay un dato que llama nuestra atención: la gran estabilidad que había alcanzado en los últimos siglos. Después de periodos con gran vulcanismo o mortíferas caídas de meteoritos, la biosfera terrestre había alcanzado un envidiable equilibrio: la capa de ozono nos protegía de la mayoría de los asteroides que llegaban a nuestra atmósfera y los ecosistemas habían propiciado un envidiable equilibrio… se había construido, tal como observaron James Lovelock y Lynn Margulis (2002), ¡un planeta simbiótico!
No olvidemos que la simbiosis no es el parasitismo. Una especie parásita daña, e incluso acaba con la vida de su huésped. Y al aniquilarlo también se aniquila a ella misma, por lo que debe desarrollar maneras de prevalecer a pesar de la aniquilación (como huevo o quiste). Una especie simbiótica, al contrario, permite vivir a las especies que acompañan su mundo, limitando, eso sí, su número y calidad. Un ejemplo simple podemos observarlo en la simbiosis entre los lobos y los ciervos de los bosques de coníferas. A la vez que los lobos limitan el número de los ciervos que habitan el bosque —y ayudan a tal especie comiéndose a los ejemplares defectuosos antes de que puedan reproducirse—, el número de estos limita el número de lobos que pueden ser alimentados en dicho hábitat (obligando a que los lobeznos más débiles e incapaces fenezcan). Tal comunidad, asimismo, mantiene en correcto estado los demás elementos de la biosfera —las plantas y otras especies animales— y la hidrosfera —la calidad del agua de los ríos—.
Y la simbiosis, como bien indica Lynn Margulis, ¡se presenta incluso al interior de nuestras células! Tal y como ella demuestra, el organelo denominado mitocondria, en nuestra filogénesis, ¡fue asimilado por nuestras células de su entorno!
Recuperar la simbiosis, a escala humana, significa recuperar la capacidad colaborativa. Haber perdido la cooperación nos hizo inhumanos y sólo si la recuperamos lograremos afrontar de manera efectiva el enorme reto que representa el cambio ambiental global.
Por una nueva terapéutica: la Daseinsterapéutica
La nueva psicopatología antes descrita obliga a establecer una nueva terapéutica. Tal procedimiento curativo, dado que se aplica no sólo a una psique, ni sólo a un cuerpo ni a una sociedad, sino a un ente, el Dasein, que, a la vez que soy yo mismo incluye al otro y al mundo, podría ser denominada Daseinsterapia, es decir, terapia del Dasein.
Tal terapia no sólo corregiría nuestro vínculo con nuestro cuerpo —como ya hace la medicina o la nutrición— ni nuestro vínculo con el otro y con nosotros mismos —como ya hace la psicología, el psicoanálisis o el socioanálisis—, sino nuestro vínculo con nuestro mundo.
La Daseinsterapéutica permitiría definir —y curar— patologías como el consumismo, la explotación del otro y el mundo, la tendencia al engaño generador de la obsolescencia programada, así como las diferentes versiones de la avaricia y el narcisismo. La codicia que dio lugar a las corporaciones (los emprendimientos sin responsabilidad) también serían objeto de análisis y, de ser posible, de cura. Las tendencias a evadirse del mundo que representan las adicciones, sean a sustancias o a videojuegos, serían también objeto de tratamiento, pues claramente reflejan la necesidad de acomodarse en realidades alternativas ante la pobreza de aquella en la que verdaderamente se vive[2].
El gran reto de esta nueva terapéutica, como de muchas otras, será la posibilidad de colocar a los daseinsterapeutas en una posición tercera, es decir, fuera de ideologías y sus éticas normativas.
Gracias a un conocimiento profundo de la naturaleza humana, el daseinsterapeuta podrá reconocer que el ser humano está dominado por sus pulsiones, tanto las de vida (las que lo llevan a construir) y las de muerte (las que destruyen y obligan a la vuelta a lo inanimado). El daseinsterapeuta no puede, de la misma manera como actúa el psicoanalista ante un suicida, señalar que ciertamente la muerte “ronda en torno” y que al nacer ya estamos suficientemente viejos para morir; es más, que la muerte necesariamente nos alcanzará al final del camino, pero, que ya con esta certeza… ¿para qué apurar el trago? ¿No sería mejor intentar aprovechar la vida que todavía tenemos y disfrutarla un poco?
Es cierto, como bien indicaba el psicoanalista Philippe Julien (e. p. d.), “la muerte no es lo peor que le puede pasar a un ser humano”, el dolor y la tortura son peores. No por otra cosa a los esclavos afroamericanos se les prohibía suicidarse, lo cual sólo se consiguió implantándoles masivamente la ideología cristiana (para la cual el suicidio es un “pecado”).
Me pregunto si no será mejor denominar a los daseinsterapeutas como ecoterapeutas —de oikos, hogar, casa, en griego—, a condición, claro está, de que no caigamos en la dicotomía yo/casa, yo/mundo, que el vocablo Dasein rechaza.
Debo, también, añadir que la terapéutica que propongo tampoco corresponde al Daseinsanalyse del suizo Medard Boss, ni a la Daseinsanalitik de Ludwig Binswanger, ambas formas terapéuticas ligadas al freudismo; aunque puedo darme cuenta de que tales propuestas están más cerca de lo que aquí proponemos que el psicoanálisis —sea freudiano o lacaniano— mismo.
¿Contaremos con el tiempo suficiente para establecer la cura que la humanidad requiere y, de tal manera, alejarnos del colapso civilizatorio que nuestra pulsión de muerte convoca?
Esta es, desde mi punto de vista, la pregunta más importante de nuestros días.
Cuernavaca, Morelos, 25 de junio de 2023.
[1] Citado por Rudolf Steiner, 1995: 153-154.
[2] Tal y como concluimos el 9 de junio del año en curso en el examen que, para obtener el grado de maestro en psicología clínica por la Universidad Autónoma de Querétaro, obtuvo nuestro amigo Gustavo Mota. El sínodo estuvo conformado por Alfredo Emilio Huerta (director), Carlos Alberto García Calderón, Isaí Soto y quien estas líneas escribe. Al final me permití concluir que los videojuegos son similares a las sustancias adictivas, en consecuencia, como ellas, pueden pasar sin hacer daño alguno o parasitar la vida entera del jugador, suplantándola con su “realidad virtual” (como ocurre con “los que se quedan en el viaje”).