Toda proporción guardada, soy tan joven como el Gavilancillo, mi “casero”, así le dicen porque él nunca ha sabido su nombre, y a lo mejor por su aspecto como desplumado, o por su nariz aguileña. ¿Doce?, en todo caso, no más de trece.
Él no se preocupa pensando en su identidad, como yo, que me atormento con la mía y con el misterioso origen de mi afición a la sangre… no, él no se toma tiempo para esas cosas; ha aprendido a cuidarse solo, pero no se aplica, no reflexiona, prefiere alucinar.
No somos amigos, pero juntos hemos corrido muchas aventuras, como cuando nos persiguieron un montón. Nos escondimos en la iglesia y él allí asaltó a San Juditas, digo, de todas formas no nota demasiado mi presencia… y yo no estoy seguro de en qué irá a parar esta especie de conexión con la que hacemos todo. Somos distintos: mi vida pequeña será corta y seguro la suya también, aunque menos; anoche él pasó frío, yo no; él tuvo hambre, yo no. Hoy, al despertar y sacudirse los periódicos que lo mal cobijaron hasta que amaneció, buscó su bolsita con resistol y juro que sufrí con su ansiedad… cuando no es tanta, se rasca y como que toma conciencia de mí; lo bueno es que la encontró pronto, e inhaló fuerte: “¡Ahhh!” -dijo.
Buscó monedas en su morral, sintió hambre, aspiró de nuevo, anduvo; quiero decir, anduvimos varias cuadras hasta una parada de trolebús con mucha gente… y allí que nos subimos por la puerta de atrás, aprovechando la bola.
Creyendo que la aventura de hoy tardaría en iniciarse, succioné sangre suficiente de mi “casero” y me dispuse a meditar sobre qué sentido tendría mi vida: ¿Quién soy, qué soy?
En esas estaba, cuando la pasajera sonrosada de junto, que se me antojó bastante, nos miró con muy mala cara, se separó de nosotros y con mucha majadería apretó fuerte su bolsa. Eso nos pasa muy seguido, pero lo que sucedió después seguro nos cambiaría el futuro, sobre todo a mi “casero” -pensé- porque la cosa iba más bien con él.
En el lugar que abandonó la sabrosísima mujer, se insertó un hombre de traje, alto, serio, algo canoso y mucho más limpio que el Gavilancillo. Acercó su cara bien afeitada con descaro a mi “casero” y, sin medirse ni tantito, lo besó en la boca y le susurró:
-¿Ya comiste mi amor?
-Mmmh -contestó “su amor” abriendo algo los ojos vidriosos.
-¿Te gustarían unos tacos?
-Mfhí, pʹstor … y, y…
El del traje hizo la parada y nos guió, con maneras elegantes y sin prisas, a una taquería primero y a un cuarto viejo de hotel después.
Miré con desconfianza la tina con agua tibia y jabón, donde el señor bañó al Gavilancillo, me aferré a su piel; el hombre frotó el cuerpo enclenque despacio con ojos entrecerrados. Mi “casero” entre que se daba cuenta y no de las caricias, tal vez sus primeras en… ¡El pobre!
Por mi parte, en unos cuantos días me he desarrollado mucho y ya comencé a entenderme un poco a mí m, mí… ¡Ay! ¡Tendré que largarme a otros vellos, que en los del Gavilancillo, que ya hasta sonríe, el señor untó “Permetrinita mi amor” y eso ¡ay!, me lastima, me atonta el cuerpo y me hace daño,
mu…
choda…
ñññ…
AQUÍ PUEDES LEER TODA LA «NARRATIVA EN CORTO» DE PATRICIA EUGENIA, PUBLICADA EN LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/patricia-eugenia-narrativa-en-corto/