En enero del 2015, estando en la sede central de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), como invitado por México a la ceremonia de inauguración del “Año Internacional de la Luz y de las Tecnologías basadas en la Luz”, escuché la plática “La luz y el Nobel. La fascinación de la ciencia” que nos brindó Sune Svanberg, colega y amigo, miembro de la Real Academia de las Ciencias de Suecia, integrante del Comité del Premio Nobel de Física durante una década y presidente de éste en dos de esos diez años.
Este máximo galardón en favor de la paz, la literatura, la física, la química y la fisiología, fue instituido por voluntad de Alfred Nobel expresada en su último testamento y, tras cinco años de renuencias por parte de sus familiares, comenzó a entregarse anualmente a partir de 1901, precisamente el 10 de diciembre, fecha que conmemora el deceso del benefactor. También por voluntad de Nobel, los galardonados en física y química son elegidos por la Real Academia de las Ciencias de Suecia, los de fisiología por el Instituto Karolinska de Estocolmo, los de literatura por la Academia de Estocolmo, y los de paz por el Parlamento Noruego.
Frente a seis ganadores del Premio Nobel, uno en Química (Ahmed Zewail en 1999) y cinco en Física (Steven Chu y William D. Phillips en 1997, Zhores Alferov en 2000, Serge Haroche en 2012 y Gérard Mourou en 2018), Sune explicó a la audiencia cómo se puede obtener este prestigiado reconocimiento. Por supuesto, lo primero que se requiere es ser nominado ante el comité para la categoría que corresponda, pero, a diferencia del de la Paz, para el que los gobiernos de los países pueden postular a candidatos, en las categorías científicas son los anteriores laureados Nobel, las universidades y las asociaciones científicas, quienes están facultados para nominar a aquellos cuyos logros les vuelvan merecedores de tal distinción.
Una vez salvado este requisito de forma inicia el proceso de fondo: la revisión detallada de los méritos científicos de los nominados. Entonces, refirió Sune, los integrantes del comité invierten los largos días del verano escandinavo buscando entre las aportaciones de los candidatos, aquellos descubrimientos o invenciones extraordinarias, de actualidad y con un impacto duradero. Aquellas aportaciones que cambien a la humanidad para bien y para siempre.
Así, por ejemplo, la Fundación Nobel ha reconocido el descubrimiento de la estructura del ácido desoxirribonucleico, la detección de los exoplanetas, el descubrimiento de la radiactividad y la penicilina, el desarrollo de la mecánica cuántica, entre otras aportaciones que verdaderamente han cambiado la vida de la humanidad.
Lo anterior viene a colación porque hace unos días el presidente de México sugirió que él mismo formalmente enviaría “a quienes deciden… para elegir a los premios Nobel, que se considere entregar un premio en esta materia [fisiología] a quienes contribuyeron para la creación de esta vacuna [contra Covid-19]”. Como lo vimos hace unos días con la ovación que los asistentes a un partido de tenis en Wimbledon le brindaron a la doctora Sarah Gilbert, es indudable que en el ánimo de la población del mundo existe una enorme gratitud para con quienes han trabajado a fin de que, en tiempo récord, hayamos podido contar con los biológicos que nos ayuden a prevenir los efectos más severos de la infección causada por el virus SARS-CoV-2.
Sin embargo, y a pesar de que al primer mandatario de México el acelerado desarrollo de las vacunas contra la Covid-19 pueda parecerle un logro digno del Premio Nobel de Fisiología, tal resultado ha sido producto de tecnologías ya conocidas —inclusive en el caso de las basadas en ácido ribonucleico mensajero— y no representa por sí mismo un descubrimiento o invención extraordinarios como sí lo fue, por ejemplo, el descubrimiento del virus causante de la Hepatitis C que les permitió a Harvey J. Alter, Michael Houghton y Charles M. Rice obtener el Premio Nobel de Fisiología en el 2020. Por todo lo explicado, la realidad es que se antoja altamente improbable que en el Instituto Karolinska de Estocolmo pudieran considerar una solicitud tan desinformada; quizá sólo terminaría causando hilaridad.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.