Suecia se convertirá en el trigésimo segundo miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), se dio a conocer tras el esperado respaldo del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Esta situación provoca varios impactos para Rusia, Turquía, Ucrania y la misma alianza militar occidental. ¿Cómo involucra a cada agente?
La cumbre de la OTAN en Lituania, un estado báltico que fue parte de la Unión Soviética, evidencia que la expansión de esta organización militar, nacida en los albores de la Guerra Fría, ha sido una de sus políticas más exitosas y que más riesgos ha generado para varios exestados soviéticos. Esa es la preocupación más grande del Kremlin desde la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en diciembre de 1991, citada por Vladimir Putin como la mayor catástrofe del siglo XX. Fue justamente esa una de las razones por las que ordenó la “operación militar especial” en Ucrania en febrero de 2022, puesto que conocía las intenciones de Kiev de unirse a la OTAN, socavando las garantías de seguridad de Rusia por la proximidad territorial que supondría esta ampliación.
Tras el estallido de la guerra, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, asimiló poco a poco que la integración de Ucrania a la OTAN era sumamente complicada, dado el conflicto bélico actual con los rusos. Sin embargo, Finlandia y Suecia, ambos países cercanos geográficamente a Rusia, incluso uno colindante a ella, abandonaron su posición neutral histórica para aplicar por la membresía en la alianza militar de Occidente. Curioso, por decir lo menos, que ante el movimiento de Helsinki Putin sólo se haya limitado a responder que Occidente pagaría por eso, contrario al alboroto que hizo contra Kiev.
Para el caso de Turquía, inicialmente circuló una declaración de Erdogan en la que condicionaba su apoyo a Suecia en la OTAN si Bruselas integraba al país transcontinental a la Unión Europea. Hace años que Estambul había abandonado su intención de incorporarse al conglomerado europeo de naciones, por lo que resulta difícil de comprender el movimiento del presidente turco. No obstante, la crisis económica, el caos por los sismos de febrero pasado y la necesidad de fortalecer sus alianzas y relaciones con socios le han empujado a acercarse a una de las regiones más competitivas del globo.
Turquía se había opuesto a la integración de Suecia a la OTAN por la ayuda y fondeo que algunos políticos suecos mantenían con los kurdos, grupo al que el gobierno turco ha limitado extensamente desde hace años. La situación benefició a Rusia y alimentó la relación Moscú-Estambul. Por ello pudimos apreciar la exitosa mediación de Erdogan para la reanudación de las exportaciones de grano y otros insumos desde la Ucrania ocupada. No obstante, ahora que el mandatario decidiera apoyar al país escandinavo, se espera que la relación bilateral con el Kremlin se torne áspera por la inclinación que ha mostrado hacia Occidente.
En torno a Ucrania y la misma OTAN, la situación es compleja. Zelenski mira con gran impaciencia la integración de Suecia al grupo de 31 países, que, si bien lo asisten de diversas maneras, no es lo que Kiev anhela para mejorar sustantivamente su seguridad. En Lituania, los líderes occidentales celebran la próxima integración del trigésimo segundo Estado miembro en la alianza, que deberá cumplir con los requisitos de gasto militar, cooperación e involucramiento necesarios, compromisos hoy en día aceptados a causa de la amenaza rusa.
Para el presidente ucraniano es difícil de tragar. Si bien la OTAN ha señalado nuevamente que apoyará a Kiev el tiempo que sea necesario, es claro que los Estados miembros de la alianza no quieren entrar en guerra con Rusia. Prefieren mantenerse lejos del conflicto y continuar con el apoyo de armas, munición, inteligencia y entrenamiento militar al país atacado para que se defienda solo de la invasión rusa.
Recordemos la reciente declaración del presidente Joe Biden, señalando que Kiev no está preparado para unirse a la OTAN, sino una vez que la guerra haya terminado. Esa es en gran medida la delgada línea por la que Zelenski tendrá que caminar en los siguientes meses y quizá años, dejando a Ucrania en una pausa cardiaca para su futuro y supervivencia.